Capítulo XI

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—Tenías razón.

—¿En qué?

—En que no debía preocuparme porque nuestro padre diera la orden para asesinar a otro de nuestros hermanos...fue.

—Aún no nos informan nada de lo que ocurrió esa noche—indicó Kuxtal, soltando la mano de su hermana para entonces rodearla por los hombros con un brazo, permitiendo a la menor colocar su cabeza contra él.

—No importa lo que nos digan, sé que no había razones para que mi madre muriera. Nunca ha hecho nada malo—ya no había lágrimas que cayeran por las mejillas de la pequeña, se habían terminado tras los primeros ocho días.

El lugar donde ahora estaban sentado lo compartieron con la fallecida Fei, solían ir a esa terraza para observar el jardín, en particular durante los días de lluvia. El aroma de la hierba mojada era uno que los tres disfrutaban. Esa tarde es templada, el sol ilumina el cielo con sus tonos naranja. La comodidad del sillón donde estaban sentados no aliviaba el dolor de su interior, era aquella habitación que compartían Siu y su madre ahora un lugar triste, por esa razón ha pasado la menor la mayor parte del tiempo en la habitación de su hermano. Solo visitan la actual de forma ocasional.

—En algún momento nos hablará del tema.

—¿Cuándo?, han pasado ya once días. ¿Cuánto más va a esperar?—llevó la mirada a él, apartándola de la vista al jardín trasero del palacio. —Tal vez nunca nos diga nada.

—Es posible. Si ese es el caso, nada podemos hacer. No solo es nuestro padre, es el Emperador, debemos respetarlo aún más que cualquier otro súbdito, y si eso implica no preguntarle...

—No—se apartó unos pocos centímetros. —Esto no puede quedarse así, ¡él no debería continuar haciendo esas cosas!

—Basta—mantuvo la mirada fija sobre ella. —No quiero que digas esa clase de cosas nunca más, podría alguien escuchar y tomarlo como una especie de traición. Ya ha sido derramada suficiente sangre.

—Tú podrías...

—No—murmuró al ponerse de pie.

—¿Por qué no?, sé que si puedes, lo arreglarías todo—tomó la mano del mayor con suavidad.

—Si fallo, algo peor que la muerte será mi destino. ¿Cómo puedes pedirme eso?

—Sé que no fallarás. Lo que pasó con el bebé de la señorita Miray...—su voz fue silenciada ante la fuerte mirada que su hermano le dirigió.

—He dicho que no, y no vuelvas a mencionarlo, ¿está claro?

La respuesta se limitó a un asentir con la cabeza. Volvieron a tomar asiento y el silencio se hizo presente, hasta que el sol se retiró por completo, dejando paso a la obscuridad de la noche sin luna. Regresaron al interior de la habitación, cerrando el acceso a la terraza antes de salir e ir al pasillo.

—¿Quieres que cenemos en el salón?

—Si. ¿Puede haber algo de música?

—No veo por qué no. Hablemos con Gülden para que preparen el lugar—tomó la mano de Siu, llevando un paso lento en su andar a las escaleras.

A causa del reciente evento, el cuerpo de la pelinegro lo resintió, provocando un dolor mayor en su pierna. Sin embargo, esta no quería frenar demasiado sus actividades comunes, una de las últimas palabras que su madre le dijo, es que debía mantener su fortaleza, no permitir que el dolor la haga caer. Ahora la joven de ojos rasgados comenzaba a pensar que esas palabras no eran con la simple intención de darle ánimos, sino que también podían ser para evitarle un destino fatídico. Sabe bien que su padre en varias ocasiones la ha visto solo como una niña enfermiza, que es posible muera pronto. Con lo ocurrido, la nahul no tiene intenciones de ponérselo más fácil.

Después de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora