Maldito (segunda parte)

106 17 28
                                    




*

Suguru, a pesar del sueño que sentía, se dedicó a observar el serpenteante camino que los llevó de Palermo al pueblo en el que serían huéspedes. Era tal y como había visto en todas las postales mediterráneas. Probablemente una de las cosas que más le gustaban de su trabajo, era viajar. Nunca, de pequeño, se imaginó que en menos de un año conocería la gran mayoría de su país y, menos aún, Europa. No, no podía darse el lujo de dormir, que era exactamente lo que hizo Satoru apenas entraron en la carretera. "Bueno, no debería olvidar nunca que, después de todo, es un chico millonario y privilegiado", pensó.

Observó el pueblo al que acababan de llegar desde la ventana del auto, mientras el sol comenzaba a teñir el cielo de naranjas y rosas. El paisaje parecía sacado de un sueño. Las casas color crema se alineaban en estrechas callejuelas empedradas, con techos de tejas rojas que contrastaban con el azul profundo del mar que se extendía hacia el horizonte. Una catedral, con sus dos torres gemelas, se alzaba imponente sobre el casco antiguo, bañada por la cálida luz del atardecer.

El italiano se estacionó en una magnifica casa, justo al lado de la playa. Al bajarse del auto, Suguru respiró, satisfecho, el aire salino. Quizás era por haber crecido cerca, pero amaba el mar. Estar al lado del inmenso azul lo llenaba siempre de felicidad.

—¡Puaj! ¿Qué es este lugar? —La voz del malcriado de Satoru lo sacó de sus pensamientos.

—Por todos los dioses... —mumuró, avergonzado ¿Es que el descarado de Satoru no tenía límites?

—Cefalù —dijo, Cesare, indicando el resto del pueblo. Cerró los ojos e inspiró con profundidad —. Nuestro hermoso hogar.

—Suena como una palabra que diría un sim —dijo Gojo.

Giuseppe lanzó una sonora y fuerte carcajada.

—Jajaja, ¡Qué muchacho más desagradable! —le dijo, mientras le pegaba un amigable manotazo en la espalda.

Suguru no puedo aguantar una risita. Ya estaba bien que alguien, aparte de Shoko, Nanami y Masamichi, le dijera a Gojo las cosas como eran. Claro, hace unos meses él también se encargaba de hacerlo, aunque no de esa forma. Suguru siempre le explicaba, con peras y manzanas y mucha suavidad, porqué lo que sea que estuviese haciendo estaba mal, era mala educación o una ordinariez.

Notó que el albino lo miró, con una mirada extraña, casi buscando complicidad, pero lo único que hizo Suguru, fue disimular un poco su risa, mientras entraba a la casa.

—Sus habitaciones están arriba, segunda y tercera puerta a la izquierda. Tienen vista al mar y todo lo necesario para que se saquen ese fétido olor a viaje —dijo Giuseppe, mientras tiraba sus maletas al suelo y comenzaba a aplaudir, apurándolos —. Cenamos en media hora, asi que ¡vai, vai!

Al llegar a las escaleras Satoru, sorpresivamente, le hizo la caballerosa seña que decía "después de usted". Suguru no se lo podía creer. ¿Acaso pensaba que había nacido el día anterior? La única razón por la que Gojo haría eso, era para volver a mirarle el trasero. "Pues si tanto insiste en mirar, que mire", pensó mientras le aceptaba el gesto, sonriéndole irónicamente.

—¿No que no había nada que mirar?

Mientras subía, se puso ambas manos en los bolsillos, de manera que los pantalones se apegaron a su trasero. De esa forma, nadie, en su sano juicio, podría negar la redondez y firmeza de la que solamente él podía hacer alarde.

"Disfruta la vista, idiota", pensó, mientras sentía los babosos ojos de Satoru en su espalda.

*

Una hora después, se encontraban los cuatro cenando. Giuseppe y Cesare habían prendido una antigua salamandra en su terraza y, ahí, frente al mar y rodeado por unos antiguos faroles que iluminaban lo suficiente como para no opacar las estrellas, estaba la mesa con los infaltables sicilianos: vino, aceitunas y un plato de pasta con sardinas para cada uno.

Maldito: Suguru [SATOSUGU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora