Carne, sangre, y morbo. (1)

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PARTE 1.




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En una de esas noches donde las cosas funcionan, donde la brisa muerta de una lluvia fuerte oscurece el cielo, me gusta levantarme : desperezarme de a partes.
En la cocina tomo algo amargo, lo acompaño con algo salado o más amargo, muy caliente. Así como fueron los pensamientos que se escurrían por mi cama, arrastrándome por las sábanas hasta el cobijo de la muerte.

No mucho más tarde me siento en la mesa a hacer lo de siempre: dientes, uñas, manos, ojos. Una auto-revisión con un poco de amor exhaustivo. De una yo que no siente apego, ni siquiera a sí misma. Me toco un poco, sintiéndome, mi cuerpo es muy duro, áspero: dormido en una calma fría e insensible.

Las escaleras son bastante oscuras. Cuando toco el piso, me detengo, al pisar la alfombra húmeda. La tomo del perchero y me deslizo dentro de la bata, la seda se siente bien. Con el frío, se siente todavía más suave.
Por la ventana chica se ve todo, respiro. El aire nublado; que me cala hasta los huesos, me termina de despertar. Entonces mis ojos por fin se oscurecen, al compás de goteo lluvioso, y el proceso, empieza de verdad.

Juego con mi cuchillo favorito.
Me calzo y salgo. La puerta no hace ni un ápice de ruido. Al final del desfiladero hay muchas escaleras, un montón, una cantidad excesiva. Despacio. Salgo por otra puerta un poco más grande. La mujer de la entrada; como siempre, parece estar disfrutando de un sueño tranquilizador.

Un manto negro me envuelve entera. Me encanta esta tranquilidad: mi propio ambiente que me absorbe.
Una secuencia de imágenes matutina golpea la calma taciturna: El olor a tierra mezclada con sangre, olor a leche agría, la enfermedad que me llena los pulmones.

No corro, me tomo mi tiempo, escucho, veo, razono. La calle es larga y vacía, sin nadie. Está enferma y muerta por mi presencia. Desde el día en que llegué a los pulmones de este lugar, ya estaba muerto.

En la calle se asoman casas, muchas casas dormidas en un sueño inocente, sin notar el infierno que les espera.
En un pasillo, oscuro y angosto, veo un par de ojos blancos. Un individuo hecho de carne, sangre, y morbo. El hombre que está cernido en la calma, fumando y soñando, no me ve llegar. No hasta que tiene una mancha roja que cubre exquisitamente su faceta más débil y asustada. Me excito.

El sonido inunda el galpón a donde lo arrastre. Su sangre se escurre pegajosa, tentadora y dulce como la miel. La superficie de la piel le brilla. En esa crueldad, de mis actos, puedo ver mi reflejo en ese charco endeble de angustia ajena: Que no encuentra refugio ni pena en mis ojos.

Dulce lameto. En la carne y el destrozo de su alma, mi mente se calma. Mis manos se mueven ágilmente por costumbre. Arranco y secciono con precisión, no mucha. La locura me hace temblar de placer y de gusto. La vista se me nubla de rojo, y caigo a donde nadie puede alcanzarme.

Solo el agua que gotea en la chapa, sus gritos ya no se escuchan. Solo queda su títere usable, a corto plazo. Lo disfruto mientras puedo. Sobre el charco que sigue reluciente, lo muevo inerte.
Su cuerpo parece buscar una salida que no está, en este lugar que no existe para nadie. Nadie más que para él y para mí. El juego no dura mucho, la calentura se me baja y queda nada más que su despojo. Su cuerpo lleno de lágrimas, sudor y charcos de perversión mía: que adornan sus ojos muertos, con miedo.





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.guren.

Enferma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora