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-No entiendo...-

-¿Qué no entiendes?-

-T...tú... tú quirk tu... ¿qué?-

-Es simple, si alguien intentara usar su quirk conmigo no funcionaría-

-...Es...Dios...- Las manos robóticas del hombre van a su cara cubriéndolas. Por alguna razón se sentía avergonzado, como si daño directo le hubiera hecho a su dama. Sentía que Eri era su mayor vergüenza, no por la pobre niña. Lo que había echo, eso era lo horrible. La había despedazado, la había maltratado, le había sacado sangre hasta dejarla en la línea intermedia de vida o muerte.

Sus manos y piernas tiritaban, su mirada se hacía nublosa. Una pared fué de buen apoyo en ese momento. El corazón latía con fuerza ensordeciendolo. ¿Qué había hecho?

-Mi amor...-

Era un desastre. El era un maldito. Se hacía llamar el diablo pero ahora sí se sentía como uno. Se sentía como si el se hubiera casado su mismo infierno.

-¡Chisaki!-

Regresa al mundo real, aún se sentía mareado. Miró a su mujer y solo veía un reflejo de esa pobre niña. Sus piernas lo traicionaron, dejándolo caer de nalgas al suelo. Se alejó de sus intentos por ayudarlo a levantarse.

-¿Que te pasa?-

Ella le preguntaba, con rostro preocupado se acercó a Kai quien parecía ser atormentado por mil fantasmas, tenía el rostro pálido, había empezado a sudar, respiraba agitado.

-Papi, ¿necesitas que te lleve al cuarto?- El hombre mira a su alrededor, podía escuchar los llantos de la niña. Podía incluso sentirla.
-Chisaki Kai- Se detiene, mira a la mujer y jadeante la abraza.

-Eri...- El hombre temblaba, el hombro mojado de la chica era señal de llanto.

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-Llegué- La mujer regresa a la casa, cansada y manchada de aceite y partes sin lavar de un auto. Tu padre estaba en la sala con Chisaki, se había ofrecido a darle terapia, a escuchar sin juzgar.
-Mierda...- Te acercas, tu padre tenía la mirada fija en Chisaki quien lloraba silencioso y cabizbajo.

El padre se levanta, su inmenso tamaño parecía poder tocar los cielos por su pura inmensidad. Una mano va a tu hombro, y un susurro resuena el tímpano.

-Ese hombre, es el mismo diablo.-

Había sido un regaño, n regaño con el que te dejó sola. El estoico hombre había bajado su sonrisa, necesitaba un momento para procesar todo lo que había escuchado. Era solo una niña, Eri era solo una niña, tal y como su pequeña pudo haberlo sido. Aunque el quirk no era el mismo igualmente su niña pudo haber sido su objetivo; podría incluso serlo ahora. El padre por dentro lo que sintió fue intenso miedo; por más que lo negara ella lo sabía, el era un hombre temeroso del ser humano. Ella, quizás también lo era, pero no de este ser humano. Había decidido alejarse del mundo, vivir entre montaña frondosa, todo con el fin de no convivir con otro ser humano; pero el día que lo encontró en la calle no pudo dejarlo, estaba mal herido, con lágrimas casi secas por el rostro, desmayado. Sabía que no sería la mejor persona, de hecho, descubrió que quizás era una de las peores; pero todos merecen una oportunidad, ¿no?

Tal y como a veces las iglesias abren sus puertas amablemente a cualquier pecador, por más horrible que sea el pecado, por más horrible que parezca su mentalidad. Miraba a ese hombre arrepentido, quizás tan arrepentido cómo cuando Moisés mató al egipcio y huyó de su vida como príncipe. Quizás tan arrepentido, y sientose tan indigno como cuando Moisés le respondió a Dios en la zarza "¿Y quién soy yo para ir ante el faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?". No era mujer de seguir religiones fielmente, pero se sabía muy bien esa historia; el asesino que terminó siendo un gran profeta. Sentía ver la misma pena en los ojos de su marido, sí, su marido, eso para ella no cambiaba. Sabía lo que había traído a la casa, y conocía su arrepentimiento. Quizás ahora él le preguntaba a la zarza: "¿Quién soy yo para ser digno de amor?".

La arcángel y el diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora