Capítulo 14

46 3 7
                                    

Estoy sentada en el piso, abrazando mis piernas y temblando en la esquina de la que solía ser la oficina de mi papá

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Estoy sentada en el piso, abrazando mis piernas y temblando en la esquina de la que solía ser la oficina de mi papá. Mi escondite, mi lugar seguro.

Me tenso ante el sonido de unos pasos apresurados. Pocos segundos después, la alta figura de mi abuelo se asoma y se queda observándome.

―Te fallé, florecita ―mi abuelo intenta alcanzarme para darme un abrazo, pero retrocedo pegándome más a la pared. Asiente, comprensivo―. Te prometo que no volverá a pasar, nadie volverá a lastimarte.

¿Podría eso ser verdad?

Guardo silencio sin saber qué decir.

Llega otra persona que no puedo ver, pero escucho como le pregunta a mi abuelo qué necesita. Seguro es uno de sus trabajadores.

―Quiero que empaquen todas las pertenencias de mi nieta inmediatamente. Y háganlo rápido ―ordena en su tono serio y dictador.

La otra persona abandona el lugar y los ojos de mi abuelo se dirigen a mí de nuevo.

―Vamos ―me extiende la mano, pero no me muevo.

Ni siquiera estoy segura de que esté respirando.

―¿A dónde? ¿Y por qué necesito todas mis cosas? ―pregunto, pero no me escucha.

―Levántate ―me pide y al ver que no hago nada, endurece su ceño―. Te sacaré de esta casa, así que ven aquí.

La imagen se torna confusa.

Todo se vuelve borroso, se escuchan gritos a lo lejos. Me siento indefensa, mi miedo se dispara y me sacudo tratando de zafarme del agarre en el que me tienen hasta que una mano cubre mi boca y todo se vuelve negro.

Despierto de golpe con el corazón yendo a mil por hora. Me levanto con la vista aun borrosa, y por un instante, creo que estoy de vuelta a ese día. Me restriego los ojos y logro ser consciente de donde estoy. Dejo salir un suspiro pesado.

Miro a la litera en la que Chiara y Leah están profundamente dormidas. Gracias al cielo. No aguantaría las preguntas que me harían, tampoco sus caras preocupadas.

Con el corazón más recuperado, pero con los sentimientos revueltos, me deslizo de la cama y salgo de la habitación. Tomo un poco de agua en la cocina y luego voy vagando por los espacios de la villa hasta llegar al salón. Todo está oscuro, apenas se ven los muebles y un poco más, que están iluminados por la luz de la luna que entra por las ventanas francesas. Me recuesto en estas y contemplo la noche mientras los recuerdos se revuelven.

Aún puedo sentir la mezcla de emociones que me inundaban aquel día cuando me mudé a Francia. Estaba molesta, confundida, dolida y debatiéndome entre querer quedarme, a pesar de los horrores, o de tomar la oportunidad para poder ponerle fin a mi tormento. Los trabajadores del abuelo me metieron a la fuerza en la camioneta, las señoras de servicio metieron mis maletas y arrancaron. Recuerdo que, pese a mi actitud, no podía ignorar lo agradable que era la vista que regalaba la villa. Tuve que venir aquí, porque Celine estaba de vacaciones y no le había dado tiempo de ir hasta su residencia principal. Tuvieron que sacarme a rastras de la camioneta, por lo que terminé cayéndome al piso y ensuciándome más. Estaba segura de que ansiaban deshacerse de mí, estaba haciendo su día miserable, pero no era que tuviera algo en contra de ellos; solo era una preadolescente que había pasado por demasiado, con signos de desnutrición, que apenas podía caminar, estaba siempre en constante estado de alerta y a la defensiva.

Dolce BelladonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora