El útero mágico

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Helena buscaba la bendición de la abundancia, ¿y qué ha hecho ella por la abundancia? Helena quería parir toda Troya, no por amor a la vida, no por amor a la guerra sino por la avidez del mundo; la propagación. Deseosa de la continuidad, añorando la abundancia, Helena buscó por las ruinas su mayor deseo, quería ser capaz de portar el renacer del mundo, ¿podría merecer eso? ¿Cómo podría tener esa dicha? Después de lo que hizo... Su mente la atormentaba.

La férrea búsqueda de la bendición que otorgaría al mundo, no la llevó sino a los más inmundos lugares que un ser podría pisar, no era inmundicia por la bendición mortal, era inmundicia por renacimiento puro y abundante, la podredumbre del ciclo vital que es la abundancia perpetua. Habría encontrado a un ahuizote que la guiaría por el mesopelágico de la flores, hasta llegar a la morada de aquél espléndido abundante.

¿Eran ciertas todas esas leyendas de los muertos? Que, cuando estaban vivos, hubo un brujo que podría parir el mundo, ¿qué habría de tener para dar tal bendición? Sólo Wotan sabría responder si el vestigio divino de Vanaheim sería capaz. ¿Cómo iba Helena a obtener la bendición de la abundancia, siendo maldita por la guerra? Ella era inocente del descaro de la discordia y la exasperación de los olímpicos, ¿verdad?

El ahuizote se diluyó dejándola en la senda lacustre, vagando entre los ahuejotes, ¿dónde estará la abundancia? Hasta que te es otorgada, puedes tener la dicha de relucirla. Pasaron tres mil ciclos vitalicios donde el mundo sucumbió a la penumbra, fue entonces que la abundancia se presentó a Helena.

—Pide, y se te dará —afirmó el cerebro de tiburón.

Su boca se había deshecho, sus palabras fueron insonorizadas, su cuerpo, alma y mente fueron disueltos en la nihilidad, ¿cómo habría de responder?

—Busca, y encontrarás —apaciguó la abundancia.

Su espíritu habló, no el espíritu de Helena, no el espíritu de su pueblo ni el ímpetu del deseo, habló el espíritu de la muerte, habló la vida, habló la feminidad, habló la humanidad, habló el arte, habló la belleza, habló el sufrimiento, habló cada parte que conformó la existencia de Helena; habló su mundo.

—El mundo que has creado te ha maldito, el universo que has creado te ha bendecido, ¿Qué podrías querer de la abundancia? —preguntó el brujo, y en él se movía el útero—... Lo que quieres, la existencia te lo otorga.

Y recibió la abundancia.

De forma histérica se creó el ciclo una vez más, de forma loable el mundo acabó, y sin forma alguna de explicarlo, el nacimiento mortuorio llenó el vacío.

Tlamatilisteokalli | PoemarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora