Dieciséis

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BLAKE FLAUBERT

No estaba castigado, pero mis padres tampoco estaban felices. Ambos odiaban la violencia. Realmente aborrecían las peleas. Eso era algo que mi hermana había heredado de ellos y estaba muy molesta con los chicos que me habían golpeado, pero como no los tenía de frente para acabar con ellos con las hirientes palabras que es capaz de decir, se desquita con el jardín trasero de Albert. Arrancar esos alcatraces muertos era su forma de desahogar la furia que comenzó a crecer dentro de ella desde anoche. Si mi abuela estuviera viva, sé que ya hubiera regañado a mi hermana por tratar así a sus pobres flores muertas. Porque sí, aunque las flores estuviesen muertas, mi abuela seguía siendo cuidadosa con ellas. Solía decir que las flores tenían memoria y que el último recuerdo que ella quería que las flores tuviesen sobre ella debía ser lindo. Es algo que hasta la fecha me parece absurdo. Pero tampoco voy a negar que el amor por las flores de mi abuela fue lo único bueno que Albert pudo darle a su esposa.

—Dame más abono.

Le extendí la bolsa negra que mi padre había sacado del cobertizo. Allison me la quitó de las manos y la colocó al lado suyo. La pala que mi hermana usaba para hacer espacio para las nuevas flores estaba oxidada y tenía una punta bastante afilada. Podría jurar que parecía que Allison estaba apuñalando a alguien. Lo hacía con tanta fuerza que la bufanda roja que tenía alrededor de su cuello se caía de vez en cuando.

—El abono no tiene la culpa de que estés molesta, Alls.

Se detuvo de inmediato y me miró.

—¿Qué fue lo que dijiste? ¿Cómo me llamaste?

—No lo sé...

—Me llamaste Alls —Sonrió rápidamente—. ¡Me llamaste Alls! Hacía muchos años que no me llamabas así.

Su enfado se fue y su atención de las flores muertas la había desviado para abrazarme. Allison me había rodeado con sus brazos y estaba riendo. Ella de verdad estaba tan cerca de mí que mechones de su cabello me cubrieron la nariz y posteriormente me causaron cosquillas. No sabía qué era peor, el cabello de mi hermana haciéndome cosquillas en la nariz o su olor fétido a abono que emanaba de sus guantes de jardín.

Cuando Allison se alejó, me percaté de que sus ojos azules estaban cristalinos y una lágrima se asomaba por el rabillo de su ojo. Creí que estaba triste, pero ella seguía con la mejor de sus sonrisas y de vez en cuando riendo. No me cabía duda de que Allison era la más extraña de nosotros dos.

—Vengan a ayudar con la comida —Pidió mi madre cuando se asomó—. Allison, ¿estás bien? ¿Por qué lloras?

—Nada, mamá —Se levantó y quitó los guantes del jardín. Luego de que nuestra madre regresara al interior de la casa, Allison la siguió y me llamó—: Vamos.

Las inesperadas emociones que mi hermana había expresado parecían solo haber sido una ilusión para mí porque Allison se encontraba bastante bien. No parecía que casi había llorado. Me pregunté si la manera en la que la llamé hace un rato le recordó a algo que no quería recordar. Algo desagradable en su vida. Pero hasta donde yo sé era el único que la ha llamado Alls y dejé de hacerlo hace mucho tiempo porque estaba muy ocupado hundiéndome en mi culpa por el accidente de Julie. Quizás le recordó a la misma Julie. Porque ella también solía llamarla de esa manera una o dos veces.

No debí volver a pronunciar ese apodo, no debí hacerlo, sin embargo, tampoco era algo que tenía planeado decir. Las palabras solo salieron de mi boca.

—Por favor intenta ser amable con ella. Es lo único que te pido que no olvides, padre.

Oublier qui? Hanzel, de quoi tu parles?

¿Olvidar a quién? ¿De qué hablas, Hanzel?

Desvíe mi camino a la cocina para observar a mi padre desde el umbral que conectaba el comedor con la sala. Escuché a mi padre tomar un respiro largo y profundo.

—Tienes que ser amable, padre. Es la ayudante de Sonia, ¿de acuerdo? Solo tendrá que venir dos días a la semana.

Bien sûr —Albert asintió—. Être aimable. Je vais le faire, Martin.

Claro. Ser amable. Lo haré, Martin.

—En un momento estará la cena —Al voltearse se dio cuenta de que lo observaba. Forzó una sonrisa mientras se acercaba hacia mí. Luego me tomó del hombro y dijo—: Ha olvidado mi nombre. Está olvidando más cosas. Tendremos que ser pacientes con él. tendrás que ser paciente con él, Blake.

—Mientras no haga más comentarios ofensivos hacia mamá, intentaré ser paciente con él. Tal como haces tú.

—Gracias —Esta vez sonrió de verdad—. ¿Ya conociste a la nueva cuidadora de tu abuelo? Llegó hace unos minutos.

Negué con la cabeza.

—Te agradará. Es amistosa.

Si era amistosa, entonces Albert no la soportaría. Le diría que su actitud era absurda y sin sentido. Le diría que está siendo ridícula y débil. Le diría lo estúpida e ingenua que se ve siendo amable y poniendo una sonrisa. Son las cosas que alguien como Albert le diría a una persona que no tiene el mismo corazón de piedra que él posee. Si es que acaso tiene uno.

Había veces en las que me preguntaba cómo había sido que una mujer tan cálida y encantadora como mi abuela se pudo haber casado con un monstruo sin corazón como lo era Albert. También me cuestionaba cómo era que mi padre no tenía ni una pizca de su maldad si, según lo poco que nos ha contado acerca de su pasado, la abuela siempre trabajaba hasta tarde y él era quien debía quedarse con Albert a solas. Siempre estuvo con su padre, pero nunca ha sido como él. Mi padre no lo sabe, pero sé que la cicatriz que tiene en su espalda es por aquel cable con el que Albert lo golpeó una de las veces que intentó proteger a mi abuela de los abusos que él le daba cuando estaba furioso o ebrio. Y lo sé no porque mi padre me lo haya confesado. Lo sé porque mi abuela me lo reveló una noche en la que le pedí que durmiera conmigo hasta que cerrara mis ojos.

Sé que mi abuela no disfrutó contármelo y yo tampoco disfruté el escucharlo, pero eso me hizo entender el comportamiento de Albert. Me hizo entender que él era un hombre grosero y abusivo, así como me hizo comprender por qué razón era tan indecoroso con mi madre. A él no le gustaban las personas como ella. Por eso mi padre no tenía fotos con sus padres cuando se casó con mi madre. Porque Albert se negó a ir a la boda y obligó a mi abuela a quedarse en casa junto a él haciendo Dios sabe qué y al ver que no pudo vencer el amor que mis padres se tenían, entonces comenzó a hacer comentarios hirientes hacia mi madre respecto a sus vivencias. Pues la vida de mi madre dejó de ser un secreto desde que público su único libro, así que Albert sacó provecho de ello y comenzó a ser un completo imbécil con ella y mi abuela no lo podía detener porque le aterraba su propio esposo.

Recuerdo que esa noche, mientras Albert decía estupideces, mi hermana y mi abuela tenían la cabeza baja, mi padre tensaba su mandíbula, irritado, y mi madre no dejaba de mirar a Albert con paciencia y una pizca de furia en sus ojos. El comportamiento de todos me sacó por completo de mis casillas que comencé a gritarle a Albert tan fuerte que él mismo se sorprendió. Mis padres intentaron calmarme, pero no lo lograron hasta que mi plato de lasaña cayó en la ropa de Albert y él me gritó para que me marchara de su casa para nunca volver. Tenía quince en ese entonces y desde esa edad no me había presentado en casa de Albert hasta ahora. Ni siquiera vine aquí cuando mi abuela falleció porque siempre estuvo en el hospital conectada a ese tanque de oxígeno, además de que nunca lo vi visitarla a pesar de que mi familia siempre estaba ahí. Ha pasado medio año desde que mi abuela se fue y tres meses desde que Albert comenzó con los síntomas de Alzheimer.

—Blake, ella es la nueva cuidadora de tu abuelo.

El que sonrió esta vez fui yo

La última flor para el inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora