CAP X: FUERTES DECLARACIONES

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POV. NAYEON

Bajé hasta el estacionamiento subterráneo y cogí uno de los coches que aguardaban en la línea privada de mi familia, realizando algunas maniobras logré salir a la avenida principal, mientras encendía el estéreo.

Mentiría si dijera que no estaba nerviosa de verla, habían pasado días en los que desconocía la existencia de las lobas, o al menos de Mina.

En ciertos días, iba acompañada de Jackson a Starbucky, el restaurante en el que Rosé trabajaba como camarera. Hablábamos y sabía pocas cosas de ellas que solía contarme como, por ejemplo, el hecho de que Mina se disculpó con ambas por dejarlas a la deriva esa vez en el apartamento, o el hecho de que Ryujin había logrado sacar una excelente calificación, de su quinto semestre, promedio en la universidad.

Aparqué el coche cerca de una de las entradas al parque. Saqué las llaves y aseguré el coche después de salir. Caminé dentro del lugar dejándome llevar por los ruidos que emitían las ardillas y los pajaritos que surcaban las ramas.

La naturaleza botánica del parque relataba.

Seguí el camino de piedras hasta dar con la sección de las bancas mientras me desviaba a una banca cercana a la laguna central del parque, el cual poseía una gama de frondosos árboles y arbustos que, sincronizados, danzaban contra el aire.

En el corto tiempo que examiné el lugar, verifique la hora en mi celula y me di cuenta que había llegado algo temprano.

Sentí un peso extra al lado de  Mi en la banca, a lo que me dispuse a saludar, pensando que se trataba de Mina.

Pero no fue así.

A mi lado yacía un hombre, casi apuesto que el castaño que se presentó en el ascensor, con la cabellera de un tono carmesí resplandeciente. Su fina piel blanca demostraba lo sobresalientes que eran sus pómulos y barbilla.

Un sujeto casi perfecto.

Pero no fue su figura o su color de cabello lo que, en realidad, me sorprendió, fueron sus orbes. Tenía el mismo tono oscuro de rojo y la misma llama ardiente de brillo.

— Es hermoso como miles de rayitos de sol pueden hacer en una planta.— farfulló el desconocido. — ¿No lo cree, señorita?— cuestionó, girando su rostro ligeramente hacía mi.

— Lo es— contesté suave.

Su aura no era amenazante, aunque sus orbes lo parecían,  demostraba una dulzura inigualable.

— Quisiera que fuera así todo el tiempo pero sé que no puede ser así ya que no controlamos el tiempo— anunció, decepcionado, desviando su atención al suelo.

— Tenga esperanzas, señor...— rebati, algo dentro de mí impedía que el hombre cayera en la melancolía. 

— ¿En serio lo crees? ¿Es posible que el resto de los seres humanos no destruyan lo que vemos ahora para convertirlo en sus propios deseos egoístas?— el hombre se aseguró de mirarme, detenidamente, mientras hablaba.

No tuve más remedio que guardar silencio. Era obvio que lo seres humanos llegábamos a acabar con lo que nos obstaculizaba nuestro alcance a la cima.

— Tal vez, sea cierto.— siguió hablando el hombre. — Quizás, pueda encontrarlo mejor de lo que es ahora, pero eso no impedirá el desastre que el ser humano está acostumbrado a realizar— aseveró, con un tono más serio. — Recuerde que no todos piensan de la misma manera en la que usted lo hace— comentó, dejando que me llene la incertidumbre.

El sujeto hablaba como si me conociera pero, a la vez, también se refería a una desconocida más.

—  Perdone, ¿Señor...?

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