Capítulo 1: The beginning

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Todo, desde la más pequeña célula hasta el más grande de los especímenes tuvieron un inicio, aquel mundo que giraba alrededor del sol tuvo su propio inicio hace aproximadamente 6.000 años, comenzando con un jardín, el gran jardín de las delicias en el cual se formó el primer pecado de la humanidad, el pecado original al cual todos estamos destinados desde que nacemos y que es borrado con el bautizo o eso se supone que hace.
Hay personas que nos guían en nuestro camino de redención, porque a pesar de todo, seguimos pecando, no somos perfectos, pero siempre habrá personas que se merecen el cielo entero y aún así, no son lo que parecen, merecen un infierno exclusivo para ellos.

Siempre habían seres más deplorables que otros, más inhumanos, más diabólicos.
Pero en la iglesia, todos eran unos santos, eso decían, eso creían todos y a pesar de que no hubieran realmente malas personas, una destacaba entre todas, incluso más que los personajes históricos que enseñaba en la escuela, más que todos aquellos sacerdotes de renombre que tantas veces habían visto caminar por los grandes pasillos de la catedral y eso era mucho que decir.
Los niños sólo podían adorar a un sacerdote en específico y no era para menos si parecía un ángel genuino, dócil, amable, protector y paciente, cosas que muchos de sus maestros no poseían.

Aziraphale, ese es su nombre.
Un hombre de aproximadamente 32 años, con un cabello rubio rizado y ojos claros, siempre con una sonrisa en su salón de clases y una mueca seria en los pasillos, nervioso a veces pero confiado con sus estudiantes. Alguien que no rompería la reglas aún si lo amenazaran y no era para menos si había vivido en constante contacto religioso desde que era un niño, pues padres no poseía y sólo encontró un hogar junto a las creencias que había adquirido.
Con un talento innato para enseñar y un fiel seguidor a su religión se convirtió en sacerdote y maestro en Londres para luego ser enviado hacia Italia, más concretamente en Roma; le adoraban inmensamente, pero hasta los más amados tienen a sus enemigos, incluso estando en el mismo lugar, Gabriel, Miguel, Uriel y Saraquel, todos con nombres angelicales desmeritaban sin clemencia el esfuerzo de Aziraphale, muchos sólo veían con impotencia las reprimendas exageradas que le daban, tan fuertes, tan horripilantes y aún así él conservaba una sonrisa para despedirse de ellos a pesar de todo.

Pero habían dos personas que no lograban meterse en la cabeza el como dejaba que le tratasen así, odiaban a esos cuatro como si de un grupo de demonios se tratasen; nunca imaginaron que lo que estarían a punto de hacer no los afectaría a ellos, si no al amable sacerdote.
Era un día algo caluroso de verano, el sol brillaba con intensidad y hoy al menos no habían clases, era domingo, día de ir a la iglesia y por su parte, Aziraphale tenía que dar la misa el día de hoy, a pesar de estar sumamente agotado por tener que calificar exámenes lo haría con sumo gusto, pues Gabriel se había marchado mucho más temprano para consolidar un casamiento y a decir verdad, el resto no lo haría porque preferirían mandar a Muriel como la última vez, no permitiría que eso sucediera de nuevo, así que prefirió tomar el lugar por la mitad del año o eso quería si era sincero.

Su día fue normal y dió la misa como acostumbraba, a veces saludando con amabilidad a los visitantes recurrentes, todo estaba bien hasta que la noche se hizo presente.
Anathema y Newton eran dos jóvenes que se volvieron amigos del sacerdote, pero odiaban profundamente el trato que le daban, sin una mejor opción irrumpieron ilegalmente a la iglesia con 5 velas negras, una tiza blanca y por último un libro de ocultismo; se sentaron en el suelo haciendo un pentagrama con la tiza y prendiendo las velas para luego ponerlas en cada esquina de la estrella la cual tenía una serpiente dibujada en el centro. Iniciaron un rezo prometiendo 4 almas ajenas a cambio de los servicios de un demonio en específico, aquel que fue la serpiente del Edén en el principio de la humanidad, cuyo nombre era desconocido y en un momento las velas se apagaron dejando en evidencia un brillo rojo brillante en la tiza blanca, rayos cayeron y un caos de ruido comenzó hasta terminar unos segundos después, el pentagrama ya no existía y las velas volvieron a prenderse, dejando en claro que aquel ritual había funcionado.

Pero no de la forma que esperaban.

Praying and SinningDonde viven las historias. Descúbrelo ahora