Las gemelas estaban peinando a Suguru. Él no se los pedía, sino que al contrario, ellas le rogaban que las dejara hacerlo. Probablemente era por el descuido que sufrieron antes de ser adoptadas por Geto, pero para ellas el cepillarlo era un acto de amor, de cuidado y de agradecimiento. A Suguru le encantaba. Le relajaba. Le recordaba a cuando su madre lo hacía, antes de que empezara a rechazarlo por ver cosas que no estaban ahí. Las chicas se turnaban: Nanako lo peinaba y después Mimiko le trenzaba el pelo o le hacía coletas, y viceversa. Geto estaba muy orgulloso de esa alianza sorora. El hecho de que fueran a tenerse siempre la una a la otra, una vez que él ya no estuviera, le daba una paz que pocas veces sentía.
Ese templado día, inusual para ser principio de invierno, la encargada del cepillado era Nanako. Estaban los tres en silencio, tranquilos. Mimiko sentada, apoyada en la silla en la que Suguru leía. La mayor de las gemelas, además de cepillar a su padre, estaba absorta en sus pensamientos. La noche anterior no había dormido muy bien. No sabía por qué, pero se sentía ansiosa. Después de darse muchas vueltas en la cama, decidió levantarse por un vaso de agua. Antes de entrar a la cocina, vio a Suguru de espaldas a ella, sentado y fumando. Iba a retarlo por ceder a ese vicio que tantos malos recuerdos le traía, pero antes de que pudiera abrir la boca, vio tensarse la espalda de Geto y escuchó un sollozo reprimido; Suguru procuraba ser lo más silencioso que pudiera mientras las chicas dormían, pero ese tipo de lamento era imposible de esconder. A Nanako se le apretó el corazón. ¿Qué le pasaba? Estaba tan sereno como siempre cuando cenaron esa noche. ¿Alguien le había hecho daño? Y enseguida, como un destello, llegó el recuerdo: no era la primera vez que escuchaba ese lamento particular. Años atras, o quizás no hace tantos, también de noche, también escondido, siempre después de cerrar la puerta, siempre después de una ducha, siempre después de sentir el olor a cigarrillo y el sonido de latas de cerveza abriéndose. Algo le hizo sentido. De hecho, le hizo todo el sentido del mundo. Habían escuchado hablar de él en las reuniones de la familia, desde siempre. El que lo traía a colación nunca había sido Geto Sama, pero las chicas siempre notaban que su voz se tornaba melancólica y a la vez agradable, como un sorbo de café después de un pedazo de chocolate, al decir su nombre: Satoru. Gojo Satoru. El más fuerte. Y probablemente el chico sonriente de todas esas fotografías.
Ambas eran lo suficientemente inteligentes como para saber qué era lo que pasaba, pero querían escucharlo de la boca de Geto Sama. Ese era el momento, ya que al día siguiente partirían a Tokyo a buscar al chico de la maldición que tanto quería Suguru.-Geto Sama...
-¿Mmm?
-¿Quien es ese tal Gojo Satoru? Es súper fuerte o algo así ¿ no?Suguru sonrió. Sabía que ese momento llegaría. Después de todo, nunca fueron discretos, por mucho que lo intentaron.
-Era mi mejor amigo, pero nos peleamos y no nos hemos vuelto a ver."Mentira", pensaron los tres al mismo tiempo. Las gemelas, decepcionadas, se miraron y no dijeron nada más. Suguru, por otro lado, pensó que les debía el contarles la verdad. Eran sus chicas, sus hijas, su familia. Ya tenían la edad y el criterio suficiente como para comprender que las cosas no eran blanco y negro, y que era perfectamente posible que su amado Geto Sama hubiese encontrado al amor de su vida en el legendario seis ojos. " Pero quiero que lo vean, que observen con sus propios ojos y sentidos su majestuosa y arrogante forma de moverse, de pelear, ese ridículo pelo con esa ridícula venda, su voz chillona pero masculina y, por sobretodo, la noble manera en la que sé que defenderá a sus alumnos. Quiero que entiendan qué vi en él, qué veo en él todavía." Suguru suspiró, cerró el libro y las miró sonriente.
-Chicas, les contaré más de mis días en la academia cuando volvamos de Tokyo, ¿eh?
Las gemelas se miraron y sonrieron emocionadas. ¡Cómo amaban a Geto Sama!
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Maldito: Suguru [SATOSUGU]
Fanfiction¿Gojo Satoru? ¿Cómo llegó a enamorarse de ese niñato malcriado y egocéntrico? ¿Fue el destino o pura afinidad? Suguru a veces piensa que le han echado una maldición. De otra forma, no se explica cómo no puede sacarse esos maravillosos ojos de sapo d...