𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰𝑰: El vampiro a quien odio.

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𝑬𝒅𝒎𝒖𝒏𝒅𝒐 𝑫𝒊𝒂𝒛

Me desperté adolorido en la parte de mí cuello sin saber dónde estaba exactamente. Con una pequeña iluminación del sol alumbrando mí rostro.

Me pase la mano por la parte de mí cuello dónde sentía una molestia.

—¿Que mierda...

Me percato de que estoy en un tacho de basura, tapado con una camisa bordo acompañada con un papel con sangre que decía "lo siento".

Arrugue el papel tomando conciencia de lo que había pasado antes de quedarme dormido.

Antes de que pudiera matar a ese bombero su sed llego a un límite incontrolable. A lo que mis latidos no ayudaron, me sometió, y no pude hacer nada.

Por lo sucedido, me di cuenta que él no sabe nada acerca de que es.

𝑬𝒓𝒂 𝒅𝒆 𝒆𝒔𝒑𝒆𝒓𝒂𝒓𝒔𝒆.

Si, lo era.

Un vampiro con ansia de sangre como él puede llegar a acumular cierta fuerza por su sed. Por eso el peligro y la necesidad de querer matarlo.

La terminar de clavar sus dientes en mí cuello uso su hipnosis sin darse cuenta y paso lo que pasó.

¿¡En tres días ya puede usar hipnosis?!

Su transformación está muy acelerada, normalmente suelen tardar semanas en comenzar los síntomas.

Aunque el no lo sepa él es un peligro.

Me enderece lentamente del tacho de basura con mí ropa toda sucia y olorienta. De todos los lugares un basurero, para eso prefiero que me deje en el piso.

Mis jeans y mí remera mangas largas blanca, sucias. Mis zapatillas deportivas no me importaban mucho. Y mí sudadera musculosa negra estaba bien, solo un poquito manchada con mí sangre pero nada fuera de lo normal.

Salgo de aquel lugar que resultaba ser el callejón llevándome la camisa no porque tuviera frío sino para poder rastrearlo.

Su esencia es peculiarmente fuerte pero sueve. Y un olor a lo que solemos llamar sucio.

Al pasado de unos pocos minutos, de correr muy rápido, llegue a su departamento, donde se hospedaba o él vino solo de pasada

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Al pasado de unos pocos minutos, de correr muy rápido, llegue a su departamento, donde se hospedaba o él vino solo de pasada.

𝑺𝒊 𝒉𝒖𝒃𝒊𝒆𝒓𝒂 𝒂𝒍𝒈𝒖𝒊𝒆𝒏 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒐𝒔𝒂𝒔 𝒔𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒑𝒍𝒊𝒄𝒂𝒓í𝒂𝒏.

Me puse su camisa sacándome la sudadera, para que el no rastreara mí olor aunque mí ropa oliera a mierda; ya que si su transformación está acelerada no podía esperar menos de que pudiera reconocer mí olor o mis latidos.

Busque una posible entrada, percatando me de que tenía dos opciones: su puerta o su balcón....

Entre al edificio y empecé a subir las escaleras, por lo cual una señora, sospecho la que vigila quien entra y quién sale, me preguntó a dónde hiba.

Lo que está prohibido es lo que más deseamos. (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora