«Lo lindo de la noche y las estrellas es que tu rostro habita en todas ellas.
Lo lindo de mi vida es el saber que la gobierna tu ser». Lo más lindo, Las pastillas del abuelo.
Abril PoV
Siempre estuvo en mi mente, en mis sueños. Con cada pensamiento en el que ella aparecía se llenaba de nostalgia mi corazón.
Salma estuvo en mi día a día y ahora estaba entre mis brazos, acariciando todo mi cuerpo, besando cada rincón.
Con suavidad me llevó a la enorme cama donde me ayudó a despojar sus prendas ya que mis manos temblorosas dificultaban la tarea. Me sentí frustrada a causa de mi torpeza, pero ella fue paciente. Demasiado. Trataba de acariciarla intentando inútilmente no entrar en pánico. Quedé paralizada cuando la vi sin nada.
—Abril…
—¿Mmm?
—No te detengas.
La miré a los ojos reaccionando ante sus palabras, no sabía qué hacer. Estaba arruinando el ambiente que habíamos creado. La tenía sentada en mis piernas con su torso desnudo, me estaba costando respirar. La valentía que había tenido al principio se fue al carajo.
Tomó mi rostro con una de sus manos y me dio un beso profundo, rodeé su cintura y la pegué a mi cuerpo. Tener sus senos contra los míos fue una de las sensaciones más calientes que he vivido, no hay palabra que pueda describir con exactitud cómo se siente, era la gloria y fue justo lo que necesitaba para volver a tomar el control.
O eso creía.
Se desató una lucha por el dominio, una en la que innumerables veces sentía que la tenía a punto caramelo. Yo encima, besando su cuello, acariciando sus pechos, lista para ir por más, teniéndola a mi merced y ella sonriendo haciéndome ver que la presa era yo. Me besaba a la vez que apretaba mis nalgas y hacía presión con su pierna en mi entrepierna, aprovechaba ese momento de vulnerabilidad para girarnos y ponerse al mando.
Intenté hacer lo mismo, pero el placer que me estaba dando me debilitaba. Con sus dedos llegó al punto más sensible arrancándome un gemido y de alguna forma activando todas mis terminaciones nerviosas. Sentía arder cada centímetro de mi piel.
Quería hacerle sentir lo que yo sentía, moría por tocarla de la misma forma en que lo hacía conmigo. Así que empecé a forcejear. Y ahí estuvo mi peor error.
O mi mayor acierto.
Con rapidez y con fuerza pero sin hacerme daño, tomó mis muñecas y las sostuvo por encima de mi cabeza. Era dominante y me miró de una manera que supe que no iba a poder con ella.
Eso me excitó aun más. Le regresé una mirada desafiante que le gustó porque me mordió el labio inferior.
—¡Ay, bruta! —me quejé en tanto moví mis caderas buscando fricción también me estaba gustando hacia donde íbamos.
—¿Tanto te cuesta quedarte quieta y disfrutar?
—No disfruto estando aprisionada —mentí.