La sentencia

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Cuando Tom vio a su hermanita pequeña en mitad de la oficina del director, sintió un dolor infinito, casi igual cuando soño que su madre era una bola de boliche y su padre era una piña, siendo brutalmente asesinado su papá por un niño de vestimenta morada y un oso que pasaba por allí.

— ¡Susan! — grito y enseguida se lanzó a abrazar a la pequeña, que no paraba de temblar. La niña abrió su brazos y se colgó del cuello de su hermano, con señales de llorar.

— Usted no tiene derecho... — le dijo al director, señalándolo con furia mientras que con el otro brazo cargaba a su hermana. — ¡Usted, no tiene derecho a usar a un infante como si fuera una carnada!

Tord estaba impresionado, lo que pasaba allí era digno de los libros pues nadie, ni el Papa tendría el coraje de siquiera alzar la voz con Eduardo.

El director levanto la voz y dió la orden a Mark — profesor de matemáticas. — para que se llevarán a la niña inmediatamente.

Tom se negó a entregar a su hermana, trato de tranquilizarla y con el mentón tenso por la rabia le contesto al director: — Yo la llevaré a su salón, ¿ok? Y solo cuando vea que ella está tranquila y contenta con sus amigos, regresaré aquí para que hablemos.

La voz de Tom era tan firme que por primera vez, Eduardo se vio obligado a ceder.

Él dió media vuelta, le dijo algo al oído a su hermana y salió del despacho cargándola en brazos. Los demás sospechosos se quedaron parados, sin moverse y esperaron a que Thomas regresará. En esa sala se respiraba terror, y Tord no dejaba de sentir que toda la culpa era de él y de nadie más.

Varios minutos más tarde, la puerta se abrió nuevamente y Tom estaba de nuevo ahí, con el ceño fruncido que parecía que le iba a decir sus verdades al director en cualquier momento. Eso ponia la piel de gallina a quien lo mirará.

El director lo miro seriamente. — Muy bien, Thomas Rickwell, estoy esperando tu declaración y tus disculpas. Tengo tu expediente sobre mi mesa y quiero que sepas que NADIE de esta sala se salvará de la sanción. — sonrió. — Tengo argumentos para expulsar a todos durante una semana y para solicitar que se incluya en sus expedientes un acto de vandalismo.

De inmediato, Eduardo le pidió a Mark que leyera el reglamento del colegio, específicamente en la norma correspondiente a "Faltas graves de disciplina que atenten contra la seguridad del alumnado y del cuerpo docente"

Tom miro a todos los que estaban en la sala, seres asustadizos, pálidos, aterrorizados y temblorosos.

Tomo aire, miro de frente a Tord, que igualmente estaba palido. — más de lo que ya estaba. — y repentinamente, lo tomo de la mano hasta que sintió que el cuernitos dejo de temblar.

Como si ya nada le importará, subió a la tarima donde hablaba el director. Él no pudo evitar sentirse intimidado ante aquella actitud.

— ¡No te he dicho para que subas! — dijo perturbado.

Pero él continuo avanzando hasta donde Eduardo se encontraba, ignorando sus palabras como si jamás la hubiera dicho, para mirarlo de frente.

Cuando estuvo allí, lo encaró con seriedad y en voz bajísima, le empezó a hablar de forma demandante.

— Sé exactamente que usted tiene el poder para castigar y es lo que debe hacer con quiénes haya cometido una falta. Pero, sé también que los alumnos tenemos derechos y usted ha incumplido las normas del colegio hace ya un buen tiempo. Porque ha cometido un acto de violencia psicológica contra una niña de siete años. Tengo testigos, señor director. Y créame que voy a denunciarlo al Ministerio de Educación.

Lentamente volvió a bajar las escaleras y hablo en voz alta.

— No creo que sea necesario que estás personas estén aquí. El único responsable soy yo, porque fui el que inició este incidente y es a mi quien usted debería castigar.

El director estaba petrificado, su rostro pálido inusual denotaba que le faltaba la respiración. Hace rato que el corazón se le fue del cuerpo para dar espacio a la ansiedad y su cara exhibía un aspecto de que estaba roto.

— ¡Salgan todos de aquí! — dijo rabioso cuando recupero el habla. — Ya han escuchado que al joven Thomas se ha declarado culpable de todo y tendrá que cumplir con su sanción. ¡Fuera todos! ¡Y les prohíbo que al salir de esta sala hablen lo que ha ocurrido! ¡Este problema ha terminado y punto!

Tord sintió un zumbido en su cabeza y oídos, y a pesar de eso, solo pudo pensar en una cosa.

No podía permitir que Tom, el agresor de cuencas misteriosas, recibiera un castigo cuando él es inocente.

Antes de que todos abandonen la sala, el nórdico tomo la palabra, con la voz entrecortada y asustada. — ¡Eso no es justo! Thomas Rickwell no está diciendo la verdad, el culpable soy yo, señor director, fui yo quien le lanzó el vaso de yogur y...

— Cállate. — Le dijo él con impaciencia. — Tú no hiciste nada. Anda a tu salón y punto.

Tord estaba indignado y confundido, tenía claro que no podía permitir que otro pagué por sus platos rotos.

— No me iré de aquí. — Lo miro con enojo, como si Tom fuera una clase de enemigo o hasta rival. — Señor director, yo soy el responsable de iniciar este caos .. Ni siquiera pretendi que...

El director ni siquiera le escuchaba, en su cabeza seguía retumbando como un eco y narciso la frase que Tom le había dicho: “Voy a denunciarlo al Ministerio de Educación.”

Él miraba a Tord como si este mismo le hubiera traicionado, como si no fuera nadie.

— ¡Vete! No te metas en más problemas, Tord, vete.

Al rato el director sacudió su cabeza y, en vista de que tenía otra confesión de culpabilidad que todos habían escuchado, no podía quedarse a solas con Tom. Por lo tanto, tuvo que decidir.

— Está bien, Tord Larksoon, los castigaré a tí y a Thomas Rickwell. Ambos serán expulsados por tres días, la falta quedará registrada en su expediente. ¡Ahora todos salgan de aquí!

El grupo restante salió por la puerta pero Tom se rehusó a salir. Tord no entendía nada de lo que estaba pasando cuando Tom le insistió en que abandonara el lugar y cerró la puerta, ¡con él adentro!

Ya a solas, el director lo miro. — Dime que quieres. — pregunto con frialdad.

— Quiero que haga lo que tienes que hacer.

— ¿Perdonarte el castigo cuando pudiste haberme matado con ese golpe en la cara?

—¡Yo no fui quien lanzó esa manzana! Pero no le estoy pidiendo que me perdone el castigo. Lo voy a cumplir. Yo le estoy diciendo que haga lo que tiene que hacer.

— ¿Y qué se supone que debo hacer?

Tom se acercó, puso sus manos sobre el escritorio, mirándolo con seriedad.

— Le voy a explicar una vez, señor director, así que escuche bien...

Yogur en la cara. - TomtordDonde viven las historias. Descúbrelo ahora