✺ : Nota IV

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Mi diario tiene mis secretos, mi propia vida escrita y aquello mantiene vivo a Norman

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Mi diario tiene mis secretos, mi propia vida escrita y aquello mantiene vivo a Norman.

Intento escribir lo más que pueda mientras estoy aquí, encerrada en la habitación del internado. Hace tres semanas tuve una recaída y justo hace tres noches fueron los últimos rezos para ése hombre.

Recuerdo una de las tantas noches del verano pasado en el cual caminaba por los callejones, mientras exhalaba el vaho humo de mi cigarrillo. Muy a lo lejos pude observar esa silueta, la de un individuo alto y corpulento. Llevaba puesta una chaqueta negra y en su mano derecha, como era costumbre, una banal biblia.

Había una fuerza sobrehumana que me instaba a propinarle un cabezazo con esas mismas sagradas escrituras.

Me posicioné de pie a su lado, no había nadie, ni siquiera un alma en pena caminando por las calles. Las ventanas de los pocos edificios situados en la zona estaban cerradas, y lo único visible era la lánguida luz de un farol que se encontraba a sólo unos tres pasos.
Dicha imagen me llevaba a ser parte de una pintura de óleo, en dónde cada diminuta parte de ella es estática, nada se movía, e inclusive los dos protagonistas en medio del mismo lienzo están igual de quietos, mirando sin expresión alguna a la inconmensurable nada; pero a la vez sintiendo íntegro su alrededor.

Ninguno masculló palabra alguna. Entre reminiscencia... tal vez su presencia de cierto modo me intimidaba más allá de sus palabrerias en la iglesia (debía de sobrellevar todos los días el hecho de verlo predicar). Aún así, era más temeroso analizarlo en silencio, donde mi agitada respiración era lo que se percibía en aquel gélido clima de la madrugada.

Norman era de esa manera, silencioso e inquietante, ni por asomo podría acertar a lo que haría o diría en cualquier instante. Tan impredecible, aburrido, extraño.

¿Por qué sigo describiendo a un muerto?

Él me miró escéptico, a modo de transmitirme sin comentarios que mi sola existencia no le era de importancia. No había interés, no le importaba que fuera siempre a verlo hablar sobre Dios y de hacer el bien. Nunca entendí su forma de mirarme, sólo comprendí que dentro de esas grandes páginas con versículos había únicamente polvo.

"¿No puedes conciliar el sueño, Amelia?"

"¿Cómo sabe mi nombre, Padre?"

"Tu madre desea que hagas una confesión".

"No sé cómo se siente dormir, llevo desde los 16 años sin poder hacerlo".

Me juzgó en silencio, examinando mi semblante de punta a punta. La brisa movía mi cabello a la dirección contraria, sentía que se adentraba a mi cuerpo, perforando cada parte de mi rostro, que veía más allá de mis pecas, de mis mejillas, de mis pestañas. Cada pequeño detalle que notaba me obligaban a cohibirme sin reparo.

No pretendía inspeccionarlo, se interpretaría como doblegarme a él y mostrarme débil, sumisa.
Pese a mis esfuerzos, él es un hombre y yo una mujer, un pastor y yo su rebaño. No poseía la fuerza suficiente para desobedecerlo. Me instaba a verlo, pero no quise, no quería caer en su juego de manipulación.

Amelia: una visión del insulso pasado © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora