Capítulo 4

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Lila

Sábado 17 de diciembre, 2022

No debería ser normal levantarse a las nueve de la mañana y que la sensación térmica supere los -15°C. Por suerte empaqué mis abrigos largos de piel sintética, que en la única época que puedo usarlos es en ésta. Me enfundo en unos jeans negros, una polera con cuello largo de color blanco y mi abrigo de piel marrón. Por último, me calzo con unas botas negras.

Acomodo un poco la cama para cuando llegue el servicio de limpieza del hotel; si bien no soy del tipo desordenada, de igual manera me gusta tener todo menudamente decente.

Al salir de la habitación sólo puedo pensar en la semana más agotadora que se me viene. El hotel en sí no es malo, pero está cubierto de nieve en el exterior por la gran montaña para esquiar que hay a unos metros. Ya en el comedor visualizo a mi madre con Fitz y Odell.

—¿Te quedaste dormida? —pregunta Evelyn, y se lleva una taza de café a sus labios.

—No, quería desayunar sola —respondo a la vez en que tomo asiento y continúo—: Lamentablemente, ustedes no han terminado.

Odell carraspea y llama a una de las meseras para que me alcance el menú.

—Hay cosas muy sabrosas, Lila, puedes probar las galletas de chocolate o, incluso, el pastel con pasta de maní —sugiere el susodicho, y por un momento quisiera disculparme por ser tan descortés con él. Pero, en cambio, hago caso omiso a sus palabras y pido huevos revueltos, tocino, frutas y un café con leche.

—¿No te quedarás con hambre? —señala sarcástico Fitzgerald. Sé que no debo escuchar esa clase de comentarios, debo dejarlos pasar, pero mis oídos son susceptibles a ellos, por lo que me quedo callada hasta que me traen la comida. Con suerte le doy un sorbo al café, mas no toco lo que hay en el plato, y mi madre se da cuenta.

—Será mejor que vayamos a aprontarnos para esquiar —se levanta rápido de la mesa y mira a los otros dos para que hagan lo mismo—. Lila, si decides ir, te estaremos esperando.

Cuando finalmente se van, agarro el tenedor y me permito dar un bocado a cada cosa que pedí.

A veces las personas no se dan cuenta que, con un simple comentario mal intencionado que salga de sus bocas, arruinan completamente el día y la seguridad del otro. La sociedad entera tendría que aprender a usar la empatía, porque, de lo contrario, estaremos destinados al declive del ser humano.

***

Acomodo la MacBook en la cama mientras espero que mi abuela, la aclamada actriz de teatro de los ochenta, Marcie Taylor, conteste a la videollamada. Luego de unos minutos, lo hace, y me encuentro con una señora a la que los años no le pasan. El corte bob de un color platinado le rejuvenece la cara, y el delicado maquillaje con un color de labios rojos no dejan ni entrever sus sesenta y ocho años.

La abuela comienza a saludar con la mano mientras me regala una sonrisa de esas que deja deslumbrar su amor por mí.

—Lo siento, querida, todavía no me acostumbro a este tipo de llamadas —dice, apenada.

—No te preocupes, abuela, tienes todo el tiempo del mundo para acostumbrarte.

Marcie suelta una pequeña risa que me contagia al instante.

—¿Qué tal la están pasando? —pregunta.

—Ya te podrás imaginar... Mamá está jugando a la familia feliz, y yo estoy encerrada en la habitación de hotel.

—Oh, Lila... ¿Por qué estás sola?

—Lo prefiero así.

—Nadie preferiría pasársela en la soledad. Ve con tu madre, por favor.

—Hace una hora se fue a esquiar, no creo que siga esperando por mí.

—De todos modos, ve, y también recorre un poco el establecimiento. Yo trataré de llegar lo antes posible a Park City.

—¿Pasaremos nuestro cumpleaños juntas?

—Este año lo haremos, tres generaciones de las mujeres Pierce juntas.

Mi cumpleaños es el veintidós de diciembre, mientras que el de mi madre y el de mi abuela son el veintitrés y el veinticinco, respectivamente. La abuela nunca ha pasado su cumpleaños junto a Evelyn y a mí, por lo que me llena de ilusión el que venga a Utah. Luego del fallecimiento del abuelo, no ha habido un día en el que Marcie Taylor pasara sola. Obras teatrales de baja audiencia, viajes por el mundo, cursos de piano... Ella toma y hace lo que sea para no experimentar la soledad de la vejez, admiro a esa mujer con toda la admiración que alguien podría tener.

—Lila, corazón, ve a disfrutar el día —ordena de forma serena—. Mañana seguiremos hablando.

—Bien —acepto a las malas—. Cuídate, abuela, y... te amo.

—Te amo más, mi niña.

No alcanzo a decirle algo más que me corta la llamada.

Trato de no sentirme ofendida, pero lo estoy. ¿Hace un momento no podía atenderme que ahora me corta con tanta facilidad? Interesante.

***

Estoy completamente arrepintiéndome de haberme puesto este traje y estar subiendo por el telesquí hacia arriba de la montaña. No tengo equipado ese estereotipo de «amo los deportes», en la secundaria era la típica que justo se sentía mal al inicio de la clase de educación física. Pero aquí estoy, haciendo el esfuerzo de disfrutar esta actividad "familiar".

Llego a la cima y me encuentro con Fitzgerald aprontándose para tirarse.

—¿Mamá? —le pregunto a tiempo, antes de que se vaya cuesta abajo.

—No sé, Lila —termina de ajustarse las botas en los esquíes y me mira—. Si vas a amargarnos el momento con tu presencia, mejor vete, por favor.

Y sin más, se desliza por la nieve y me vuelve a dejar con un mal sabor en mi interior. ¿Cómo puede ser que un mocoso de diez años tenga tanto peso con sus palabras?

No debí haber venido, eso está más que claro.

Escucho las risas de Evelyn y Odell que vienen del telesquí.

Ella se ve feliz, aunque siempre lo es cuando yo no estoy en el medio. Detesto mucho que sea así. Aborrezco que, desde que se divorció del padre de Fitz, haya rehecho su vida como si nada. No digo que esté mal, sólo que me dolió que también lo haya sacado de nuestras vidas. Paul Tipton fue lo más cercano que tuve a un padre desde que el mío me dejó a los tres años. Supongo que lo sentí como un doble abandono.

No quiero que me vean, así que me encamino en la nieve para el otro el extremo donde está otro telesquí que va para abajo. Tampoco pensaba tirarme y hacerme la pro en esquí, no es mi estilo.

Despertando viejos sentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora