Capítulo II

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El emperador actual quería obtener lo que tantos otros intentaron y fallaron, conquistar la extensa tierra de Eshethik, no podían acercarse a ese lugar debido a la protección que tienen, las sirenas pueden ser criaturas hermosas, pero también crueles y poderosas cuando están en grupo, lo que siempre es así.

Eso no impedía que Canek pasara tiempo observando el mapa del mundo, con la mirada fija como esa noche en ese punto. Tenía a su disposición grandes barcos con poderosos cañones, él mismo gozaba de una fuerza abrumadora al ser el único de los dramir de la dinastía aún con vida que ha mostrado ser capaz de convertirse en dragón por completo, no obstante, nada en esas tierras es sencillo.

De acuerdo a las notas que había dejado su abuela, la última en intentar conquistar ese lugar valiéndose de su forma de dragón, tan pronto llegó, comenzó a invadirla una sensación de desesperación, que poco a poco la llevó a la locura, provocando atacase a sus propios barcos. No volvió a acercarse, desde entonces nadie ha intentado conquistarlos.

Se realizan viajes a Eshethik por comercio, para mantener una relación cordial, en apariencia, pues la realidad, al menos desde que Canek llegó al poder, es que sus visitas han sido solo para obtener más información del lugar.

Saber qué es lo que los protege o cómo consiguen hacerlo, era una pieza clave. Tan solo conocer ese detalle podría significar la victoria, el hacer crecer el imperio, ser el emperador que pueda continuar con la labor de sus antepasados. La ambición puede llegar a nublar el juicio de las criaturas como él, es lo que lo ha mantenido bajo relativa cordura tras ser manipulado de forma tan frecuente por su favorita. Hay momentos en que duda de las acciones que ha realizado bajo ese influjo.

Habían pasado siete noches desde que ejecutó a una de sus mujeres, la que amó con más intensidad durante los últimos años. Había estado pensando en Miray desde el amanecer, lo que lo llevó a quitarle la vida. La mujer de rojizo cabello había perdido al bebé, de un día al otro comenzó a sangrar y no fue posible hacer algo para mantener a la pequeña criatura viva en su interior. Acabar con un miembro de la dinastía sin tener la orden del Emperador era imperdonable, llevaba consigo la misma pena, muerte. No había modo de que hubiese sido capaz de salvarla.

No, si la hay. Lo sabe, sabe bien que cualquier orden que él dé, deberá ser llevada a cabo, si hubiese ordenado que la mantuviesen con vida, que la condena habitual no fuese aplicada, la tendría ahora a su lado. Observa el sillón que hay en el interior de su habitación, cercano a la ventana. Era ahí donde su amada permanecía mientras él se encargaba de asuntos del imperio, tenerla ahí brindaba un alivio que parecía sobrenatural. De no ser porque conocía a la perfección el linaje de aquella mujer habría pensado se trataba de una neiyllak que lo manipuló para amarla con tal fuerza.

Sus memorias son interrumpidas por el sonido de la puerta, alguien toca pidiendo permiso para ingresar.

—Adelante.

La figura de Anja se hace presente. La mujer que le había sido presentada hace solo un año, provenía de una familia de humanos, siempre han sido los favoritos del emperador, la raza humana la veía como algo ideal, súbditos que no representaban una gran amenaza, tenerlos cerca implicaba menor riesgo de traición, no es como que alguno de ellos fuese capaz de alzarse en su contra en pelea y salir victorioso.

Es tal la razón por la que, en mayor parte de sus mujeres son humanas, así su fuerza prevalecería, al igual que la sangre dramir. Casi todos sus hijos habían nacido con tal naturaleza como la dominante. Visto de otra forma, era un método para eliminar a los humanos. O lo sería, de no ser porque la mayor parte de sus hijos habían muerto ya.

No. No habían muerto, los había asesinado. Si bien no ha sido con sus manos, si bajo su orden.

—Mi amor, no te he visto en los últimos días, ¿Ocurre Algo? —la mirada de ojos verdes de la mujer se fijó en el varón. Cuando él extendió el brazo derecho, tendiendo la mano abierta con la palma hacia arriba, indicándole que se acercara, así lo hizo. Sin titubeo alguno se aproximó hasta colocarse a su lado. Deslizó la mano derecha por la espalda del mayor y rozó con sus labios el cuello tras echar un vistazo en el mapa sobre la mesa.

Después de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora