Capítulo 4

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Con cuidado, el bedel del hospital empujó la silla de ruedas de Kihyun por la rampa en dirección a la limusina que lo esperaba. Un hombre y una mujer subieron al coche detrás de él, un enfermero con uniforme de problamemente de su misma edad, y una joven de rostro alegre. Le sonrieron a Kihyun y se presentaron, pero él apenas prestó atención.

El corazón le martilleaba en el pecho y la adrenalina combinaba el temor con una esperanza desesperada. Tenía la boca seca y un nudo en la garganta. Sobre el regazo, las uñas se le clavaban en la palma.

«Eunjun, Eunjun, Eunjun...».

Como una letanía, el nombre de su hijo reverberaba en su cabeza.

La limusina arrancó.

No supo cuánto duró el trayecto. Tenía las manos enlazadas, y las retorcía con la vista perdida en el parabrisas. El día estaba feo y la primavera parecía hallarse a un millón de kilómetros de allí.

El coche se detuvo ante un edificio anterior a la guerra, con un sendero de cemento que conducía a la entrada. El enfermero y la niñera bajaron. Kihyun adelantó el torso para tratar de ver la casa a través de la puerta de la limusina.

No vio el coche con chofer que se detuvo detrás de la limusina, ni a la alta figura enfundada en un traje oscuro salir del vehículo y observar esa estructura vieja con el rostro serio. La puerta de entrada se abrió y por ella salió una mujer.

Hyunwoo contempló la escena en silencio. Reconoció a la asistente social aún con el pequeño a la cadera. Hablaba con una mujer que tenía al lado, que aún seguían en el porche de la casa. La otra mujer asintió con la cara tensa, alargó la mano con gesto perentorio y comenzó a caminar por el sendero. Hyunwoo sintió un nudo en el estómago al darse cuenta de que conducía a una figura diminuta cuyo andar encorvado y cabeza gacha le creó un nudo en la garganta. En la otra mano la mujer llevaba una maleta. El enfermero y la niñera la siguieron. El instinto lo llevó a dirigirse hacia la figura diminuta.

Pero de pronto se oyó un grito que lo hizo girar la cabeza.

—¡Eunjun!

El grito fue un sollozo a medias. Al oírlo, la figura encorvada alzó la cabeza, con unos ojos enormes en una carita pequeña, y entonces, como un tornado instantáneo, emprendió la carrera por el sendero de cemento y se metió en el coche.

—¡Papi! ¡Papi! ¡Papi! ¡Papi!

La vocecilla sonó aguda e histérica. Kihyun se inclinó y lo subió a su regazo, abrazándolo, ajeno al dolor físico en el pecho, perdido en el júbilo que lo abrumó. Las lágrimas cayeron por su rostro.

—¡Oh, Eunjun... Eunjun! —lo aplastó contra su pecho, con lágrimas en los ojos y éxtasis en el corazón—. ¡Oh, cariño, cariño! ¡El pequeño de papi!

Pensó que podía morir de felicidad mientras abrazaba a su hijo, ya que había pensado que nunca más volvería a verlo a salvo en sus brazos.

En la acera, Hyunwoo observaba inmóvil.

Su rostro parecía tallado en piedra.


El coche volvió a ponerse en marcha. Kihyun fue ajeno a él... ajeno a todo salvo a la manita que le aferraba la suya con tanta fuerza que le partía el corazón.

—¿Has sido un buen niño, cariño? —le preguntó a Eunjun, acariciándole la mejilla.

Él asintió con los ojos enormes.

—No estabas allí —dijo.

—Tu papi ha estado enfermo, pequeño —intervino la niñera.

Estaba sentada junto a Eunjunj, mientras el enfermero ocupaba un asiento plegable frente a ellos.

Hijo en venta [ShowKi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora