EPÍLOGO

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Dos años después...

Jimin sacó el pañuelo de tela que llevaba al interior de su saco de diseñador y lo tendió hacia su mejor amiga. Da Eun lo tomó de inmediato, haciendo sonar su nariz mocosa en él.

—Ojalá y se pesque una enfermedad que haga a su pequeño pene caerse. —dijo entre lágrimas procedentes de la rabia pura en su corazón.

Contexto; el chico con el que llevaba meses saliendo había resultado ser un completo patán, engañándola a pesar de saber que ella esperaba un bebé suyo y ahora que ella lo había perdido por un problema de estrés, él le estaba pidiendo volver a intentarlo.

—Bueno, tienes amigas que tienen amigas, que tienen amigas. —Jimin le dio unas palmaditas a su mano. —Nos vamos a enterar tarde o temprano si algo así sucede. —Le dio una sonrisa para tranquilizarla. —Vamos, no llores por él. El tipo es un asco en todos los sentidos, te libraste de tener un bebé feo.

Da Eun lo miró seria.

—Eres un idiota. —respondió. Ella sabía que no era un consuelo real nada de lo que Jimin decía, pero no podía culpar a su amigo por intentar animarla. Aunque fuese muy a su manera. Otra ola de lágrimas sensibleras la atacó de golpe. —No te creas, te amo. Solo estoy tan dolida.

El chico frente a ella cabeceó compadeciéndose.

—Lo sé. Me preocupas.

—Ha Eun prometió quedarse conmigo esta noche —Da Eun dijo reuniendo sus cosas y a sí misma. —Apenas salga del trabajo, estará en mi puerta. Así que guardaré algo de lágrimas para derramar en mi departamento. Ya pasará, sé que lo hará. Pero quiero llorarle como es debido.

Jimin se extendió para abrazarla entendiendo el sentimiento a la perfección. Da Eun le correspondió envolviéndolo estrechamente.

Tiempo atrás, un tiempo que parecía muy lejano ya, ellos habían estado en esa cafetería; una reunión entre los tres mejores amigos que fue el comienzo de la vida como tal para Jimin. Y dado los buenos resultados que él había obtenido, el lugar se había quedado como una cábala para compartir todas las noticias importantes.

Trabajos habían pasado, amores y desamores. Algunas mudanzas y el susto de más de un bebé en camino. Las mesas en que se sentaron variaron, y no siempre pudieron coincidir los tres en la misma ocasión. Pues como en toda vida adulta, los deberes eran muchos y el tiempo para el placer escaso. Pero ellos lo intentaban, siempre aferrándose los unos a los otros. La familia que habían escogido tener.

—Basta de mí —dijo Da Eun haciéndose atrás. Ella seguía luciendo llorosa, un poco desastre, sin embargo, plantó su característica sonrisa en los labios. —Dame buenas noticias sobre nuestro negocio.

Gustoso de poder desviar el tema de conversación, Jimin sacó su teléfono y juntando su silla a la de su amiga, procedió a enseñarle.

—La aplicación va bastante bien —Su dedo se deslizó por la pantalla, señalando gráficos y estadísticas. —Tuvo un buen flujo de público en la primera semana. Más del sesenta por ciento de la gente que la descarga, se crea un perfil en los primeros diez minutos.

—Eso es genial —dijo la chica sintiéndose contenta.

Jimin le dio un guiño.

—Más que bien, dulzura. Recuerda que nuestros gustos son caros y nuestras cuentas bancarias dependen por completo de este invento; estamos creando el Tinder de los nerds aquí.

En efecto, y tras darse muchos cabezazos tanto literal como figurativamente, Jimin y Da Eun habían llegado a la idea de crear una aplicación de citas que te emparejara con personas acorde a tus gustos musicales, de libros y cosas por el estilo. Había tomado un tiempo aprender sobre cómo diseñarla y otro más el manejo para hacerse conocer, con una inversión económica no menor, pero ahí estaban, meses después viendo a su creación dar sus primeros pasos.

Para cuando ellos agotaron el tema, el sol comenzaba a entrarse en el horizonte, Jimin miró su reloj de pulsera confirmando que era hora de marchar. Se despidió de su amiga con otro abrazo rompe huesos y la vio perderse entre la gente. Era una sensación agridulce, pero él sabía que ella se repondría. De entre sus amigas, Da Eun era la más agallada.

Con paso constante, emprendió el camino a su departamento. Un pequeño piso terroso y vacío no muy lejos de allí, al que le faltaban muchos muebles que agregar y limpieza que hacer, pero les había costado medio año de trabajo a él y a Kook hacerse con el dinero del arriendo, de modo que valía cada peso.

Jungkook, el hombre detrás del telón de su obra.

Jimin ya no se molestaba en verlo de otra manera, el chico que le había tomado la mano y negado a soltársela una noche cualquiera, se había convertido en su todo. Eran una pareja, dispareja, más que curiosa; pero nadie que los viera podría negar que se amaban con locura.

Con ayuda de los padres de Kook, habían logrado terminar de estudiar y ahora se lanzaban preparados a los brazos de la vida.

Jimin aun no podía creer en su suerte a veces. Aunque una cosa era cierta, no se arrepentía de ninguna cosa a través del viaje.

Llegó a casa a eso del anochecer, se quitó la chaqueta en la entrada dejando así atrás su empaquetamiento frente al mundo. Aquí era su hogar, no necesitaba verse bonito. A los ojos de Jungkook él era más que eso, y el conocimiento de ello mezclado con el olor a comida casera en el aire, le demostró su punto.

Jungkook salió del área de la cocina a su encuentro. Llevaba una camiseta sencilla que dejaba ver sus brazos fibrosos y una mancha de pintura en la mejilla que le daba un toque tierno. Jimin fue hasta él derritiéndose en aquellas manos amorosas que ya conocía tan bien.

—Tuve un día realmente horrible. —Se quejó Jimin abrazando a su chico por los hombros. Sus alturas no habían cambiado con los años y él seguía pudiendo hablar directo en el oído de Kook. —Es viernes, como me gustaría irme de fiesta.

Jungkook le dio un sonoro beso en la mejilla como respuesta, hasta reclamar sus labios, más tierno y amoroso.

—Vas a estar bien. —dijo con sencillez, la tranquilidad misma mientras lo guiaba a la mesa del comedor donde la cena ya estaba a la espera y humeante. —Puedes comenzar a contarme qué tal te fue. He terminado de pintar nuestra habitación, así que estoy preparado para escucharte todo lo que necesites.

La veta dramática de Jimin siempre buscaba relucir, de modo que le echó mano entre bocado y bocado. Su charla fue banal, un lamento de todo en su mayoría, con un Kook sentado frente a él mirándolo con ojos de completa adoración.

—Aunque sería divertido embriagarnos y besarnos bajo los efectos del alcohol. —Kook admitió con una risilla queda. —Podríamos quedarnos este fin de semana en casa y terminar de arreglarla cuando, tú sabes, dejemos la cama.

Jimin se extendió en la mesa para tomar sus labios. Dios, como amaba a este hombre.

—Tienes mejores ideas que yo. —admitió arrastrando las palabras.

Kook estaba sonriendo. Tan sencillo como él era. Tan perfecto para el frágil corazón de Jimin.

—Tengo tanta suerte de haberte encontrado —dijo este último afectado. —Sé que debería sentir lastima por el resto de la gente. Digo, todos deberían tener un Jungkook en la vida. Pero tú eres solo uno y eres mío. Los plebeyos tendrán que conformarse, supongo.

—¿No podrías compartir? —Kook le tomó el pelo solo para ver el lindo gesto de Jimin al ofenderse.

—¿Estás loco? Yo no comparto, soy un hijo de puta ambicioso; contra más, mejor. —Y para reafirmar su punto, hizo su plato a un lado para lanzarse a los brazos de Kook quien estaba esperando esa justa reacción.

La comida fue pronta olvidada, lo bueno es que ellos tenían un microondas que los ayudaría más tarde como en tantas otras ocasiones. Por el momento, ellos estaban desnudándose entre besos y palabras inconexas a medida que el calor de la habitación aumentaba. Aún quedaban lugares en la casa que bautizar y sin ojos curiosos alrededor, no había tiempo que perder.

Ellos no eran la mezcla clásica. No eran lo común. Pero funcionaban. Y como se amaban.

Al final del día, solo importa donde tu corazón esté.

Flores en el cabello Donde viven las historias. Descúbrelo ahora