Ángel Rojo.

15 1 0
                                    





No hay lugar al que escapar en este mundo de mierda.
Un profundo frío azota cuál látigo hasta el más recóndito espacio de tu cuerpo.
No hay ni un solo momento de descanso.
Solo queda el profundo dolor colectivo. De las personas dormidas, en su propio malestar, egoístas y ciegas, del dolor ajeno.

Sus gritos te rompen los tímpanos. Sordo, tuerto, tosco, casi mudo, afónico: De gritar la verdad y no ser escuchado.
Pobre bicho asqueroso, tus entrañas verdes ensucian el suelo. Donde los culpables; vestidos de traje, desfilan en la oscuridad de una noche pacífica,
después de terminar el trabajo. Desaparecen, en el humo del fuego: donde tus restos fueron machacados hasta el polvo.

Pobre hombre ingenuo.
Enfurecido, inflaste tu pecho.
Volaste con ilusión; inflado de orgullo, creyendo que tus acciones pintarían de rojo justiciero, las calles negras de muerte y agonía.
Pobre de tu esfuerzo inútil.
Con los gritos de odio, la guerra, y las sirenas, no se oyó tu llanto de gloria.
Tu pecho recibió las balas, te desinflaste y caiste, haciéndote pedazos.
Inerte, estúpido y engañado, con tu propia estupidez. Pereciste inútilmente y sin sentido.

Por qué habría de perdonar tu idiotez.
Sobre la calle tus tripas caen. Un tumulto de caníbales se acerca para devorarte.
Tantas veces corrimos por esta misma calle.
Un fuerte estallido alerta a las ratas que te comen con furia.
Explota la sangre a tu alrededor: ahogandolas, en tu furia roja, muerta y podrida.

El reloj corre.
Pobre cucaracha, estás tirada.
Rota, patas arribas, pisada y reventada hasta el cansancio.
El veneno del aire de esta ciudad te asesinó.
De color marrón como la mierda, nunca nadie quedó hipnotizado con tus alas chuecas. Las mariposas se robaron tu protagonismo, sucias criaturas sin sentido. Comiéndose la atención del resto con sus colores vacíos, para morir al poco tiempo.

Tus ideas, en cambio, nunca van morir.
Cómo las cucarachas soportan bombas. Aún detonado, la calle se rompe de gritos de dolor, que no me alcanzan.
Son ellos, que te escuchaban y te amaban, los que gritan tu nombre angustiados.

Y así; pisado como una cucaracha, te rodea la multitud, mirándote con lastima y dolor. Su pena y su furia, que  ardientes prenden en fuego esa calle silenciosa de pena, te queman hasta que te desvaneces. Iluminando de rojo la ciudad. Que para mí, está fríamente vacía.

El reloj hace unos ruidos estridentes, a mi alrededor el fuego se enciende, de tus entrañas. En el humo tu cara se dibuja, dormida en un sueño profundo. Del dolor que nunca voy a entender del todo, aunque pueda ser palpable.
Porque moriste por mi mano, yo no voy a vivir por tus idioteces, ni por tu fe idiota de que algo cambie.
Porque cuando te fuiste, el rojo de tu sangre dejo una mancha imborrable, la de un odio profundo, en mi interior. Latiendo, como una bomba oxidada.

Nunca fuimos iguales.
Eras la luz en el profundo mar negro de estos suburbios venenosos de peste humana. Yo era la carne humana fresca, todos llevaban un poco de mí.
Era la pólvora, la guerra y el pecado.
Lo más humano y asqueroso, listo para atacar, para matar. Para ser la naturaleza oscura que el resto no podía soportar en si mismos. Y por eso, me vendí. El asesino formidable, que nunca descansa de matar y pecar. Y me odiaste profundamente.
Estaba feliz de manchar tu pecho rojo de negro oscuro. Del negro oscuro que fluía y fluye por mis venas. Al compas del latido de tu corazón. Mis venas  siguen tan apagadas y muertas como tu cuerpo en mis brazos.

La mancha en tu pecho, el cartucho que cae detrás mío. Vividamente lo recuerdo como si fuera ayer.
Tus brazos se movían como serpientes saliendo de una cueva, locas y frías, buscando desesperadas la luz.
Más balas te atravesaron, y tus ojos saltaron. Escupiste sangre y derramaste lágrimas de amor odioso al mirarme.
Porque te ví, cuando susurraste mi nombre, al verme al final de la pistola que te asesinó. Sonriendo estúpidamente.
Lo último que dijiste. Mi nombre.

Y aún así no podría perdonarte, por ser ilusio, por ser mortal, por ser humano y por ser. Todo lo que amo. Y lo que odio. El pecado que me cambió, el ángel que sedució a un pobre demonio. Para abandonarlo con el corazón roto.
Más pecador y más condenado que antes, estoy viendo cómo tus alas de cera se derriten y me queman. Cómo tu luz que nunca voy a poder alcanzar, sube a lo más alto del cielo. Dónde no puedo entrar.

Tosca serpiente ciega que soy, reptando no puedo alcanzarte.
A dónde no puedo ir, te vas para siempre. Y por eso no puedo perdonarte.
Por el amor que dejaste sembrado en mí, no puedo perdonarte. Porque me está matando dolorosamente.
Solo y desamparado, la muerte me rodea, como siempre.
Matar ya no me calma, porque matar me está matando.

Dejaste un bomba que me está matando, está carcomiendome, hasta mis negros huesos.
Un corazón cableado, rojo y reluciente. Está latiendo en el fondo de mí, por tu culpa.
Bajo mis alas negras me refugio, pero el peligro yace en mi interior, explota dentro de mí.
Ahora dentro es afuera, y mis entrañas vuelan.
Malévolo ángel, por esto, nunca podría perdonarte.


Enferma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora