Treinta y dos

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BLAKE FLAUBERT

Mi mamá estaba cubriendo el turno de la noche en el hospital para el que trabajaba y mi padre se encontraba en casa de Albert cuidándolo junto a la enfermera principal. Allison y yo teníamos todo bajo control cuando nuestros amigos se marcharon, pero me fue imposible convencer a Dee para que volviese a su casa. Me repetía y me repetía que no habría problemas si llegaba tarde porque su padre y Minnie ni siquiera estaban en casa por la noche de póker. Allison también intentó hacer que se marchara a descansar y solo falló.

—Iré a darme una ducha —dijo mi hermana—. ¿Segura que puedes manejar esto, Jane?

—Claro que sí. Por una razón tus padres me contrataron para cuidar de tu abuelo.

Allison me dio una mirada segura que tenía una pizca de preocupación. Mis recuerdos eran borrosos, pero sé que sus manos temblaban y su mirada estaba desesperada. Jamás había visto a mi hermana tan nerviosa y preocupada por mí. Era la primera vez que veía a Allison perder la calma que tanto la caracteriza. También tuve un vago recuerdo de Dee sosteniendo mi mano y observándome con súplicas para que no cerrara los ojos a pesar del increíble cansancio que estaba sintiendo en ese instante.

—Qué asco.

—A mí tampoco me gusta el té de jengibre, pero siempre ayuda para el dolor de cabeza.

Dee tomó asiento a mi lado y vigilaba que me terminase el té que me había preparado. En realidad parecía mi enfermera personal justo en ese instante y me gustaba.

—Hay que cambiarte la gasa antes de que duermas.

Ella se levantó para buscar el botiquín de primeros auxilios, pero antes la sostuve de la mano impidiéndole que saliera por la puerta de mi habitación. No quería una estúpida gasa para curarme, la quería a ella. Necesitaba de ella. Solo eso. Dee regresó a mi lado en silencio y sin dejar de verme con esos ojos tan llenos de luz como un faro de esperanza que se cruzaba en mi camino siempre que lo necesitaba. Sin embargo, ahora mismo no veía ninguna luz en ellos. Estaban apagados. Guardaban una emoción bastante familiar para mí. Estaban repletos de culpa.

—Tus padres van a odiarme cuando se enteren de todo esto —Su voz parecía un susurro a lo lejos—. Lo siento mucho, Blake. Estás así de herido por mi culpa.

Me acerqué más a ella y la tomé por las mejillas. Dee no quería verme a los ojos. Su culpa la torturaba de la peor manera. Toqué alrededor de la herida que tenía sobre su labio inferior y ella bajó más su cabeza.

—No digas eso, Dee. ¿Por qué te culparías?

—Porque Eric te hizo esto —dijo en seguida—. Creí que ya había arreglado las cosas con él. Más bien, que él ya no me buscaría. Le dejé en claro que no quería hablarle luego de lo que hizo con Tim y pensé que había entendido porque esa misma noche Rachel le dio un ultimátum después de tocarme, pero al parecer no... —Limpié una lágrima que se escapaba por la esquina de su ojo izquierdo—. Perdón.

—¿Qué fue lo que le hizo a Tim? ¿Qué fue lo que te hizo?

—La misma noche en la que me invitaste a esa fiesta, ¿recuerdas? Cuando llegué a casa, Tim no estaba y tampoco respondía su teléfono. Pensé que algo malo le había sucedido, pero en realidad Eric y su amiga, Courtney, lo habían llevado a no sé qué lugar para embriagarlo y darle a probar drogas —Una vez más quería golpear a Eric hasta dejarlo inconsciente—. Rachel me ayudó a encontrarlo y cuando le dije a Eric lo irresponsable que había sido, reaccionó de la misma forma que hace unas horas. Parecía otra persona y se negaba a soltarme hasta que Ray intervino y lo amenazó —Si me volvía a cruzar con él, no dudaría en hacerle saber que sus acciones tienen consecuencias graves—. No te lo mencioné antes porque pensé que ya era asunto del pasado.

—Gracias por compartir esto conmigo, Dee.

—Lo siento mucho, Blake. No bromeo. Me siento tan mal por lo que te hizo. Tan solo mírate —Me señaló el rostro y luego recargó su mano en mi mejilla sana.

—¿Ya no te parezco atractivo como antes?

—¿Qué?

—Soy Freddy Krueger ahora. ¿Qué crees que pasará con nosotros? ¿Debería acecharte en tus sueños?

—Pero Freddy Krueger tiene el rostro quemado —Sus lágrimas se detuvieron—. Yo diría que eres más como Edward Scissorhands.

—¿Y tú Kim Boggs? —Al fin la hice sonreír.

—Tal vez.

Besó mi mejilla con suavidad.

—Deberías quitarte esa ropa manchada de mojito de frutos rojos.

No pude evitar tocar su cintura.

—Y tú deberías quitarte esa ropa manchada de sangre.

No imaginé que Dee sería así de atrevida a como lo estaba siendo justo en este segundo. Dejó de besarme la mejilla para llegar a mi cuello. La posición en la que se encontraba era incómoda y me impedía tenerla cerca, así que la obligué a sentarse a horcajadas sobre mí. Lo hice con tal velocidad y fuerza que su frente chocó con la mía provocando una punzada de dolor sobre mi herida que me hizo arrugar la nariz.

—Lo siento —dijo de inmediato—. Blake no deberíamos hacer esto, no estás en condiciones.

—No debiste besarme así si no querías que hiciéramos nada, mon rire.

—Eso no es justo.

Ce soir, je ne serai pas juste, mon amour.

Pasé mis manos por su nuca para acercarla a mí una vez más y regresar a lo que hacíamos. Mi beso delicado se convirtió en uno efímero y fogoso. Me estaba derritiendo en su boca. Ella y yo estábamos dialogando de una forma íntima y solamente nuestra. Éramos dueños de este momento y ella era dueña de mi corazón. No me sentía vulnerable, ya no más. Tampoco dudaba de lo que mi corazón sentía. Era como si Jane tuviera un efecto irreparable en mí que no me causaba destrucción. Era exactamente igual que besar la primavera y disfrutar de un buen atardecer al lado de la persona que más amas. Sin duda, lo que experimentaba, era emocionante y a veces aterrador. Un segundo tocándola se sentía como mil años y me sorprendía lo difícil que era cansarme de eso. Ahora que me permitía conocerla de cuerpo y alma, podía darme cuenta de lo increíblemente diferentes que somos. Ella el sol y yo la luna. Ella las nubes y yo la lluvia. Ella el océano y yo un pez diminuto. Ella la paz y yo el desastre. Ella el universo y yo una estrella a punto de extinguirse. Toda esta información me hacía llegar a un solo lugar.

Dee ha ocupado un lugar tan especial en mi corazón que nadie podrá reemplazar jamás.

Bajé el cierre de su falda lentamente mientras le besaba el cuello y ella enredaba sus dedos en mi largo cabello. Cuando la falda estuvo en el suelo, Dee desabotonó mi camisa poco a poco y sus dedos rozaban mi abdomen con la total intención de enloquecerme. El siguiente paso fue quitarle la camiseta blanca luego de que marqué un camino de besos desde su abdomen hasta el pecho. Cuando no había ninguna prenda de ropa interrumpiendo el toque de nuestros cuerpos, la besé con deseo y ella enredó sus piernas en mi cintura. Su piel era suave y ardiente al igual que la mía. Dee me volvía completamente loco y me encantaba ese sentimiento.

Sus manos no me permitían alejar mi rostro del suyo e incluso pude sentir sus uñas sobre mis mejillas. Yo estiré mi brazo al cajón de al lado de mi cama para sacar un preservativo y fue entonces que Dee separó nuestros labios un par de centímetros, pero las puntas de nuestras narices seguían tocándose. Ella me sostuvo la muñeca aun yo con el preservativo en la mano y me miró.

—¿Qué fue lo que dijiste? —preguntó mientras estaba debajo de mí y nuestras respiraciones fuesen lo único que se escuchaba en mi desolada habitación.

—¿Qué cosa?

—En francés. ¿Qué cosa significa?

No pude evitar sonreír y darle un pequeño beso en la frente. Me acerqué más a ella y le susurré:

—Déjame demostrártelo.

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⏰ Última actualización: Apr 30 ⏰

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La última flor para el inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora