✺ : Nota V

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Ya llevo 6 semanas en este internado, sin sustancias, sin nadie con hablar, sin Norman

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Ya llevo 6 semanas en este internado, sin sustancias, sin nadie con hablar, sin Norman. Sólo yo acompañada de mis delirios y ansiedad crónica debido a la falta de alucinógenos para contrarrestar mi malestar.

Estar encerrada me hace de cierto modo reflexionar sobre las cosas que pasé con Norman. Él no era para nada un hombre común, o al menos no tenía algo que entrara en ese concepto.

¿También era un drogadicto y aún así tenía la osadía de predicar en una iglesia? Cuanta falsedad había en la catedral, lo tenía en cuenta, pero ¿por qué buscaba el perdón de Dios? ¿Era idéntico a mí acaso? No, era un perverso, no deseaba ni anhelaba las clemencias de nadie.
Buscaba por el contrario saciar su ego conmigo, ver que había alguien en peor situación que su persona, más sufrible y decepcionante. Ansiaba admirar en silencio que podría encontrar gente inferior y así, no sentir ni el ápice de culpa o remordimiento. No poseía moral esa criatura hecha hombre.

Y cuán escasa inteligencia contenía yo, bruta, ordinaria que soy por atreverme a estar con un tipo como Norman. Gracias al cielo ya está a 3 metros bajo el suelo.

Pese a que la muerte no se escapa del desasosiego de la conciencia pienso que es una muerte, válgame la redundancia, profundamente mortal y abrumadora.

Luego de ese encuentro en la madrugada no faltaron las casualidades (por no sospechar bajo la aparente indiferencia que me acosaba). Continuamente nos veíamos en lugares que solía frecuentar de forma inesperada y conversábamos un rato, o en ocasiones sólo manteníamos la mirada.

Parada a su lado como una costumbre nueva y casi agotadora solía fumar y él leer un versículo. También se hallaban los días en que se limitaba a ver cualquier eje que estuviera en su campo de visión. En las zonas oscuras y alejadas de miradas curiosas, donde no corría el riesgo de que nos observaran, ahí me inyectaba. Suministraba mi dosis diaria bajo su inspección desinteresada, incluso llegué a pensar que le generaba morbo. Todo aquello mientras permanecía sentado con elegancia y exhalaba el humo de su puro en mi faz.

Sin embargo, en la eucaristía nos limitábamos a ser considerados simples desconocidos. Considerados por una parte un Padre honrado y respetable, y una mujer valorada a la par de un vestigio de la humanidad. Una vergüenza la cual ocultar tras bambalinas.

A veces me platicaba de historia y poesía, del arte religioso que desde muy pequeña he tenido una peculiar fascinación. Me hablaba como lo llevaba a cabo en una misa, con ese don del convencimiento que atrae y cautiva, con ese fervor en cada entonación. Él bailaba a través de sus palabras e imaginaba una infinidad de cosas: Desde la caída del imperio romano hasta la más reciente guerra, al igual que te transmitía la sensación de que había estado ahí, experimentando en carne propia tales acontecimientos.

Manifestaba tantos temas que me incordiaba, utilizando términos desconocidos, sinónimos extraños o extravagantes, fuera de mi limitado discernimiento. Tal sujeto oraba en una esquina, no podía deducir si lo destinaba a mí, por el mundo o sólo a sí mismo.

Amelia: una visión del insulso pasado © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora