Bustos estaba impresionado por estar vivo.
Sonaba ridículo, pero hasta ese momento no había agradecido, ni se había puesto a pensar en ello. Sus padres tenían la costumbre de hacer una oración todas las mañanas para agradecer a Dios la vida y todas esas cosas. Él no la hacía desde hacía varios años porque le parecía un ritual inútil. Era inútil. Sin embargo después de aceptar toda aquella aventura por el simple gusto de sentirse vivo tenía que admitir que se sentía consciente. Sentía sus piernas, sus manos, el calor, la tensión y el dolor, era consciente del espacio que ocupaba su cuerpo, del peso de la espada, de Mafe atrás suyo luchando por quitarse las llamas. Era consciente de que se sentía más débil que nunca.
Cuando cortó el fuego no pudo evitar pensar que era impresionante estar vivo, lo habían intentado carbonizar, empalar, enterrar, congelar, sacrificar, convertir en zombi, lo habían noqueado, le habían atravesado con flechas y un carnero metálico lo había corneado. Tres veces. Todo en menos de una semana y solo tenía dieciséis años.
El hombre de fuego se veía igual de impresionado, pero de que ellos hubiesen resistido de alguna forma y lejos de parar su ataque redobló la potencia del fuego, eufórico, como si fuera un niño jugando a quemar hormigas con una lupa. Todo el lugar se había envuelto en un remolino de fuego violento que se alzaba, bailaba y caía. Hacía tanto calor que ya sudaba como si aquel lugar fuera Cartagena o Barranquilla. Bustos estaba seguro de que ambos estarían muertos de no ser por la espada que aún hirviendo y soltando humo como si la estuvieran ahumando, evitaba que las llamas los impactaran directamente. Bustos no se quemaba las manos pegadas a la empuñadura y tampoco parecía que su hoja se estuviera derritiendo así que por el momento confiaba.
Mientras tanto Mafe que había alcanzado a ver cómo Bustos se interponía buscó levantarse lo más rápido posible creyéndolo muerto. Su mente estaba en automático y perdía la percepción de la profundidad, viendo de tanto en tanto no al Santiago con la cara roja sosteniendo una espada roja, sino al Santiago con la chaqueta del colegio, un parpadeo, veía entonces el pasto como el pasto del IED Castilla donde salían a jugar voley cuando quedaba tiempo y el tropicario no se veía quemado, sino era como lo había visitado dos años atras: brillante, con muchas personas. Cuando volvió al presente a través del fuego divisó en el pasto la esfera roja que aún estaba e intentó alcanzarla. Para su sorpresa las plantas en su cuerpo se extendieron con su voluntad y atraparon la esfera, la atrajeron y aunque quería tocarla con su mano las plantas le obligaron a abrir la boca. El fuego se extendió por su garganta.
Y le hicieron tragarse la esfera. Al instante sintió como de alguna manera el dolor mermaba. La esfera no tenía ningún sabor en particular. Se sentía simplemente como comer harina.
Finalmente el ataque cesó y las llamas, incluyendo las que consumían a Mafe y a las plantas del Jardín Botánico se apagaron completamente dejando el lugar en quietud espontánea. El pasto estaba carbonizado en partes. Los árboles estaban más o menos quemados y la ceniza caía de sus ramas. La pared del tropicario tenía manchones negros donde había sido tostada e incluso los adoquines del camino estaban medio fundidos. Bustos cayó de rodillas aún sosteniendo la espada y giró. Mafe claramente seguía viva, pues pese a que tenía la corteza de plantas negra y dejando caer hollín, o que el humo salía por todo su cuerpo, se seguía moviendo.
—Qué cagada— dijo el hombre de fuego mirando su amuleto. —Resultaron ser resistentes como piedras.
Tan pronto desaparecieron las llamas Mafe se levantó mientras las enredaderas volvían a crecer por su cuerpo. Bustos contempló asombrado como su piel era regenerada y se volvía a llenar de flores, ella no veía casi nada y se guiaba simplemente por la alucinación. El hombre dio un paso hacia atrás y Bustos también se incorporó preparado para defenderse del siguiente ataque. El joven hizo una T con las manos y se detuvo.
ESTÁS LEYENDO
Vórtices
FantasíaLa vida de Sebastián Bustos da un giro de 180° el día en el que conoce a una rana parlante mágica y la ayuda a escapar de unos misteriosos sujetos. Juntos unirán fuerzas para emprender la búsqueda de un libro de hechizos capaz de hacer que la rana...