Se sentía un aroma tenue a leña quemándose y su crujir era tan delicado que era casi un arrullo, al momento de ingresar a la cabaña, Albert comenzó a cambiar a la pequeña para ponerle una camisa blanca suya hecha de seda, que le quedaba como bata por lo grande que esta era, mientras dejó a la niña cabellos dorados durmiendo en su cama; el joven se apresuró a poner la ropa cerca de la chimenea para que esta se secara y ella al despertar pudiera cambiarse sin problemas. Primero moviendo la leña con el atizador, y posteriormente poniendo las prendas en la rejilla para chimenea, luego regresó a la alacena para ver si tenía tabletas de chocolate y piloncillo, a pesar de ser verano, la temperatura era fresca a 15°C, y era húmedo por la frecuencia de lluvias.
Mientras preparaba las cosas, se dio cuenta que la cabaña si bien tenia de todo lo mínimo necesario, estaba algo desordenada y el polvo era algo que se debía limpiar diario, cosa que hacia algunos días a la semana, considerando que en realidad ese lugar no era tan idóneo para tener una pequeña a su cuidado, sin embargo era lo único que podría ofrecerle y lo hacía con mucho gusto. Por un momento mientras usaba el molinillo sobre la bebida, se quedó pensando en que ese año había cumplido 23 años y que esperaba la carta de su amigo desde hacía 2 meses para felicitarlo, sin recibir nada, pero sobre todo lo que más temía era por su integridad y la de su familia. Mandando una plegaria deseando estuvieran en Texas; volvió en si al quemarse la mano con el metal.
Después de un tiempo preparando la cena, se acercó a la chimenea de nuevo para ver si la ropa se había secado, su sorpresa fue que estaba casi seca, lo suficiente para poder quitarla y evitar se impregnara más de aroma a ahumado, y de paso tenerla lista para que cuando ella volviera en sí, él le devolviera sus pertenencias. De modo que tomó la ropa con mucho cuidado la fue doblando cuidadosamente. Al ver las prendas se dio cuenta que éstas estaban desgastadas y parchadas, pero se veían cosidas con tanto detalle que supuso que quien se las confeccionó lo había hecho con mucho amor, quizá su madre o alguien que realmente se preocupara por la pequeña, y pensando en esa persona, le entró preocupación por la aflicción que sentiría.
Tras dejar de lado la ropa, sentado en la mesa, se encontraba pensando en lo que acababa de ocurrir, de la suerte que tuvo la pequeña de encontrarse con alguien cerca, y de brincos de pensamiento, le recordó cuando él y Zachary jugaban en el río, antes de ser enviado lejos de él, cayendo en cuenta que estaba en la cabaña en la que ambos junto con Lugh, jugaban y también de su despedida, absorto estaba el joven en sus pensamiento que lo trajo de vuelta a la realidad el escuchar un ruido en la habitación, dándose cuenta que la pequeña se había despertado, al sentarse la pequeña gritó con miedo: -"un pirata"- tapándose medio rostro con las sábanas, Albert vio la mirada temerosa de la menor así que se planteó portarse más plausible que lo de costumbre.
Luego de dos segundos, se giró hacia la estufa de leña, se limpió las manos con una franela húmeda, y dijo de manera espontánea: -un saludo un tanto peculiar- riéndose discretamente. Luego giró de nuevo hacia ella, viendo en ella una mirada de confusión y pena, y tras escucharla balbucear, él la acalló diciendo: -me alegro que te hayas recuperado- sonriéndole con alegría genuina tras quizá haber encontrado a la pequeña de la colina. Luego ella le preguntó si él la había ayudado, levantándose de la cama; de modo que, Albert dudó en si decirle todo lo que había pasado, titubeando unos segundos, le respondió:-"si fui yo, te encontré a orillas de la cascada, luchando por respirar..."- como mentira piadosa y muy justificada.
Un instante después, se dio cuenta que la pequeña le había dicho "señor", hiriendo de modo jocoso su ego, prosiguiendo: -...pero hazme un favor, ¿quieres? no me llames señor, soy más joven de lo que aparento."- acto seguido, se quitó los lentes y entonces la pequeña expresó una sutil sonrisa muy genuina. De modo que la pequeña dijo espontáneamente y sin meditar que se veía mejor sin anteojos, diciéndole "señor" nuevamente, cosa que le dio leve incomodidad replicando: -"¿otra vez?, cuantas veces he de decirte que no soy ni un pirata ni un señor"- al ver el momento tan sincero y desinhibido, se comenzó a reír vigorosamente, luego dijo: -me llamo Albert y...- tocando su bolsillo de su desgastado saco -...esta es Poupée- sacando del bolsillo a su mofeta y acercándosela a ella.
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El príncipe de la colina: Crónicas de Sir William Albert Ardlay (tomo 3)
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