Amor

555 66 72
                                    

Cuando llegó al salón de clases, temblaba. Sentía que el corazón se le saldría por la boca.

La boca..

Eddward se le acercó y con curiosidad se acercó.

— ¿Te ocurre algo Tom? — preguntó. — ¡Estás palido y tienes cara de tonto!

Tom no respondió, pero si lo hizo Matthew.

— Si está pálido... Puede ser que esté resfriado, pero si tiene cara de tonto, ¡como siempre!

Los dos rieron y Tom siguió en trance.

Jamás imaginó que luego de ese sencillo beso que él había practicado siete mil veces en su casa, que él había medido milimétricamente  para que no resultará violento ni ofensivo, para que Tord no fuera a asustarse, para que él se sienta feliz. Jamás imaginó que luego de ese beso inocente, él lo sorprendiera...

Una vez que se apartaron, Tord soltó la bolsa con el libro de Cristóbal Colón, miro a Tom con unos ojos que habrían podido derretir las cadenas oxidadas de los columpios, lo sujeto con las dos manos sobre sus mejillas y le dió un beso en la boca sin escrúpulo que lo dejo sin aire.

Luego se hizo a un lado, sonrió con timidez, recogió la mochila y la bolsa del piso y solo dijo: — ¡Eso es un beso! — y salió corriendo.

Y Tom se quedó ahí, pasmado, cómo si se le hubiera congelado los músculos de todo el cuerpo.

Una niña peliazul que pasaba por ahí y que había sido testigo del hecho, lo miro y no pudo contener sus palabras: “¡Adiós, tortuga!”

Ese había sido su primer beso. Pero para el segundo tuvo que esperar cuatro horas más hasta el recreo.

Fueron cuatro horas en las que Tom no entendió ni media palabra pronunciada por sus profesores. Sentía que estaba asistiendo a una clase de noruego o griego. Incluso si hubiera tenido que pasar al pizarrón para revolver la complicada operación matemática de 3 x 8, él habría tenido que reconocer que sus neuronas no estaban preparadas para encontrar tan difícil respuesta.

El único movimiento racional que pudo hacer fue levantar su mano y pedirle al profesor de matemáticas que le permitiera salir al baño. Mark al verlo tan fatídico no pudo negarse.

Cuando se miró en el espejo se dió cuenta que su cara había cambiado, no era la misma que había visto esa mañana en su casa mientras se cepillaba los dientes y se preparaba para el beso. Él tenía una cara de tonto... Y quizá eso se debía a que estaba irremediablemente enamorado.

A la hora del recreo, cuando Tord y Tom llegaron al lugar de siempre, ambos sintieron algo extraño en el estómago.

Tom, con las mejillas sonrojadas, levanto su mano con una sonrisa.

— Hola... Tenía miedo de que no vinieras.

Tord trago en seco y tratando — sin éxito. — lucir tranquilo, respondió.

— ¿Por qué no habría venido? Somos amigos, ¿no? Y este es nuestro punto de encuentro...

— Sí… Somos amigos.

— Ajá...

Hubo un silencio incómodo, de aquellos que solo surgen después de un beso robado, un silencio que desespera cuando no se tiene la menor idea de lo que se debe decir a alguien que puedes intimar y cuando uno siente que cualquier error podría convertir una bonita amistad en una desastrosa historia de amor.

Tom no sabría si ese era el momento propicio para hablar del clima o para hablar del amor que ha nacido desde que empezó a conocer a Tord.

Tal vez podría preguntarle: “¿Qué opinas de la situación política del país?” o  “¿Te está pasando lo mismo que a mí?”

— Tord, yo... Bueno, yo...

— Dime.

— No, nada.

— ¿Nada?

— Bueno, no, sí. ¿No? ¿Si...?

Tom sintió que un rojo intenso le cubría toda la cara y que las palabras estaban desordenadas en su cabeza. Había dicho: “no, si, no si.” y con eso solo quedaba claro que, además de tonto, era un experto en monosílabos.

— Bueno, Tord, es que yo quería... Hablar... no, pedirte...

— Cállate. — alzó la voz, impaciente.

— Lo estoy haciendo horrible, ¿verdad?

— No lo echemos a perder, por favor. No hagamos esto más incómodo, Thomas, tan horrible...

— ¿A qué te refieres?

— A las palabras horrendas, cursis y prehistóricas que sirven para cuando uno le pide a alguien que sean novios. Porque eso es lo que quieres pedirme, ¿no?

— Sí. — dijo aliviado.

— Bueno, pues ahorrémonos la petición de telenovela. — tomo aire y sonrió. — “Tord Larksoon, desde la primera vez que te ví, me sentí cautivado por tus hermosos ojos únicos, por tu dulce sonrisa, por tu hermosa risa de cascabel...”

— ¿Risa de cascabel? ¡Que asco! ¡Yo no pensaba decirlo así!

— No he terminado. “Y me sentí impresionado por tus hermosas manos de gorrión, aunque los gorriones no tengan manos — dijo esto último susurrando. — y me preguntaba, querido Tord Larksoon, si tú quisieras... ¿quieres ser mi noviooo?”

— ¡Yo no pensaba pedirtelo de esa forma! En realidad, no sabía que palabras usaría pero ¡seguro que esas no! Porque si yo tuviera que pedirtelo de esa manera, tú podrías responder así: “Vaya Thomas Meresin...”

Tord rio. — ¿Te llamas Thomas Meresin?

— No, pero en este ejemplo sí. “Vaya Thomas Meresin, me tomas por sorpresa, siempre he pensado que eres un joven guapo, sumamente atractivo, deslumbrante...”

— Ya, ya, no exageres.

— No me interrumpas... “Siempre he pensado que tenías una mirada arrolladora...”

— ¡Ni tienes ojos! ¿Cómo pretendes que me fijé en tu “mirada arrolladora?” Es más, ¿cómo miras?”

— ¡Silencio! — despejó un poco su garganta fingiendo toser. — “En realidad, Thomas Meresin, llevo semanas sin quitarte los ojos de encima y soñando contigo a diario, y por eso la única respuesta que puedo darte es: ¡No! ¡No quiero nada contigo!”. Entonces, en ese momento, yo estaría ofendido y te lanzaría un yogur a la cara. ¿Que tal?

La idea no fue mala, a ambos les gustó ahorrarse una prehistórica declaración de amor y la respectiva respuesta fue un alivio para ambos. Además, eso aceleró el segundo beso, que fue mucho más bonito que el primero, y sin Cristóbal Colón como testigo. Luego, sentados en el piso de la biblioteca, se pusieron a pensar en cómo rayos harían para vencer todas las dificultades que tenían para verse, para hablar, para salir, para ir algún día al cine.

— Si tienes un poquito de paciencia, Tom — dijo Tord con picardía.— Quizá podrías esperar nueve años, que es el plazo en el que dejaré de estar castigado.

Él sonrió.

— ¿Nueve años? Creo que podría esperarte diez, veinte o cincuenta años si me lo pidieras.

Yogur en la cara. - TomtordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora