CAP I: LA REALIDAD ES INFINITA

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El intenso calor del sur ocasionó que su camisa de algodón se aproximará a la capa de sudor que poseía su piel en ese momento, provocándole soltar un gruñido bajo que se ahogó contra sus dientes.

Si bien, las clases de baile ayudaban a tranquilizar aquella adrenalina que la albergaba constantemente, era un problema estar totalmente sudada y que las personas se le quedasen viendo. No es que se quejará de su figura, al contrario.

Poseía una belleza digna de un Dios. Recordaba, vagamente, como su madre solía decírselo.

Sólo,... consideraba pasar a segundo plano para las demás personas. Lo cual era algo difícil, si tenías la piel tersa y blanquecina como el fulgor de la luna, el cabello rubio platino como si fuese bañado por el mismo sol y un par de rubíes que demostraban una frialdad, indiscutiblemente, candente. Aún si estos eran ocultos por lentillas de color castaño, dando un aspecto casi cobrizo al iris.

Si de por sí, dentro del Clan Luna Blanca, lugar al que, alguna vez, considero hogar, era un completo fenómeno. Imaginarse que en la ciudad sería lo contrario, se convertía en una idea absurda de pensar.

Salió de sus pensamientos cuando su nariz encontró un aroma instintivo que ocasionó que aquello oculto dentro de su piel le rasgara con angustia.

¿Qué demonios...?

Ese aroma a costa y olas del mar le entretuvo enseguida haciéndola alzar la mirada para encontrarse a unos pocos metros a la dueña de ese enigmático olor.

Llevaba el cabello avellana suelto por sobre los hombros. Tenía una piel clara y blanca. Su rostro era redondo y poseía una nariz perfilada que se unía contra un par de castaños orbes. La figura de la muchacha no era una excepción. Sus finas caderas hacían contraste con sus glúteos firmes y sus derechas piernas que relucían de buena manera a través de su   pantalón.

La susodicha estaba recostada sobre el Optra LT color plata de Rosé. Quizás esperando a alguien. Algo que ocasionó una leve curiosidad a la albina, ya que sabía de antemano que la universidad había terminado su jornada laboral hace una hora.

Dispuesta a alejarla del coche de su amiga, se detuvo en seco cuando los brillantes orbes avellanas se dirigieron a los suyos propios.

Desconocía su cuerpo en ese momento.  Pues, éste había tomado completo control de sí mismo en acercarse a la desconocida.

Tal vez, si la abrazaba podía sentir más de esa deliciosa fragancia. 

¿En qué pensaba?  Se regañó, mentalmente, la albina. Seguramente, la fatiga del baile la estaba haciendo delirar.

Fueron cortos momentos en silencio, observándose, mutuamente, sin poder reaccionar. La castaña estaba apreciando cada detalle de la belleza emergente de aquella albina. Desde su rostro esculpido en porcelana blanca, y tallado con una expresión seria, hasta sus trenzado cabellos dorados.

También se fijó en la constelación de lunares sobre el rostro de la albina, y sus llameantes orbes cobrizos.

— Qué hermosa es...— Se sonrojó al fijarse que no poseía autoridad sobre su voz. 

Cuando tuvo la sensación de retractarse, enmudeció. La albina ya había escuchado dicho comentario.

¿Qué pasaba con ella?

Carraspeó, ligeramente, deseando que así disipar la vergüenza que la bañó.

—Myoui Mina, ¿Cierto?— la vio enarcar una ceja con curiosidad.

Ya había soltado algo, no podía echarse para atrás. Se animó internamente.

—¿Nos conocemos?

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