Tú, el origen

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Febrero, 2017

Suguru sacó la cabeza de debajo del cobertor y dejó la alarma sonar. Llevaba un par de horas despierto, mirando el techo y pensando.

—Ya son veintisiete. Ja, ¿cómo sabes si entro al famoso club? —murmuró para sí, mientras tomaba su teléfono. Comenzó a revisar las redes sociales. Las odiaba, la verdad, pero sabía que para un cabecilla como él eran un mal necesario. Las suyas estaban llenas de elogios y saludos por su cumpleaños. Obvio, tenía más de diez mil seguidores, aunque la mayoría lo hacía por su calidad de líder de la Vasija del Manto Estelar. Ah, y por su cara. Y por su cuerpo. Y por su pelo. La verdad es que, con el tiempo, Suguru había adquirido todas las características de un buen vino: en su personalidad se mezclaban de forma exquisita el amargor y la dulzura, mientras que su cuerpo, acercándose ya a su tercera década, era el epítome de la sexualidad.

—Bah, la gente es tan superficial—volvió a hablarse a sí mismo, mientras hacía scrolling por Instagram. Estaba inquieto. Cada diez segundos volvía a tocar el ícono del corazón, buscando una nueva notificación. Y las tenía, pero no la que buscaba. Más bien, no la que quería.

Miró el reloj despertador, como si no tuviera perpetuamente la hora en el teléfono, y bufó. Eran las 06:00 en punto. Apagó la alarma con su primer pitido, prendió unas velas y se sentó en el suelo, a meditar. Todavía era muy temprano y no pretendía que nadie estuviera despierto. En realidad, no quería que nadie estuviera despierto. Sabía que las gemelas le prepararían un desayuno sorpresa, ya que era lo que habían estado haciendo los últimos nueve años, pero para eso faltaban un par de horas.

Cerró los ojos e inhaló suavemente. Exhaló, de la misma forma. A los siete minutos se dio cuenta de que no iba a poder concentrarse ese día, al menos no de la forma que necesitaba. No sabía por qué, pero se sentía distinto a otros cumpleaños.

Refunfuñando, sacó la mesa de tres patas de su armario y tomó una de sus barajas. Al revolverlas se sintió enfermo.

—¿Ustedes no? Entonces, ¿Cuáles? —se preguntó mientras abría el cajón dónde guardaba todas sus versiones del tarot. Pasó la mano izquierda por encima, tanteando. Ningún conjunto de arcanos parecía querer conversar con él ese día, lo que solo hizo que se alarmara más.

Porque cuando pasaba eso, siempre estaban ellas. Las marsellesas que cargaba desde la adolescencia. Las primeras que tuvo, regalo de una cruel maldición. Era su baraja favorita, la verdad, pero eran también los únicos arcanos a los que temía. Nunca, en todo ese tiempo, se habían equivocado. Al menos no en las preguntas importantes.

Y definitivamente no en las que tenían que ver con él.

Sabía que no tenía ninguna obligación de leerse las cartas ese día, pero, de todas formas, abrió la caja en la que guardaba ese tarot de Marsella. Tal y como esperaba, las muy malditas estaban con la energía lista para iluminarles con su conocimiento. Suguru las tomó y las miró, largo rato, hasta que las dispuso sobre la mesa. No las revolvía. No era necesario. Era parte de su vínculo; siempre estaban listas para él.

—¿Qué qué busco hoy, preguntan? No lo sé. Díganme ustedes—murmuró mientras daba vuelta la primera de las tres.

Suspiró al verla. El Diablo.

—¿Así que esto se trata de él? Vaya, se supone que el cumpleañero soy yo—dijo sonriente, pero nervioso. El corazón le latía con fuerza. Estaba casi seguro de cuál sería el siguiente arcano. Tomó aire y lo volteó.

El Colgado. Sí, ya estaba 99,9% de que era la misma lectura de siempre.

De pronto, sonó su teléfono. Lo miró por encima del hombro. Un mensaje, de un número desconocido: "¿Origen?", leía.

Maldito: Suguru [SATOSUGU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora