Diecinueve

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JANE DEE

Ya sabía que estaba mal. Claro que lo sabía, pero el miedo de mostrarle a alguien mi hogar se esfumó tan de repente cuando vi la determinación que había en sus ojos por conocer una parte de mí que nadie más conoce. Ni siquiera Tim era capaz de volver a llevar a alguien a esa casa porque sabía que era un peligro si acaso mi padre se enteraba de ello. Gritos, regaños horripilantes y uno que otro golpe podía ser ocasionado por esa pequeña desobediencia. Por esa y más razones que no alcanzaba a explicar ahora mismo me encontraba suplicándole a Minnie que no le dijera nada a mi padre respecto al muchacho que había visto a mi lado observando la casa. Porque sí, mi padre no está en casa; de hecho, no regresaría hasta mañana debido a que fue a un entrenamiento junto a sus amigos, pero Minnie seguía en casa y a cargo.

Ella tenía los brazos cruzados e intentaba parecer molesta, pero la sonrisa de satisfacción por haberme encontrado rompiendo la regla de mi papá la hacía ver con menos autoridad y más como una de las peores madrastras que pueden existir. Incluso me parecía que Lady Tremaine no estaba a la altura de Minnie Lewis cuando se trataba de hacerme la vida imposible.

—¿Acaso es tu novio? ¿Por esa razón has llegado tarde a casa últimamente?

—Solo llegué tarde una vez.

Y ahí estaba yo. Dándole explicaciones a la novia de mi padre sabiendo que a ella ni siquiera le interesaba intentar o ser mi madrastra.

—¿Qué piensas que tu padre dirá cuando sepa que has traído a un chico apuesto a casa?

—Ni siquiera entró, Minnie. Y no le dirás nada a mi padre sobre Blake.

—¿Blake? A ver, mocosa. ¿Cuál es el apellido de ese chico?

—¿Por qué te importa saberlo?

—Porque si es el Blake que pienso que es, entonces tu padre no te perdonará esta vez.

Intenté no hacer caso a los dolores que comenzaba a tener en mi estómago.

—Creo que sí es.

—Deja a un lado los rodeos y dime de qué estás hablando.

—Thomas Flaubert —Sentí que me jalaban las entrañas—. Tu padre no aprecia para nada a ese hombre y por lo tanto tampoco a su familia.

—¿Por qué no habría de apreciarlo? ¿Qué sabes sobre ellos, Minnie?

—No mucho en realidad. Dominic casi no habla del tema, pero lo que sí puedo asegurarte, Jane, es que, si ese chico tan bonito es un Flaubert —Bufó—, tu padre estará tan furioso que desearás no haber nacido.

El miedo y la intriga por el odio que mi padre podría tenerle a la familia de Blake quería invadirme hasta dejarme inmóvil. La garganta comenzaba a dolerme y mi estómago estaba en una montaña de emociones que no comprendía.

Necesitaba despistar a Minnie de esa idea. Mi expresión de miedo le daría la respuesta que suponía.

—No sé de lo que estás hablando, Minnie. Pero sé que no voy a convencerte de que cierres la boca con simples palabras. Así que estoy dispuesta a hacer un trato contigo —Juro que vi un brillo en sus ojos—. Te gusta mucho arreglarte las uñas, ¿no? Y he escuchado que mi padre no te ha dado el dinero para ellas. Yo estoy dispuesta a hacerlo.

—¿Vas a darme dinero? —Negué—. ¿Tú vas a arreglarme las uñas?

—Tengo una buena amiga que sabe hacerlo gratis. No tiene un lugar en especial para que vayas...

—No voy a dejar que una pobretona toque mis uñas.

Luché contra las ganas que tenía de gritarle a Minnie y darle una buena bofetada. Yo no soy una chica a la que le guste la violencia y quería arreglar las cosas con ella, pero a veces pensaba que Minnie era tan clasista y soberbia que de verdad quería darle un buen golpe para que cambiara de opinión o de cerebro.

La última flor para el inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora