Ya han pasado tres semanas desde que Albert se reencontró con viejas amistades, y en su vida los cambios son aún más marcados que cuando se dedicaba a ir de trotamundos. Tantas enseñanzas y tantos desapegos hicieron en él muchos cambios internos y externos, se ha visto al espejo y se dio cuenta que tiene el cabello tan largo que está a tres dedos por debajo de su hombro y la barba se le ha puesto tan espesa y tan larga que toca sus clavículas. Su aspecto desaliñado hacia juego con la cabaña lujosa pero polvorienta que tenía. Era de esperarse, al ser un lugar grande y con pocos materiales para limpiarla, y que decir del limitado tiempo, prefería darle prioridad a sus actividades, a cuidar de sus amigos "del bosque" que cada vez eran más y también a trazar un plan de vida...
Era actividad suya salir a buscar comida y varias de ellas tratarlas para mantenerlas frescas o resistan a la descomposición, también conseguir y cortar leña, lavar sus trastes, conseguir y limpiar su agua, platicar de vez en vez con Georges, meditar, entre otras más actividades. Aunque le era grato mantenerse en un lugar tranquilo a pesar de ser perseguido por el capataz Rolfe, una parte de él comenzaba a sentir la necesidad de salir de su zona de confort y seguir su camino, pero otra parte de él sentía que debía quedar ahí por un poco más de tiempo y aguardar. Por lo que para no sentirse monótono decidió que posteriormente se trasladaría a la cabaña sur, que aunque era menos lejana que la oeste hacia la casona, era la de más difícil acceso, salvo por la ribera del río.
La última vez que Albert había platicado con Doney, este le había dicho que a principios de abril tendría noticias suyas, por lo que decidió ir a la casona, al ir atravesando por la orilla cerca del muro de piedra, que tanto le encantaba observar con sus grabados, escuchó que se abría la compuerta del portal de agua, escuchando a alguien gritar, por lo que supuso que vendría más de una persona en búsqueda y socorro del individuo, por lo que se regresó hacia el monte para perderse en la espesura. Así caminó un rato hasta que llegó a la casona, dándose cuenta que había un poco más de gente trabajando en la casona, cosa que le hizo ruido, mas decidió no darle la importancia que para él no tenía. Por lo que al llegar con Georges, este le dijo que aún no había carta para él.
Mientras tanto, en la cabaña, esperaba pacientemente Poupée cuando de pronto esta oyó ruidos en el cuarto de Albert por lo que se acercó a la puerta del cuarto, ya con el pelaje erizado, y así decidió entrar, encontrándose con algo moviéndose dentro del saco de Albert, al aproximarse se topó de cara con un mapache que tenía en la boca el reloj del Sr William C. Ardlay, con lo cual ambos pelearon para tomar el objeto, pero el mapache logró zafarse y llevárselo fuera de la cabaña. Ambos comenzaron a corretear por el bosque, cuando el procyon estaba a punto de meterse en su madriguera, apareció un perro cazador de la familia, por lo que este comenzó a corretear a ambos animales, en ello la mofeta se puso en postura de ataque y lanzó su hedor.
Con lo anterior el perro huyó del lugar aullando con aflicción, cuando Poupée iba a recoger la alhaja, aparecieron 2 perros más, por lo que tratando de salvar su vida, se subió a un árbol y desde arriba comenzó a avanzar hasta la cabaña. Mientras que los perros encontraron el objeto y uno de ellos, comenzó a ladrar avisando a los guardabosques quienes al ver que tenía la insignia Ardlay decidieron inmediatamente llevarle el objeto a Georges. Más tarde, Albert llegó cabizbajo a la cabaña, con el pensamiento absorbiendo su mente, y la duda por la integridad de su amigo no le permitía plena paz, cuando en ello decidió ver el diario de su padre para a través de sus palabras encontrar soflamas y frases de sabiduría, como en otros momentos lo hizo desde que lo adquirió, como bibliomancia.
Albert en su interior sabía que no era el mismo de antes, incluso volver al sitio en el que en tiempos previos se había sentido indefenso y miserable, como ave enjaulada en una prisión de oro, no le provocaba mayor sensación que una plena satisfacción por sentirse libre aun cerca de ese sitio que alguna vez el considero una casa a la cual no quería volver, posiblemente no pretendía hacerla su hogar pero si podía sentir que estando en ese sitio no había más sentimiento de dolor, culpa o miedo que rondaran en su cuerpo. Las cosas externas ya no le parecían tan malas y desde que trabajó su interior meses atrás, comenzó a ver las cosas con más filosofía y entendió que todo tenía un propósito, algo para enseñarle no solo a él sino a los que lo rodeaban.
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El príncipe de la colina: Crónicas de Sir William Albert Ardlay (tomo 3)
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