Su corazón se detuvo por una fracción de segundo, ella sabía que todo había terminado; moriría, allí mismo, devorada por las llamas de un dragón.
Posó los ojo en su pequeño hijo que berreaba desesperado por librarse de los brazos que lo retenían.
Su dulce niño valiente, el único que le quedaba, tragó saliva y no dejó de mirarlo, su cabello platinado callendole por la cara y los ojos violeta más hermosos que hubiese visto jamás, se parecía tanto a su padre que dolía.
Entonces sintió el calor abrazador recorrerle todo el cuerpo y gritó de dolor luchando con todas sus fuerzas para no morir y entonces todo se volvió negro.
Creyó que lo que vería a continuación sería un campo verde lleno de flores, a sus hijos esperándola, a su padre y madre viéndola desde lejos, al hombre que tanto amó.
Sin embargo no fue así, al despertar lo primero que vio fue el techo de sus viejos aposentos, estaba totalmente desconcertada ella habia muerto, había dejado de respirar y aún así ella se encontraba alli, entre las ásperas sábanas de su cama.
Se miró los brazos delgados y pálidos, los anillos y pulseras que adornaban sus manos. Se levantó corriendo hasta llegar al gran espejo de pared que habia al fondo de la alcoba y se horrorizó al mirarse.
Era ella pero más joven, más delgada, más pequeña. Se frotó la cara esperando que todo fuera producto de su imaginación pero todo era tan real que sintió vértigo.
La dama de compañía entró en la pieza y entonces supo que algo estaba rotundamente mal, no era en absoluto el paraíso en donde se encontraba.
Se tocó el pecho y pudo sentir su corazón palpitándole en las palmas de sus manos.
- ¿Se encuentra bien, princesa? - preguntó la pequeña mujer
- Yo, solo tuve un mal sueño - No podía creer que ésto estuviese pasando ¿realmente todo había sido eso?, una pesadilla.
- Una disculpa princesa si he perturbado su descanso, pero su Majestad El Rey a solicitado su presencia en la sala del consejo - inclinó su cabeza en una reverencia y se marchó.
Aún estaba desconcertada y cómo pudo se cambió el vestido y salió en busca de su padre.
Todo estaba cómo ella lo recordaba, los pasillos, los cuadros, las esculturas de sus ancestros en el mismo lugar. Rozó con las yemas de sus dedos las paredes dibujando una línea mientras avanzada, todo era tan vívido.
Y entonces escuchó de nuevo su voz, después de tanto tiempo sin saber de él oírlo hizo que las piernas le temblaran.
- ¿Te diviertes? - Preguntó Daemon desde el marco de una puerta
Su corazón latió desenfrenado y no pudo controlar sus impulsos, corrió lo más rápido que pudo y lo abrazo tan fuertemente que lo dejó sin aire
- Te extrañe - sus ojos comenzaron a llenarse de lagrimas - Porqué me dejaste, porqué me abandonaste cuando más te necesitaba
Las lágrimas caían por sus mejillas sin control, mojando todo a su paso.
- Rhaenyra - susurró el hombre levantandole la barbilla y limpiando su rostro con un gesto amable - No me he ido a ningún lado
Ella comprendió que todo era una burla de los Dioses, el que ella estuviera ahí no era nada más que un mal chiste.
- Te fuiste por cinco largos meses y no volví a saber más de ti - Le acarició el rostro con las manos rezando porque no se le esfumara de entre los dedos. Su corazón estaba tan agitado que comenzaba a marearse. - Por favor dime que todo es mentira, que no terminó así. Que ellos aún están bien
El Príncipe miraba a su sobrina con desconcierto, no entendía ni una palabra de lo que ella decía
- Aegon, dónde está Aegon
Fue lo ultimo que dijo antes que se le acabaran las fuerzas y cayera a los brazos de Daemon.
En sus sueños miraba a su pequeño hijo gritar mientras su madre ardia en llamas, lo veía llorar y jalarse los cabellos de desesperación tratando de salvarla.
Soltó un grito ahogado y despertó, volvía a estar en la misma habitación envuelta en sudor y con la respiración agitada
- ¿Rhaenyra? - Se acercó Daemon al borde de la cama
- ¿Qué sucedió? - se incorporó despacio y se tocó la cabeza punzante
- Te desmayaste, de pronto comenzaste a decir cosas sin sentido y... te traje de vuelta a tu habitación. ¿Te encuentras mejor? - La miró con el ceño fruncido
Aún no terminaba de comprender que era lo que estaba sucediendo, acaso habían sido todos los años vividos producto de su imaginación o peor aún un castigo divino que la haría revivir todo de nuevo.
Entonces lo entendió, de algún modo los Dioses le habían concedido una segunda oportunidad, estaba ahí para revivirlo, rehacerlo, reescribirlo.
Estaba ahí para cambiarlo todo, para salvar a aquellos que habían muerto por su causa, para mover correctamente sus piezas en el tablero, aunque eso significara dejar atrás aquello que una vez amó.
Volteó a mirar a su tío, tenía el cabello corto desordenado y un mechón caía sobre su rostro. Mirarlo tan vulnerable hizo que su corazón se estrujara, desde que tenía memoria lo había querido para ella, aún después de haberla abandonado en aquel burdel de mala muerte en la calle de la seda.
Si quería corregir todo lo que había sucedido debía moverse con firmeza, no podía darse el lujo de tambalear y solamente él podía ayudarla.
- Daemon - estiró su mano tomándolo de la mandíbula - ¿Me quieres?
Lo miró directo a los ojos, en busca de cualquier signo de indiferencia y en cambio encontró a sus hijos en él, tuvo que apretar los dientes para evitar llorar.
- Qué es lo que quieres, Rhaenyra - preguntó él con una mirada salvaje
- Mi padre quiere casarme con Leanor Velaryon - respondió - Pero estoy segura que si quiero un día gobernar Westeros debo mantener mi reclamo fuerte y Leanor lo único que traerá consigo será desestabilización, te necesito a ti, tío. Contigo a mi lado no seré confrontada tan fácilmente.
Daemon la miró fascinado era la primera vez que escuchaba a su sobrina hablar tan maduramente que lo volvió loco.
Él la había deseado desde hace mucho tiempo atrás y ahora el destino los empujaba a cumplir sus más perversos pensamientos
- Tu padre no estará de acuerdo - respondió él levantándose de la cama - Aún sigo casado.
- Entonces deshazte de ella - se incorporó rápidamente quitando las mantas que la mantenían aprisionada en la cama - Yo me encargaré de mi padre.
El príncipe sonrió y se acercó a ella hasta quedar cara a cara
- ¿Estás segura que es lo que quieres? - preguntó con una mueca juguetona en los labios.
Rhaenyra se quedó pasmada por un momento mirándolo a los ojos, realmente lo había extrañado demasiado.
No creía que fuesen ciertos los rumores sobre su infidelidad con la semilla de dragón, o más bien no quería creerlos.
Cuando él voló de regreso a Harrenhal ella estaba tan furiosa que no pudo despedirse, nunca más lo volvió a ver.
No aceptaría que ése fuese su destino de nuevo.
- No tienes idea - respondió.
Lo tomó por el cuello de la camisa y lo atrajo con fuerza hacia ella, lo necesitaba tanto que le dolía, sus labios chocaban en besos salvajes y hambrientos que emanaban electricidad.
Daemon desprendía un aroma tan varonil que la embriagaba por completo, no pudo evitar soltar un gemido cuándo él introdujo su lengua en la boca de Rhenyra, ni siquiera podía recordar cuál había sido la última vez que la había besado así.
En su mente se reproducían imágenes de su vida pasada, del amor que ambos se habían profesado y el fruto que de ellos se había creado.
Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, sus hijos, sus dulces niños, los había perdido a todos y cada uno de ellos. Si quería salvarlos de un trágico final tenía que hacer lo correcto desde el inicio, aunque eso les costara su nacimiento.
Jacaerys, Lucerys, Jofreey, los llevaría grabados a fuego en su alma hasta el fin de los tiempos, hasta que el mundo se volviera cenizas y no quedara de ellos más que recuerdos.
Se separó de Daemon para recobrar iré y lo tomo de las manos
- Volveremos a jugar - dijo con los ojos llenos de rabia y amargura en la voz - y está vez ganaremos, cueste lo que cueste.
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Sangre De Dragón
FanfictionLa Reina Rhaenyra Targaryen había aceptado su destino, la guerra había terminado y estaba lista para ser devorada por las llamas de un dragón. Y sin embargo lo primero que vio al abrir los ojos fue a ella misma en su vieja habitación. ¿Será que todo...