Ocho

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BLAKE FLAUBERT

—Era cómo yo. En serio, Tom, era yo. Sus ojos ya no tienen luz y parece un fantasma. Seguramente es mi culpa. Yo soy su madre.

—No. No. Claro que no, mon ange.

—¿Qué pasa si es como yo? No se lo merece —Sollozaba—. Es tan pequeño y ya está viviendo este tipo de dolor.

Mon ange, el sufrir es parte de la vida. Así son las cosas. Sí, es pequeño, y no pudimos protegerlo de esto porque nunca lo vimos venir tan pronto. Pero ninguno de nosotros puede evitarlo.

—Es como si me hubiera visto en él, Thomas. Es como si hubiese visto a mi yo de hace tantos años —Su voz volvió a quebrarse—. Si lo que Bárbara dijo es verdad... Si Blake tiene... No sé qué vamos a hacer. Perdón. Lo lamento, esto es mi culpa. Yo se lo heredé.

—No es tu culpa. Repítelo. Quiero que lo digas: Nada es tu culpa. Repítelo, por favor.

Desperté dando un pequeño salto. Tenía el rostro sobre mis notas de química y mi pluma negra ya estaba del otro lado del escritorio. La cabeza comenzó a dolerme al igual que mi espalda. Ni siquiera recuerdo cómo es que me había quedado dormido. Al parecer mi primer día de trabajo me había agotado por completo. Sentí mi boca seca y la cabeza no dejaba de dolerme, observé la hora en el reloj que estaba sobre mi cama. Las 4:40 am.

Procuré ser lo menos ruidoso posible para no despertar a mis padres y Allison. Pasé por el pasillo, bajé las escaleras y llegué a la cocina. Encontré unas pastillas para el dolor de cabeza en uno de los gabinetes y comencé a verter el agua simple en mi vaso. Coloqué la pastilla en el fondo de mi garganta, luego tomé un enorme sorbo de mi vaso y la tragué.

Mis ojos se fijaron en la fotografía que había sobre el refrigerador que estaba sostenida por un imán azul del número dos. Se trataba de mí usando el uniforme de hockey. Ese uniforme que solo me puse una vez. Ese mismo uniforme que tiré a la basura porque me recordaba a ella.

Jalé la fotografía hacia abajo para quitarla del refrigerador y en cuanto la toqué sentí unas inmensas ganas de romperla por la mitad para después pasarla por la trituradora. Sin embargo, no tenía el valor suficiente para quitarles a mis padres el único recuerdo lindo que tenían de mí. Esa foto vale oro para ellos, pero para mí es todo lo contrario. No podía simplemente romperla. Les causaría más dolor de lo que ya les causa tan sólo mirarme.

Tampoco la regresé al refrigerador, lo que hice fue guardarla en uno de los cajones de la cocina que mi madre usaba para guardar sus cosas de origami.

—Mamá apenas la encontró. Deberías dejarla donde estaba.

—Creí que estabas dormida.

—Creí que estabas dormido.

Allison se acercó unos pasos y se detuvo cuando llegó a la orilla de la mesa de granito que había en el medio de la cocina.

—¿Por qué me miras así?

—Tienes ojeras —contestó. Sus brazos cruzados y esa mirada desaprobadora me inquietaban más de la cuenta—. Kyle me contó lo que le dijiste a Lillian. Tú y ella hablaron en el árbol hueco —Sorbí un trago de mi vaso—. Fuiste duro con ella, ¿no crees?

—Le dije lo que debía escuchar.

—No, Blake. Le dijiste lo que creíste correcto por lo tanto fue una total mierda porque la llamaste cobarde.

—Ella tampoco dijo cosas muy lindas.

—Lo sé. Estuvo mal que comparase tus sentimientos con los de ella. No fue correcto que comparara ambas situaciones, pero eso no quita el hecho de que ambos son unos tontos.

—¿Tontos por qué?

—Porque se están matando a ustedes mismos ¡Ella se permite sentir demasiado y tú no te permites sentir nada!

—¿Por qué me dices esto a mí? ¡Yo no soy el del problema! Lillian es la que quiere suicidarse, no yo. ¿Por qué no vas con ella y haces de su terapeuta en lugar de la mía?

—Blake...

—Yo sé lidiar con mis problemas solo. No necesito tus intentos de consejera y tampoco esos sermones. Eres mi hermana, no mi mamá. Deja de querer parecerte a ella. Basta de pretender que siempre tienes la razón. Deja de creer que sabes cómo reparar el corazón de los demás, Allison. Esos tiempos en los que ayudabas a todo el grupo con sus problemas han terminado. Ellos crecieron. Tú creciste. Yo crecí. Nuestros problemas dejaron de ser los raspones que teníamos después de jugar. Tal vez la única persona que puede creer tus cuentos es la hija de Maya. Es la más pequeña de todos nosotros, tal vez ella todavía te crea.

Pasé al lado de Allison y subí las escaleras directo a mi habitación. Cerré la puerta y me cubrí con las cobijas. Intenté dormir. Quería dormir. Necesitaba dormir. No quería escuchar mis emociones. Ya no.

La última flor para el inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora