Prólogo

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Sarada estaba enfrascada en una montaña de papeles como la Novena Hokage que ahora era.

Habían pasado más de veinticuatro horas de intenso trabajo, y aún no terminaba. Su secretario Mitsuki no se le despegaba de su lado en ningún momento.

Tenía por delante el examen chuunin, que prácticamente se le venía encima. Desde la muerte se su amado esposo, ella se dedicó a su trabajo ignorando a sus hijos incluso.

Solo su amigo Mitsuki podía hacerla entrar en razones, para que al menos descanse un poco. Ni siquiera sus propios padres podían llegar a ella.

No soportaba el hecho de tener que vivir lejos de su amado esposo, Boruto había pasado por tantas cosas oscuras que justo cuando empezaba a volver a vivir, disfrutando de su nueva familia que en verdad lo quería a él, tuvo que morir.

Si bien jamás encontraron su cuerpo, todos aseguraron su defunción. Desde que eso sucedió Sarada no fue la misma, ni siquiera les prestaba atención a sus hijos ya.

Los mellizos, Erika y Minato Uchiha, tenían catorce años y el menor, Itachi Uchiha, tenía solo doce años.

Los mellizos eran la viva imagen de su padre Boruto mientras que Itachi se le parecía a su abuelo materno, solo que había heredado los ojos de su abuela materna. Verde intenso.

Los tres niños vivían con sus abuelos maternos, quienes los cuidaban con gran esmero. Pero ellos extrañaban a sus padres. Querían recuperar la vida feliz que en el pasado solían tener.

Pero aquello más bien parecía ser tan solo un anhelo, una ilusión debido a que su querido papá estaba muerto y su mamá solo sabía refugiarse en su trabajo ignorándolos.

Esa tarde Minato estaba junto a su abuelo Sasuke entrenando. Él era la viva imagen de Boruto, de hecho tenía su misma personalidad cuando Boruto tenía su edad siendo aún un niño con sueños y esperanza.

Sasuke lo entrenaba enseñándole a usar el Sharingan junto al chidori. Minato tenía tres astas en ambos ojos, siendo muy poderoso.

Sasuke solía pasar la mayor parte del tiempo junto a ese nieto, ya que le recordaba a Boruto continuamente.

Minato respiraba entrecortado, ya que había estado practicando arduamente durante varias horas.

El niño cayó al suelo respirando entrecortado, desactivando su Sharingan. Sasuke se le acercó preocupado, pero el rubio sonrió.

— Tranquilo abuelo, no pasa nada. Solo estoy algo cansado.
— Te sobrexiges bastante Minato.
— ¿Como mamá?

El dolor se reflejó en el rostro del niño haciendo que Sasuke lo abrace con ternura. Él también extrañaba a su querido discípulo e hijo del corazón. Pero la vida debía seguir su curso.

— Tu mamá extraña a tu papá, pero pronto lo superará. Ya lo verás.
— Papá ya no está y a mamá no le importamos ninguno de nosotros.

La frustración del niño hacía que Sasuke recuerde a Boruto cuando tenía su misma edad, y se quejaba de su padre Naruto por la misma razón que ahora su nieto lo hacía de su mamá. El atardecer empezaba a nacer y ambos se dispusieron regresar a casa.

Itachi había pasado junto a su abuela Sakura toda la tarde, ayudándola a preparar la cena. Cuando Sasuke y Minato llegaron, el pequeño corrió a recibirlos.

Se avalanzó a los brazos de su hermano, quien lo sujetó al tiempo que Itachi se subía en sus hombros. Los dos reían alegremente.

Sasuke y Sakura los contemplaban recordando a Boruto cuando solía jugar con su hermana Hima.

— Hermano, abuelito la abuelita y yo preparamos la cena — decía el pelinegro riendo feliz.

— Que bueno, debe estar delicioso Itachi — respondió un feliz Minato
— Esperemos que Erika llegue para cenar — comentó Sasuke.
— ¡Si! — dijeron a coro ambos hermanos.

Erika llegó a los pocos minutos para cenar en familia. Los hijos de Boruto vivían con sus abuelos maternos, ya que Boruto jamás se  reconcilió ni con sus padres, ni con Kawaki ni con nadie de Konoha, luego de acabar con la oscuridad convirtiéndose así en el nuevo salvador del mundo.

Todos fueron liberados de la prisión mental a la que el Seringan los había encerrado. Aunque sus recuerdos regresaron junto a la culpa, todos intentaron disculparse con el rubio pero Boruto ya no era el mismo de antes.

A Boruto había dejado de importarles todos, vivía solo por y para Sasuke y Sarada. Al poco tiempo formo su familia junto a Sarada siendo en verdad feliz.

Volvía a sonreír junto a sus hijos, su esposa y sus suegros. Nada más. Cuando Sarada se hizo Hokage él fue tan feliz como ella y sus pequeños.

Boruto permitía que sus hijos vean a sus abuelos paternos, su tía Hima y su familia, como así también a Kawaki y a su familia también. No obstante él jamás volvió a hablarles, ni a visitarlos. Para Boruto directamente dejó de importarle ellos como sus ex amigos.

Hasta su desaparición que con el tiempo fue dado por muerto, su esposa y sus hijos eran felices a su lado. Ahora que él ya no estaba, el dolor y la tristeza se adueñó de Sarada y los pequeños.

Sin embargo Erika, la hija de Boruto, deseaba poder ver a su papá tan solo una vez más. Por tal razón buscó la forma de poder hacerlo. Así encontró la tortuga que en el pasado Boruto y Sasuke utilizaron para viajar al pasado.

Ella indagó en la biblioteca de Konoha todo lo relacionado con ese objeto para poder activarlo. Le llevó más tiempo del que había imaginado. Pero cuando estuvo listo, recién les contó a sus hermanos su secreto.

Esa noche, luego de la cena, Erika llevo a sus hermanos a su habitación aprovechando que sus abuelos limpiaban todo.

Una vez solos y tras asegurarse de que nadie los escuchaba, ella les mostró aquel objeto mientras les contaba todo lo que había indagado al respecto.

Minato e Itachi abrieron los ojos asombrados, ya que no se creían una sola palabra de lo que su hermana les decía. Pero Erika le puso chakra al instrumento quien se activo saliendo la tortuga de su concha.

Una enceguecedora luz los envolvió a los tres al segundo siguiente.

— ¿Qué está ocurriendo? — preguntó asustado Itachi
— Nos iremos al pasado chicos — contestó una muy emocionada Erika

— ¿Qué dices? ¿Cómo que nos iremos al pasado? — quiso saber Minato
— Como les dije, es un objeto que viaja a través del tiempo — la felicidad de la niña era intensa — Con él podremos volver a ver a papá.

—¿Veremos a papá? Pero Erika ¿Te volviste loca hermana? — quiso saber Minato sin poder creerlo — ¡Esto es peligroso!

Cuando Minato quiso arrebatarle dicho objeto para evitar hacer ese menudo viaje, ella no se lo permitió. Ambos forcejearon, asustando al pequeño Itachi.

Sin embargo la tortuga salió despedida en un determinado momentos, pero el pelinegro la sujetó evitando que caiga al suelo. No obstante, aquello modificó la fecha de la época que Erika había elegido para ir. Una luz enceguecedora e intensa los envolvió llevandoselos de ese lugar a otro diferente.

Momentos luego los tres desaparecian de la habitación de Erika Uzumaki y de la aldea.

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Nuestro Padre BorutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora