12 Mujeres de aretes felices

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Hace poco hablaba con una amiga por teléfono, cuando de pronto me dice: “No

hay duda de que cuando uno es feliz todo fluye”. Y su frase me encantó. Y así somos las

personas. Estamos llenas de una sabiduría hermosa – aunque a menudo la olvidemos o

no la apliquemos.

¿Qué pasaría si en verdad todo fuera así? Que en vez de creer que uno no es feliz

porque las cosas no han fluido, comenzáramos a creer que cuando uno es feliz, las

cosas fluyen.

Y, ¿por qué no?

Recuerdo una historia que leí una vez, en la que una mujer decidió dejar de

discutir con su esposo por tonterías (como cuál camino tomar para llegar a un lado de

la ciudad y evitar el tráfico), y se dijo a si misma: Prefiero ser feliz a tener razón. La

historia me encantó. Recordé todas las veces que uno inicia discusiones tontas, sin

importancia, pero que por inflar nuestro ego queremos ganar. Y esas discusiones

siempre terminan en enojos, en momentos lindos tornados en desagradables, en

inicios de peleas mayores, en decir por rabia cosas que uno no sentía en verdad. ¿Y si

decidiéramos dejar esos egos inflados atrás y eligiéramos ser felices? Prefiero ser feliz a

tener razón.

Y es que, ¿cuándo fue que elegimos dejar de ser felices? ¿En que momento de

nuestras vidas dejó de ser una prioridad? ¿Por qué no ser feliz… y punto?

Lo triste es que no nos damos cuenta de la actitud con que tendemos a andar

por la vida. De mal humor, con rabia, sin paciencia, con malas caras, con intolerancia,

con prisa, con prejuicios, con ganas de dañar al otro, con tristeza, con resentimientos,

con miedos. Pocas veces vemos a alguien andar con una sonrisa, con buen humor, con

ánimos de ayudar, con comprensión. Con alegría, simplemente con la alegría de estar

vivo.

Tanto es así que cuando vemos a alguien sonriente en la calle nos llama la

atención. Como si nuestro estado "natural" como seres humanos serían los estados de

ánimo negativos y no la alegría de ser.

Recuerdo una vez que iba con un amigo en el metro. Por alguna razón u otra

reíamos. La viejita sentada frente a nosotros hizo un gesto. Mi amigo le dice, señora,

disculpe, pero no hablábamos de usted. Y la señora dice: “Yo sé, pero me encantó

verlos sonriendo. Ya no se ven personas así”. Y entonces comenzó a platicar su historia,

que tenía bisnietos, que había sobrevivido a la guerra, que trabajó como enfermera y

curó a mucha gente y les compartió de su alegría. Se le entrecortó la voz y tuvo que

cerrar los ojos para no llorar. Yo moría por tomar su mano y decirle lo bella que era.

Pero no sabía si ese abrupto contacto físico la asustaría.

Mujeres De Aretes Largos (by Elena Sofía Zambrano)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora