{ 1 / 5 }

2K 142 1
                                    

Todo el color que tenía se escurrió del rostro de Savannah.

-¿Qué dijiste?,- susurró.

Posiblemente no pudo oírla. Él estaba parado a una buenas treinta yardas; ella apenas había podido oír la única palabra que él había dicho, a pesar de que de alguna forma el sonido había sido perfectamente claro, como si lo hubiera oído dentro de ella tanto como afuera. Pero la expresión en su rostro cambió sutilmente, a algo más alerta, sus ojos más penetrantes. Su mano extendida de repente parecía más imperiosa, a pesar de que su tono se volvió zalamero.

- Que vengas conmigo.

Temblorosamente ella dio un paso atrás, pensando en cerrar la puerta. Esto tenía que ser pura coincidencia, pero era fantasmal.

-No corras, -dijo él suavemente. -No hay necesidad. No te lastimaré.

Ella nunca se había considerado una cobarde. Sus hermanos la habrían descrito como un poco demasiado temeraria para su propio bien, obstinadamente determinada a trepar cualquier árbol que ellos pudieran trepar, o balancearse en una soga tan alto como ellos antes de dejarse caer al lago. A pesar de la misteriosa semejanza entre el sueño y lo que él había dicho recién, su espina se puso tiesa, y miró fijamente a Harry mientras él permanecía debajo del sauce llorón, rodeado por la ligera bruma. Una vez más, estaba dejando que una extraña coincidencia la asustara, y estaba cansada de estar asustada. Sabía instintivamente que la mejor forma de dominar cualquier temor era enfrentarlo -de ahí su viaje al lago- por lo que decidió darle una buena, dura mirada al Sr. Styles para catalogar las similitudes entre él y su amante en los sueños. Ella miró, y casi deseó no haberlo hecho.

El parecido no estaba solamente en sus ojos y el color de su cabello. Podía verlo ahora en las poderosas líneas de su cuerpo, tan alto y duro. Vestía jeans y botas de caminar, y una camisa de a cuadros de manga corta que revelaba la musculatura de sus brazos. Ella notó el espesor de sus muñecas, las muñecas de un hombre que hacía regularmente duro trabajo físico.

Jadeó, sacudida por el pensamiento. ¿De dónde había venido esa idea? ¿Qué sabía ella de espadachines? No eran exactamente el grueso de la población; ella ni siquiera había conocido a alguien que practicara esgrima. E incluso mientras se imaginaba los elegantes movimientos de la esgrima, descartó esa comparación. No, por espadachín quería decir alguien que usaba un sable en batalla, abriendo tajos y cortando. Un destello de memoria se lanzó hacia ella, y vio a Harry con una enorme espada escocesa en sus manos, solo que se había llamado Joseph y luego fue Luk, y estaba la corta espada romana que empuñaba...

No. No podía dejarse pensar así. Los sueños eran una fantasía subconsciente, nada más. Realmente no reconocía nada en Harry. Simplemente lo había conocido cuando era emocionalmente vulnerable y fuera de equilibrio, casi como si estuviera en el rebote de un romance fallido. Tenía que dominarse, porque no había forma de que este hombre tuviera algo que ver con sus sueños.

Él aún permanecía allí, su mano extendida como si hubiera pasado solo un segundo, en lugar de un minuto entero como ella sentía.

Y luego él sonrió otra vez, aquellos vívidos ojos arrugándose en las esquinas.

-¿No quieres ver las tortugas bebés? preguntó.

Tortugas bebés. La perspectiva era encantadora, sorprendentemente cautivada por la idea, de algún modo Savannah se encontró dando un par de pasos hacia delante hasta que estaba parada ante la puerta enrejada del porche. Solo entonces se detuvo y miró abajo hacia su camisón.

-Necesito cambiarme de ropa.

Su mirada se deslizó sobre ella.

-Luces genial para mi.- Él no trató de ocultar la ronca apreciación en su tono. -Además, pueden desaparecer si no vienes ahora.

Savannah se mordió los labios. El camisón no era atrevido, después de todo; era de sencillo algodón blanco, con un escote modesto y pequeñas mangas sueltas, y el ruedo le llegaba a los tobillos. La cautela luchó con su deseo de ver las tortugas. De repente no pudo pensar en nada más lindo que tortugas bebés. Tomando una rápida decisión, abrió la puerta y caminó sobre el alto césped. Tuvo que levantar el ruedo de su camisón para evitar que se arrastrara por el rocío y se mojara. Cuidadosamente caminó a través del crecido jardín hacia el alto hombre que la esperaba.

Casi lo había alcanzado cuando se dio cuenta cuán cerca estaba del agua.

Se heló en medio de un paso, incapaz de siquiera mirar a la derecha donde el lago susurraba tan cerca de sus pies. En cambio, su mirada inundada de pánico se concentró en el rostro de él, instintivamente rogándole que la ayudara.

The Lake / h.s✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora