¡Hola lectores! Espero y hayan esperado una nueva actualización :D
Hoy no tengo nada qué decir, la verdad. Solo disfruten del capítulo. (^o^)
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Me encontraba sentado en una de las bancas de la plaza, con la mirada perdida en el horizonte, sintiendo la fría brisa marina acariciar suavemente mi rostro. Podía escuchar el relajante murmullo de las gaviotas posadas a unos metros de mí, picoteando despreocupadamente las sobras de comida tiradas en el suelo.
De pronto, una conocida sombra vino a cubrirme, haciendo que volteara instantáneamente hacia mi costado. Allí estaba él, con su característica y radiante sonrisa iluminando sus aniñadas facciones, sosteniendo entre sus manos dos productos de la gran rosquilla
— ¡Toma, ____! Una fría malteada de fresa para ti y una esponjosa rosquilla para mí. — Steven exclamó con su acostumbrado entusiasmo desbordante, extendiéndome animadamente el gran vaso rojo rebosante de cremosa malteada.
No pude evitar esbozar una débil sonrisa ante su presencia, sintiéndome instantáneamente reconfortado. Con gratitud, acepté gustoso el delicioso obsequio de sus manos.
Él procedió a sentarse a mi lado, mientras le daba un enorme mordisco a su rosquilla, con sus mejillas abultándose adorablemente.
Ambos permanecimos en un cómodo silencio por unos instantes, simplemente disfrutando de la mutua compañía y la magnífica vista del tranquilo océano extendiéndose frente a nosotros.
Tras unos momentos, me atreví a darle un hondo sorbo a mi fría malteada, sintiendo un agradable cosquilleo recorrer mi garganta. Supe que ese era el momento indicado para romper ese apacible silencio entre nosotros.
— Oye, Steven... — Comencé dubitativo, jugueteando distraídamente con la pajilla entre mis labios, armándome de valor. — ¿Quieres... Quieres hablar sobre lo que pasó ayer entre nosotros...? — Finalmente solté la pregunta, desviando nerviosamente la mirada hacia el suelo, sintiendo mis mejillas enrojecer tenuemente.
Steven dejó de masticar por unos instantes y se quedó callado, con la mirada fija en el vaivén de las olas del mar. Luego dejó escapar un pequeño suspiro y volteó a verme, dedicándome una débil pero tranquila sonrisa.
— Vamos, no te preocupes... No hay realmente nada de qué hablar, amigo. — Me aseguró con su acostumbrada despreocupación, dándole otro gran mordisco a su rosquilla glaseada. — Fue solo un lindo momento que ambos compartimos, eso es todo... — Añadió encogiéndose levemente de hombros, restándole importancia.
