7: Arepas rellenas y huevos revueltos

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Bustos conocía a Mafe desde los nueve, cuando ambos, unos chiquitos estudiantes de quinto de primaria se pelearon con mordidas y todo por una lonchera, él porque era un fastidio completo y robaba las onces de las chicas y ella porque tan pronto le habían robado la lonchera a Carol, su amiga, salió a defenderla. Aunque todo terminó con un regaño para ambos y un par de curitas poco a poco se convertirían en grandes amigos. Bustos desde que era chico había ido a la casa de Mafe, la había acompañado a celebrar su cumpleaños en Mundo aventura a los diez, había ido con ella al parque muisca de Facatativá a los once e incluso había bailado con ella el vals en la fiesta de quince. Doña Sandra, la madre de Mafe lo conocía muy bien y era un amor de persona con él, era de esas señoras que ofrecen comida sin recato y se interesan de verdad, tanto que a veces a Mafe le daba envidia.

Cuando abrieron la puerta del apartamento, doña Sandra dejó lo que sea que estuviera haciendo con el celular y corrió eufórica a verlos.

Y Mafe solo fue capaz de abrazarla largamente, echarse a sus brazos a llorar como una niña perdida volviendo a casa. También doña Sandra saludó con un beso y abrazo a Bustos y antes de siquiera escuchar las explicaciones les ofreció lentejas que habían quedado del almuerzo. Él estaba asombrado con la cálida bienvenida que le había dado a comparación de sus padres. Era increíble para él que aquella casa ajena le resultara más acogedora.

Mafe le contó lo que sucedió a su madre, desde el vórtice repentino, el mundo de los zombis y como le habían disparado y ya había terminado casi de sanar y aunque doña Sandra era cristiana y no creía del todo en la existencia de los vórtices y los mundos paralelos, al ver a los chicos llegar tan destruidos le creyó. Inclusive para dar fe Bustos sacó de su bolsillo a Rana que se presentó cordialmente a la señora y le explicó que ella había abierto el vórtice, pero también los había sanado y traído de vuelta. Doña Sandra tenía los ojos como platos y también regañó a Mafe, preocupada que cómo es que les había pasado eso y que qué peligro, pero a diferencia de los padres de Bustos, se había tomado bastante bien la explicación de la pequeña odisea en la que se habían metido. Parecía más tranquila que realmente preocupada.

Agradeciendo en todo momento a Dios y a la rana en su mesa.

Las lentejas con arroz aunque no tenían nada en especial, les supieron a gloria completa y lo siguientes veinte minutos se la pasaron arrasando sus platos como zombis hambrientos. Rana también disfrutó de unas cuantas lentejas y una copita de agua.

Doña Sandra accedió alegremente a que Bustos se quedase allí esa noche y le dijo que si necesitaba ayuda podía acompañarlo a hablar con sus padres cuando llegase el momento de arreglar las cosas, él no creía que llegaría un momento de "arreglar" las cosas, pero aceptó la propuesta de buena gana y cuando pudo, le pidió una toalla y logró meterse a la ducha para bañarse después de casi treinta horas de mal olor, desesperanza y sangre que le apestaban.

Adentro casi se quedó dormido de pie, con el corazón henchido de agradecimiento a Mafe, a doña Sandra y al agua caliente. No se había visto en el espejo desde la mañana anterior, pero parecía un loquito del centro: las zonas blancas de la camisa estaban grises si no negras y el escudo del colegio tenía una mancha sospechosa de sangre, el cabello lo tenía pegachento y duro, cuando se lo lavó botó rojo y pasto por el sifón, como si se lo hubiera teñido. Aunque las heridas de su rostro ya las había sanado Rana, aún quedaban pequeñas manchas en donde se le habían clavado los vidrios y su piel estaba manchada y grasosa de varios tonos de grises y negros, sus manos aún le dolían y el brazo empezaba a cicatrizar, pero se veía extraño. El piso blanco al final del baño se veía como un lavadero de perros. Se vistió y salió, Mafe estaba afuera esperando para bañarse.

Después de la ducha estaba demasiado cansado para sopesar más su situación, así que fue directamente al cuarto de Mafe donde le habían acomodado el camarote superior (Mafe le tenía pavor a dormir en lo alto) que había pertenecido al hermano de ella antes de irse a Canadá a estudiar. Mafe también se bañó, pero con la mente tan revuelta como estaba se fijó más bien poco en su apariencia y solo usó la ducha para dar vueltas y vueltas sobre los mismos pensamientos. El remordimiento le aplastaba el corazón como a una ciruela y no era capaz de quitarse la imagen de Arturo mirándolos aterrorizado, la fuerza de su mano intentando no ser arrastrado. El rostro enloquecido de Yvain antes de correr. El llanto.

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