Capítulo 7: La vida de una esclava

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Una parte de mí lo sabía, pero prefería no recordármelo.

Sabía que mis acciones eran incorrectas, sabía que independiente del daño que Isabella me hizo alguna vez, el copular con su esposo era un pecado que merecía al menos un castigo.

Por ello no opuse ninguna resistencia en todo el camino que recorrimos hasta su presencia en la solitaria sala donde hervía un caldo al fuego de la chimenea.

Ella estaba sentada en el largo sillón de adornos dorados que el príncipe había traído de persa.

Era curioso, no la había visto desde que llegamos a la mansión, por lo que imagine que la próxima vez que lo hiciera, la encontraría usando ropas nuevas a la última moda de la burguesía y bañada en las joyas de la corona.

En cambio, Isabella tenía puesto el mismo vestido que uso para el baile de primavera del año pasado, los guantes de seda que le regalaron en su quinceavo cumpleaños y la medalla de la virgen de su bautismo.

Lo único que llevaba encima, que era diferente a la mujer que yo recordaba, era esa delgada tiara de plata con turquesas adornando su centro.

—Aquí está la esclava, su alteza—anuncio el soldado inclinándose a Isabella.

Ella le mostró una sutil y melancólica sonrisa y asintió para permitirle levantarse, detrás de ella se encontraba Josefa, regodeándose al ver mi rostro confuso.

—Al fin nos vemos las caras—se levantó Isabella y camino hacia mí con un porte mucho más recto y galante del que acostumbraba antes—, querida hermana.

Mis ojos se giraron a ella, estaba impactada, pues nunca antes me había dicho "hermana". Sin embargo, era cobarde para preguntar su razón.

Aunque permanecía calmada, pude notar en los ojos de Isabella las chispas de la ira que cargaba sobre su cabeza.

—Porque —retomo ella la palabra—, te has encargado de decírselo a todos, ¿no es cierto? A pesar de que yo te ordene específicamente que no lo hicieras.

—No lo hice.

—No me mientas.

—No es mentira. El príncipe lo investigo en el pueblo por su cuenta.

Isabella me observo en silencio y de sus ojos parecían salir dagas que me forzaban a inclinar la mirada para no perecer ante la suya.

—¿Por qué el príncipe perdería el tiempo en eso?

—No lo sé.

—¡No lo sé, su majestad! —alzo la voz para corregirme.

—No lo sé, su majestad—repite como un autómata. No había emoción alguna en mis palabras, su acto de superioridad no me intimidaba en lo absoluto.

Acepte desde muy pequeña el ser inferior a ella y en ese entonces lo veía como algo natural en el mundo, así como la oruga es inferior al ave que la devora. No es culpa de nadie, solo, así son las cosas.

Isabella tomó entre sus dedos el borde de la manga de mi vestido y la acaricio.

—seda—dijo con desdén—. Desperdiciándose en una esclava—se lamentó en el viento—. ¿De dónde la has sacado?

—Fue un regalo.

—¿Quién le daría algo tan costoso a alguien tan inferior como tú? Una esclava que no tiene valor alguno, que solo está aquí porque es hermana de la princesa—no respondí, eso la irrito—. Dime quien.

—Un amigo.

—¿Qué amigos? Una larva como tú no tiene derecho ni a tener amigos. Seguro que la has robado—balbuceo en cólera—. Abraham—lo llamo—, córtenle las manos a esta ladrona.

Único rey: De esclava de mi hermana a amante de su esposo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora