metástasis,

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La muerte debe ser el tema que más días de mi vida ocupa. Noches despierta, en compañía de las sombras cambiantes de mi habitación, suplicándole a ella que me permita olvidarla por al menos las horas en que el sol está durmiendo.

Nunca ha sido un tema fácil para mí, pero dudo que lo sea para nadie, en verdad. Y para ser una de las pocas certezas que tenemos, me causa muchas, muchas dudas.

Siento que la mayoría de personas cuando piensan en la muerte piensan en sus hijos, en sus amigas, en la idea de que en un momento estarán vivas y al siguiente, no.
Pero a mí la muerte me persigue por una sola frase: "No me preocupa la idea de irme, pero sí la de no volver". No quiero desparecer y nunca más ver en que se ha convertido la tierra, nuestro planeta al que tanto hemos odiado. Qué habrá sido de los humanos, de la ciencia, como puedo vivir sabiendo que el Sol seguirá ardiendo sin mí.

Ojalá poder pedirle a la muerte que me deje quedarme, "déjame permanecer, déjame luchar, déjame un poquito más de noches en vela pensando en ti."

La muerte como concepto aún es plausible, masticable, un trozo de manzana que se atasca en la garganta, pero al final baja.

Sin embargo, el acto de morir, el cuerpo sufriendo espasmos para descansar por fin, los dedos contraídos, la boca que parece buscar más aire, la delgadez repulsiva de un cuerpo que ha logrado más de lo que debía... eso me da más miedo, porque no quiero vivir en estados de conciencia e inconsciencia intermitentes, no quiero saber solo a ratos, no quiero tener espejismos de memoria grabados y no recordar mi nombre.

Mas la idea de morir joven tampoco es que me ayude a descansar... a los cuarenta y nueve por una parada cardiaca, a los cincuenta y dos por una embolia o a los sesenta y uno por un cáncer pancreático con metástasis en los pulmones... No, tampoco.

¡Es que treinta o cuarenta años son muy pocos! No me queda nada de vida y apenas tengo el cerebro totalmente desarrollado. Es que eso es demasiado poco tiempo para salidas espontáneas al McDonalds, eso son tan pocas caricias del mar, tan pocos viajes, pocos besos...

¿Por que eres tan injusta?
Porque a mí, yo usaría bien el tiempo, lo prometo, solo dame unos años más...
La lucidez me regresa y dejo el boli lentamente en la mesa, creo que sufro de un caso terrible de condición humana, incurable, intratable.
Y me creo capaz de más, me creo superior, merecedora de más primaveras que nadie.

Y sin embargo soy tan insignificante, tan irrelevante para el mundo, mi corazón da un vuelco al recordar la pequeñez de mi impacto en la vida del resto de billones de otros impactos. No soy nadie, no somos nadie. Nada más que una estrella entre millones de estrellas o un grano de arena en la playa serena.

¿Merezco más que nadie vivir más? Se lo preguntaré a las playas antes de irme a dormir y miraré las estrellas durante tan solo unos minutos más,

procurado grabarlas en mi finita memoria.

descanso, poesía (4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora