Escape

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Dos semanas después, antes de las seis de la mañana. Tord abrio los ojos y midió sus movimientos para evitar hacer cualquier ruido que alertara a su familia y de inmediato se puso manos a las obras. El reloj marcaba las seis y cinco. Tenía cuarenta minutos para escapar de casa.

Por ese día, y como una excepción, la ducha quedó fuera del plan. No podía correr el riesgo de que el ruido del agua despertará al resto de su familia.

Tord se puso una camisa roja con su amada chaqueta negra, unos pantalones negros holgados y botas del mismo tono, el outfit que sacaba de casillas de casillas a su madre. Guardo tres cosas en su mochila: Unas gafas de sol (el look es muy importante, incluso si estás huyendo de prisión) Un paquete de galletas y una cámara fotográfica.

La noche anterior había pensado en todos los detalles para que su escape no sufriera ninguna tragedia.

Tord lo tenía claro, lo más difícil sería atravesar el trayecto entre su dormitorio y la puerta de la sala. La distancia que los separaba era de aproximadamente doce metros y el recorrido era más peligroso que un campo minado. Las habitaciones estaban distribuidas a lo largo de un pasillo estrecho, en forma de media luna y se encontraban ordenadas así: La de Tord, el estudio y la de Odin, Annette y Tori. Eso quería decir que para llegar a la sala habría que sortear todas las dificultades imaginables.

A las seis y treinta y cinco en punto. Tord abrio la puerta de su cuarto y miro a través del pasillo, afortunadamente todo permanecía silenciososo pero la puerta de sus padres estaba abierta, al cruzar por ese punto debería ser muy cuidadoso.

Tord había escrito una nota muy escueta que dejaría sobre la mesa de la cocina al salir. Era un mensaje que evitaría que Odin y Annette se llevarán un susto desagradable, aunque no impediría que al leerlo, sintieran una considerable dosis de rabia.

Voy a salir a dar un paseo, no me esperen para comer y no se preocupen porque estaré muy bien. Llamen a Thomas Rickwell por si quieren comunicarse conmigo, chauu

Más tarde, Tord llamaría para tranquilizarlos y para contarles la verdad. Pero hasta que eso ocurriera, el mensaje serviría para evitar que movilizarán al resto de la familia, a los bomberos o hasta a la policía

Una vez que estuvo listo, lo primero que hizo fue sacar su mochila y atravesó el pasillo de puntillas, dejó la nota en la cocina y siguió caminando hasta escuchar un sonido en la habitación de sus padres y hermana. Podía ser un ronquido, podían ser las tablas viejas de una cama, podia ser una cañería oxidada, podía no ser nada...

Se quedó en silencio y sin moverse.

De pronto, la puerta de sus padres se abrió con violencia y apareció Tori vestida con ropa deportiva.

Tord alcanzó a retroceder un paso y a colocarse detrás de la puerta de su habitación.

Tori avanzo por el pasillo, llegó a la sala y luego salió. Al menos se habían librado de ella.

Tord volvió a su plan y lentamente comenzó a caminar.

Un paso y luego otro.

Diez minutos después llegó triunfante a la puerta de la sala. Abrió la puerta con todo el cuidado del mundo para que ni el pestillo ni la manija ni las bisagras produjeran el mejor chirrido. Lo logró.

Tord camino más rápido hasta el borde de la acera para que solo de un paso en el momento que tenga que subir al taxi.

— ¿Qué estás haciendo en la calle?

A Tori se le había ocurrido volver a casa, extrañada porque había visto a Tord bien vestido y junto a una mochila sospechosa.

Tord no fue capaz de responder que hacía a las seis y cuarenta de la mañana parado con una mochila en su espalda en plena acera.

Tori lo tomo del brazo y le exigió que entrara a la casa.

Tord forcejeó y dijo que no y que no, pero Tori parecía dispuesta a no desistir en su intento de llegar a Tord de nuevo a su cuarto.

En ese momento de la discusión, el ruidoso tubo de escape de un taxi viejo retumbó el ambiente.

Al verlo, Tord sonrió.

Era Katya, que era conducida por un muchacho sonriente y que lentamente se detenía frente a la casa de la familia nórdica.

Tord sin pensarlo dos veces, aparto a su hermana de un empujón, salió corriendo y lanzo su mochila junto a él al asiento delantero.

— ¡Por una vez en tu vida, no vayas con el chisme dónde papá y mamá!

Evidentemente, Tori no obedeció.

Katya, escandalosa como siempre y balanceándose por el problema de los amortiguadores, se alejo feliz por la avenida.

Su cita había comenzado.

Yogur en la cara. - TomtordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora