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Usa estaba confundido.

Se había despedido de México y Argentina hace unos momentos. Ellos parecían apenados, se habían disculpado un par de veces con él.

No sabía que había pasado con su omega, pero se estaba sintiendo triste desde la tarde. Por alguna razón, tampoco podía estar enojado con México y Argentina, entonces entendía que la tristeza no era contra ellos, y su mismo instinto coincidía.

— Perú...

Murmuró, y tocó la puerta del peruano.

Perú siempre invadía su habitación, pero Usa no podía invadir la suya. Dentro de la habitación del peruano estaba un gran nido con su ropa, era el nido que había hecho con gran esmero desde que inició su embarazo.

Sin embargo, no era bienvenido allí, cuando deseaba entrar sentía la mirada del peruano preocupada y sobre todo, la presión en su pecho invadir.

A veces sentía curiosidad.
A veces sentía que debía entrar.
Y a veces, solo a veces le preocupaba nunca poder estar.

— ¿puedo pasar?

—...

— ¿puedes salir?

—...

— cariño, ¿estás allí?

— sí...— escuchó un sollozo.

— te esperaré afuera, me avisas cuando estés listo.

Y así, Usa se quedó en la sala leyendo un libro esperando por su omega.

Quince minutos.

Media hora.

Una hora.

Pasaron dos largas horas y minutos extra, hasta que finalmente cuando el reloj marco cerca de las once, escuchó la puerta abrirse y notó por primera vez en el día a su omega.

Despeinado. Con los ojos hinchados. La mirada triste. Una barriga muy bonita.

— Usa... estás aquí.

Usa, Usa, Usa.

Era lindo.

Soltó el libro y se dirigió a él, sintió su olor suave a manzanilla nuevamente.

— perdón...

— shh... está bien. — secó un par de lagrimas que iban a salir mientras sostenía su rostro. — está bien, ¿me contarás que pasó? Puedes no hacerlo, pero me gustaría saber.

Perú negó.

— ¿seguro?

— sí...

— muy bien...

Suspiró con una sonrisa.

Estaba acostumbrado a esto.

Cargo al peruano quien se sostuvo de su cuello, y ambos se acurrucaron en el sofá, Perú lloraba de nuevo y Usa susurraba en su oído cuando lo amaba.

Su cabello. Sus ojos. Su nariz. Sus labios. Su piel. Su cuerpo. Su manera de sentir. Su manera de ser.

Eso amaba Usa.

Tan simple como decir, que amaba a Perú.

Tan simple como decir, te amo.

—.

Al final I UsperDonde viven las historias. Descúbrelo ahora