Kawasaki, diciembre de 2004.
La primera gota de sangre tiñó un pequeño pedazo de nieve de un color rosado. La segunda, un poco más burdeo. La tercera trajo consigo el resto de las gotas, que construían, de a poco, una alfombra roja en ese prístino suelo. Suguru estaba haciendo lo posible para evitar que se le escapara más; ya se le estaban nublando los ojos. Se apretaba el abdomen con fuerza; la maldición que acababa de engullir era distinta a las demás. Era demasiado fuerte, demasiado oscura. El joven hechicero temía que pudiera vomitarla y, con ella, su propia alma.
Caminaba con dificultad, agarrado de las ramas que tenía cerca. "Vamos, con que llegues donde Tadeshi Yuki San...él ha sido decente contigo. Vamos, tú puedes". Pero la cabaña del anciano estaba a seis kilómetros. Suguru, en esas condiciones, no iba a recorrer más de tres. Las piernas, débiles, ya no le hacían caso. Se dejó caer en la nieve. "Las cosas no mejoran nunca", pensó. Se tocó la frente y la mano se le llenó de sangre. "Vaya, es increíble como el frío extremo puede sentirse incluso tibio". Cerró los ojos y estiró sus brazos, como cuando era pequeño y hacía ángeles en la nieve. Sintió que unos finos cabellos blancos le acariciaban la cara. " Qué bien se siente".
Tokio, junio 2005.
Masamichi fumaba, aburrido, mientras leía los ensayos de sus alumnos. Eran dos. El de Shoko Ieiri, impecable. Perfecta redacción, resolución de problemas, síntesis. El otro...un desastre. Conocía a Satoru desde que tenía seis años. Había sido una parte importantísima en su crianza y ciertamente lo adoraba, pero a veces, muchas veces, no soportaba sus actitudes de niñato malcriado. Y ese ensayo lo dejaba en evidencia. Era una perorata de cinco hojas en la que explicaba porqué el tema de ese ensayo era una porquería y no deberían perder tiempo enseñándoles teoría. Le estresaba tener que lidiar con él como su superior e intentar ponerlo en su lugar. Hasta ese momento, había sido imposible.
Suspiró y fue en busca de un tercer café. Cuando volvía por el pasillo, sonó su teléfono. Se asustó y el café se le cayó, manchándolo y quemándolo, por lo que no alcanzó a contestar. El iracundo profesor comenzó a patear el aire, hasta que un joven auxiliar llegó corriendo con otro teléfono y se lo pasó. Masamichi lo miró con cara de pregunta y el chico indicó hacia el cielo. "¿El consejo? Qué mierda, ¿justo hoy?", pensó, poniéndose el auricular en la oreja.
—¿Hola?. Yaga Masamichi acá. Sí. Aja, aja, aja —con cada "aja" se iba poniendo más pálido —. Entiendo, por supuesto. ¿Yo? Me siento honrado pero...Sí, discúlpeme señor. Saldré enseguida.
El joven profesor cortó el teléfono y se lo tiró al chico que se lo había llevado.
—Hiro, prepara el auto. Tenemos que viajar urgente .El chico asintió y Masamichi corrió a su habitación. "No puedo creerme esto", pensó mientras improvisaba una maleta.
Kawasaki, junio de 2005.
Suguru se miraba la frente. Ya no quedaba nada de la cicatriz, sus ungüentos habían hecho maravillas. Sin embargo, le molestaba ver el lugar en el que estaba. Bufó. Tomó las tijeras del tocador y se cortó un mechón de su largo pelo, dejando que cayera encima de su ojos. Se miró al espejo e hizo una mueca.
"Puaj, lo odio. Dejaré que crezca", pensó. Seguidamente, observó la de su cuello. Sólo un ojo observador se daría cuenta. Suponía que eso estaba bien.Fue a la cocina. Su madre estaba haciendo la cena.
—Ma, ¿necesitas ayuda?No hubo respuesta. Ni siquiera lo miró. Suguru sabía que no sacaba nada con insistir. Si antes del incidente con el señor Tadeshi apenas le dirigía la palabra, ahora ya ni siquiera lo saludaba. Para qué decir su padre. Una vez que todo el mundo había confirmado que el rarito del tarot veía cosas que no estaban ahí, muchos de los viejos del club de golf saludaban diferente al señor Geto, casi como si tuvieran miedo de que se les contagiara lo freak de su hijo.
ESTÁS LEYENDO
Maldito: Suguru [SATOSUGU]
Fanfic¿Gojo Satoru? ¿Cómo llegó a enamorarse de ese niñato malcriado y egocéntrico? ¿Fue el destino o pura afinidad? Suguru a veces piensa que le han echado una maldición. De otra forma, no se explica cómo no puede sacarse esos maravillosos ojos de sapo d...