The Dance Of Dragons

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Me encontraba sumida en la oscuridad, no podía ver, no podía sentir. Mi corazón estaba a punto de explotarme en el pecho, ¿Que demonios estaba pasando?, quería moverme librarme de aquel encierro pero mis extremidades no respondían.
Y de la nada un calor abrasador me envolvía todo el cuerpo, aullaba de dolor, gritaba por ayuda pero no había absolutamente nada. Comenzaba a sofocarme, sentía mi garganta arder hasta quedar hecha cenizas.
Grité con todas mis fuerzas y desperté.
Estaba hecha un mar de sudor, el cabello platinado lo tenía pegado en la frente y aún no podía controlar mi respiración
- ¿Rhaenyra? - Daemon entró corriendo a la habitación - Que sucede, ¿estás bien?
Mis ojos estaban inundados en lagrimas, hasta cuándo me seguirían acechando esas malditas pesadillas, parecía que nunca acabarían pues era la manera en que los Dioses me hacían saber lo injusta que había sido.
Me lleve una mano al pecho un poco más tranquila.
- Por favor - lo miré a los ojos casi suplicando - solo abrázame.
El me miró con tanta ternura que no pude evitar hacer un puchero y extender mis brazos para recibirlo.
El se metió entre las sábanas conmigo y me mantuvo en su pecho
- Rhaenyra - habló suave - Por favor, sé sincera conmigo - me acariciaba el cabello - Que mal te ha pasado que te haga tener pesadillas.
El levanto mi mentón obligándome a mirarlo a la cara y yo me mordí el labio para que dejara de temblarme.
- Me tomarias por loca si te lo contara - dije casi en un susurro.
- Pruebame - respondió apretándome entre sus brazos.
No sabía si era correcto contarle lo que había vivido, no porque no tuviera confianza en el, más bien porque ni siquiera yo misma sabía que era lo que había pasado.
No sabía si todo había sido una pesadilla o tan real como ahora estoy aquí.
No quería que él pensase que estaba perdiendo la cordura porque es lo que yo abría pensado si alguien más me lo hubiese contado.
Aunque era cierto que si quería comenzar con el pie derecho no debían existir secretos entre nosotros. Necesitaba fortaleza y no podía permitir que mi relación fuese débil.
- ¿Tu crees que al morir podamos reencarnar? - pregunté cautelosamente
- Probablemente - soltó un suspiro - Quizá nosotros los humanos nacimos con un propósito, y no te vas realmente hasta que los termines.
El sonrió de lado y tuve que arañarme las manos para no saltar sobre él.
- ¿Y si no los cumples en esta vida? - me mordí una uña.
- Entonces quizá en la otra lo logres - me quitó la mano de la boca.
Respire hondo aún creía que era mala idea contarle pero una parte de mi sentía que si dejaba salir todos mis miedos me sentiría segura.
- Daemon - lo tomé de las manos- necesito que me prometas que nada de lo que te diga hoy aquí lo sabrá alguien más.
El se llevó mis manos a los labios y las besó
- Lo prometo.
- ¿Recuerdas el día que me desmaye en el pasillo? - tragué saliva - Creo, creo que eso de la reencarnación, creo que me pasó a mi.
Giré a mirarlo esperando su reacción.
- ¿Como es eso posible? - arrugó la frente - Hace una semana volviste de Dragonstone.
- No lo se, lo único que recuerdo fue que al despertar estaba en mi habitación - me levanté de la cama - Morí, fui asesinada y en lugar de llegar al paraíso regrese a mi estúpida habitación.
El me miraba confundido y al mismo tiempo una mueca de preocupación se asomaba en su rostro.
- Yo viví una vida, tuve hijos, los vi morir y de pronto estoy aquí de nuevo - las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos - No se si sea una maldita pesadilla o simplemente los Dioses tienen un sentido del humor bastante negro.
Daemon seguía estático, no decía nada ni una sola palabra.
- Ya se, suena ridículo - Baje la mirada
- No espera, yo tuve un sueño algo extraño ahora que lo mencionas - se miraba sus manos como si se sintiera cohibido - Fue antes de regresar a King's Landing, me quedé un par de noches en Driftmark y el sonido del mar a veces me relaja demasiado. Estaba realmente disfrutando del oleaje y me quedé dormido, lo único que recuerdo fue verte a ti con la corona de tu padre y a mi poniéndola sobre tu cabeza. Fue tan real que no deje de pensar en eso por días.
Mi respiración se cortó, todo lo que había vivido había sido real. Desde mi boda con Leanor hasta mi muerte en Dragonstone.
- Yo lo viví, Daemon - Dije con la voz rota - El día que perdimos a nuestra hija, ese día tu me proclamaste Reina.
Mis lágrimas resbalaban desde mis ojos hasta la comisura de los labios, sentía una opresión en el pecho que no me dejaba alcanzar aire.
- Aquel día que me desmaye, te pregunté por Aegon - mis piernas comenzaban a temblar y yo tuve que apretar los puños para evitar caerme.
- ¿Tu hermano? - respondió.
- No, nuestro hijo - sentí como mis oídos comenzaban a zumbar - El me vio morir.
- Estás jugando conmigo - se levantó de la cama.
- ¿Como podría jugar con algo así? - grité desesperada - Aegon hizo que Sunfyre me tragara viva, frente a nuestro hijo.
No podía dejar de llorar, tan sólo recordarlo gritando mi nombre y la forma en que su cara se crispaba de dolor hacia que se me erizara la piel.
- Rhaenyra - Sabía bien que él no entendía nada de lo que le estaba diciendo pero yo no podía parar de hablar.
- Tu me abandonaste y no supe nada más de ti - me lleve las manos al pecho - Me dejaste en medio de una guerra y lo único que me quedó fue imaginar tu muerte porque no podía soportar vivir sabiendo que huiste con esa bastarda. Prefería imaginar que estabas muerto antes de creer que nunca me amaste.
El se acercó a mi y me tomó por las mejillas haciendo que lo mirara a los ojos, eran de un color violeta tan claro que parecía que nevaba dentro de ellos.
Desde que la guerra había iniciado no habíamos tenido un momento tan íntimo cómo éste que hizo que mi corazón revoloteara, aún recuerdo cuando le dije que estaba embarazada, parecía el hombre más feliz en la tierra no podía parar de sonreír y de tocarme el vientre aunque aún siguiera plano.
- Estoy aquí - comenzó a decir - Y no pienso irme a ningún lado.
Me levanté de puntas y lo besé, sabía a una mezcla de menta y limón, era tan embriagante que apretaba mi cuerpo con el de él exigiéndole más.
Pase mis brazos al rededor de su cuello y trazaba círculos en su espalda con los dedos. Me encantaba que fuese más alto que yo, me hacía sentir como una niña pequeña que podía esconderse detras de su padre cuándo tenía miedo, me hacía sentir protegida.
Sus besos fueron bajando trazando una línea hasta llegar a mi cuello, yo dejé caer la cabeza hacia atrás inmersa en lo que estaba sintiendo. El me apretó la cintura y yo no pude evitar soltar un gemido.
- Daemon - comencé a decir aún con los ojos cerrados disfrutando el momento.
- ¿Que sucede? - respondió entre besos, su voz sonaba tan ronca que mis piernas temblaron
- Por favor - se sentía tan bien que no podía mantenerme cuerda - Por favor no te detengas.
Pude sentir su sonrisa sobre mi piel y eso me dio escalosfrio, no sabía cuánto habia necesitado ese tipo de afecto hasta que lo tenía frente a mi quería aventarlo a la cama y desnudarlo con rudeza pero entonces recordé que aún era virgen.
Levante la cabeza y lo miré perderse entre mis pechos, quería decirle que por favor me arrancara el vestido pero no sería lo correcto.
- No seas tan ambicioso mi príncipe - le susurré - debo mantenerme doncella hasta nuestro matrimonio.
El alzó la mirada y sus ojos desbordaban deseo, me mordí el labio tan fuerte que sentí el sabor de la sangre sobre mis labios. Mi cuerpo quería continuar en este baile de placer pero mi razón me decía lo contrario, mi padre le había pedido que demostrara que su amor por mi era genuino y no creía que el saber que al día siguiente Daemon me llevara a la cama le hiciera mucha gracia.
Me separé un poco de él y lo tomé de las mejillas.
- No sabes cuánto ansío esto - le deposite un beso en los labios - Pero debemos esperar a que sea oficial nuestro matrimonio. No quiero que todo se eche a perder.
El sonrió de lado y supe que estaba de acuerdo conmigo.
- Contaré los días, princesa.
Nos miramos por largos segundos a los ojos, amaba nuestra complicidad, como encajabamos perfectamente como dos piezas del mismo rompecabezas.
Maldigo el día en que no peleé más por él, maldigo el día en que se casó con Laena Velaryon, pero no importaba ahora era mío y no había nadie en los siete reinos que pudiera quitarmelo.

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