11: Los niños que cruzaban Hjalmaren, el bosque del mundo

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Cuando Rana aún estaba aprendiendo hablar solían llegar akos maduros, mercaderes y diversos hechiceros de lugares lejanos a la gran capital en la que vivía, trayendo baratijas fantásticas, brillantes y divertidas, pepas de colores que explotaban bajo la luz del sol, hélices que volaban solas y capas que hacían invisible a quien las portara, sin embargo todos aquellos objetos fascinantes aunque despertaron desde pequeña un hambre por entender y sintetizar el mundo, no encantaban tanto a Rana como lo hacían las historias.

Se sentaban a veces en los anfiteatros de las plazas, en medio de árboles gigantes que llegaban hasta el cielo y allí cogían un taburete y se sentaban a narrar cuentos para los niños.

Uno de los que más recordaba empezaba así:

«Hace mucho tiempo, dicen, había una luminosa doncella y un brillante hidalgo que vivían en un pueblo que ya las olas hundieron, que quedaba al sur de la bahía de Nosnha. A ambos les llamaban los niños que cruzaron Hjalmaren, el bosque del mundo».

Rana alzaba su manito por sobre las cabezas con toda la intención de detener al cuentero. Le susurraba algo a su madre y la señora, que era la que le daba su voz para preguntar hablaba:

—Mi hija pregunta que a qué se refiere con "Hjalmaren".

El cuentero se pasaba una mano por la cara y sonreía.

—Crudo es el debate, porque muchos hechiceros lo utilizan para llamar a la vida que prospera en el mundo, el bosque que surgió de Njsivil, la primera rama, hay quienes le dicen así a una dimensión donde viven los espíritus naturales, pero hay muchos otros, yo incluido que le dicen Hjalmaren a todas las cosas vivas que interactúan, como un bosque viviente que cambia a cada segundo y está lleno de deseos e intenciones, depredadores, presas, traiciones, alianzas, amistad, amor, muerte.

Y proseguía.

«Estos niños no tenían más nombre que "Niño" y "Niña" pues dicen que entre más simples son, mejor. Ambos vivían corriendo en las cañadas, hundiendo los dedos en las cortezas de los árboles y compitiendo en carreras contra el viento. Por las noches muchos decían que se podían escuchar los sonidos que hacían al danzar con el fuego y los musgos, pues eran niños naturales, silvestres, que solo vivían para su momento y para sentir la sangre que bombeaba su corazón, eran por eso mismo niños libres, niños por fuera de cualquier atadura y cualquier imposición, niños que reían en las oscuras noches y que sentían que tenían alas.

Sin embargo estos niños no eran lo que nosotros decimos felices, aunque reían no comprendían los dolores que a veces sufrían y que salían de la nada, un dolor que nacía en el pecho. Muy asustados por esto fueron a un barranco donde encontraron a un viejo brujo de los que ya no hay: con largas barbas y mirada caballeresca, que con sus manos podía mover el cielo.

Ambos le preguntaron que qué era lo que les pasaba, a qué se debían tan terribles dolores. Entonces el brujo les contestó que era un caracol que vivía en el pecho de cada uno. Ninguno entendió, pero el brujo del barranco les dijo que si quería librarse del caracol debían viajar hasta encontrar una ciudad, si lo lograban, debían vivir allí un tiempo entre aquellas gentes y quizá así el caracol asfixiado por el olor de la ciudad, muy diferente al del campo, saldría haciendo un agujero diminuto en sus costillas mientras ellos dormían.

Los niños no demoraron en empezar su viaje y al cabo de dos días de caminata por los páramos llegaron a la ciudad. Allí las personas eran adultas y no digo que no hubiera niños, sino que tanto grandes como chicos hablaban, vestían y pensaban igual y vivían haciendo trabajos intensos, dolorosos para el alma y para el cuerpo. Cuando vieron llegar a niños tan risueños de inmediato los enseñaron a trabajar en las labores que hacían: dibujar, moldear vasijas, construir casas tan altas como montañas, los niños por ser niños fallaban y fallaban una y otra vez, pues los adultos hablaban con palabras que ellos no entendían y les gritaban. Eso hizo que pronto se aburrieran y dejaran sus trabajos para irse a comer frutas colgantes en los parques de aquella ciudad.

No entendían las leyes de aquel lugar tan rígidas como nunca se habían visto.

Un día mientras corrían uno de los adultos, el que más rabia tenía contra ellos, pues una vez liberaron a uno de los valhfurr que vivía en su casa, detuvo y como venganza por evadir el trabajo y contestar a sus gritos con más gritos los lanzó a un foso de serpientes grandes y de muchos colores que les mordieron por todo lado que pudiesen morder. Los niños gritaron y lloraron tanto que las serpientes se compadecieron de ellos y les lamieron las heridas hasta que se cerraron, haciéndoles prometer que a cambio de aquel favor, liberarían a todas las serpientes que se dice tienen un antiguo encantamiento casi tan viejo como el mundo. Ellos que no querían saber nada más de la ciudad se fueron, aún con el dolor dentro de sí mismos.

Y el dolor con el tiempo se hizo más grave y tuvieron que volver a donde el brujo del barranco que ahora parecía más viejo.

Le preguntaron que por qué el caracol no salía a pesar del tiempo que habían pasado y el sufrimiento que habían sentido en esa ciudad, el brujo que los veía y veía a dos niños heridos, con tierra bajo las uñas y ojos tristes, les dijo que era porque aquel caracol no tenía otro nombre que el de Soledad y que no saldría a no ser que fueran a vivir en esa ciudad. Un caracol que no saldría, sino que a medida que sus cuerpecitos se hicieran más grandes y fuertes él también se haría grande y fuerte y los haría querer salir corriendo de vuelta a las ciudades, pidiendo auxilio y buscando las formas más efectivas de hacer que se estrellaran con otros niños, hiriéndose en el proceso. Los haría querer aprender palabras que no comprendían y construir casas tan altas como montañas pero, que siempre estarían vacías por dentro.

Que los haría correr hasta que descubrieran el hambre.

Hasta que descubrieran también lo que llaman esperanza, una luz de luna tan ligera que puede escaparse a los ojos.

Hasta que descubrieran el nombre de los adultos.

Los niños, horrorizados, pero sin comprender la complejidad de las palabras del brujo salieron corriendo intentando huir, sin embargo fue gracias a esas palabras que los niño tuvieron cuando se calmaron, la resolución de irse de nuevo de aquel bosque en el que vivían, temerosos de lo que vivía dentro de sí.

Y caminarían el resto de sus vidas por el mundo, llamándolo con el nombre de bosque, pues al igual que el lugar donde nacieron y vivieron sus primeros años, estaba lleno de toda clase de cosas inimaginables y con ciclos naturales mucho más complicados, la misma vida que llamamos Hjalmaren. Intentaron comprender, viendo y sintiendo aquellos nombres sin persona a los que se refería el brujo... y bueno si quieren que continúe van a tener que pedirle a sus padres que los dejen quedar un poco más, porque la primera historia es cuando los niños conocen a Kamir, el gran ogro de hielo y esa va para largo».

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