Capítulo 8: Sunflower

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El día comenzó como cualquier otro, con la excepción de que una alma en pena vagaba con piernas temblorosas en la madrugada, caminando perdidamente por el lugar hasta que el amanecer se presentó, una ojeras pronunciadas adornaban sus ojos, pero era disimuladas por sus lentes, se sentía perdido y vulnerable, como si de un cachorro abandonado se tratase.
Se preguntaba si había sido lo correcto jugar ajedrez luego de aquel encuentro que tanto quería borrar de su memoria, pero él, él lo quiere ¿No es así?.

Aquellos pensamientos tuvieron que disiparse al escuchar la campana retumbar, dando inicio a un nuevo día; para su fortuna había sido retirado de dar clases por el asunto del ritual gracias a Gabriel, pues si era sincero, no estaba en una condición óptima para enseñar y menos mentalmente.
Volvió caminando a su habitación para darse una ducha fría que quitara todos sus males y en un arrebato, mirando fijamente aquél gran jarrón lleno de agua bendita, el cual guardaba desde que había llegado a Italia lo agarró firmemente, vertió 1/4 del contenido en todo su cuerpo para luego salir del cuarto para vestirse.

Agarró de entre sus cajones una camisa gris azulado, un pantalón negro de vestir y sus amados zapatos de dos colores, se arregló el cabello frente al espejo y volvió a colocar sus lentes en su rostro. Había recibido una llamada esa mañana, bastante temprano si era algo crítico, pero no se molestó al saber quien le hablaba y al contrario, sonrió al otro lado del teléfono al escuchar que su amigo le visitaría luego de tanto tiempo.
Se vestía impecablemente, tal vez por el nerviosismo o por su propia felicidad pues a pesar de todo se encontraría con alguien muy especial.

Sonrió con cansancio mientras hacia su ronda en la iglesia, siendo abordado por las voces preocupadas de las monjas, quienes resaltaban un poco su estado de letargo algo notable al igual que había bajado alarmadamente de peso, suspiró manteniendo aquella sonrisa y explicó todo con calma mientras una figura masculina le esperaba en la entrada de la iglesia; con cortesía se despidió de cada una de las monjas para luego trotar un poco hacia su amigo, envolviéndolo en un abrazo fuerte que fue correspondido de la misma manera. Sus ojos azules desprendieron un par de lágrimas contra el hombro ajeno antes de soltarse.

— Harry, yo, te extrañé muchísimo, que alegría tenerte aquí después de todo lo que sucedió, después de haberme ido.— Su tono era sumamente alegre, agarrando los codos ajenos con suavidad.

— Yo también te extrañé Azi, tengo tanto que contarte, vamos, te llevaré a un lugar que recorrí antes de venir aquí.— El hombre de la misma edad sonrió con un gesto nostálgico que se lograba apreciar debajo de su poblada barba.

Salieron juntos, sacerdote y vicario para luego entrar en el auto del segundo, una camioneta familiar la cual no tenía ningún cambio según lo que recordaba Aziraphale.
Hablaron de muchas cosas, actualizándose continuamente de todo aquello que el otro se perdió, las risas no faltaban e incluso había una comodidad palpable en el vehículo la cual les dejaba respirar en paz; en un momento dado la camioneta se detuvo, dejando a la vista un campo de girasoles de gran inmensidad, los favoritos del sacerdote y sin mucho revuelo ambos caminaron hacia una montaña para luego sentarse, mirando el despejado cielo azul de la bella Roma.

— Hace mucho no tengo paz después de lo que sucedió, realmente vine aquí, no sólo para verte, si no también porque me recomendaron a tu iglesia, dijeron que necesitaba un tiempo libre y estar tranquilo fuera de las rejas, además de que mi esposa no quiere ni verme.— Soltó mientras su cabello castaño se movía con la suave brisa del viento.

— ¿Cuánto te quedarás?.— Intentó no sonar tan interesado, lo cual falló al escuchar la pequeña risita de Harry.

— Una semana, al menos hasta que todo se arregle, pero creo que una semana no es suficiente, al menos no para compartir contigo después de tanto tiempo, aunque dudo que quieras compartir con un vicario acusado de agresión, engaño entre otras cosas sólo por encubrir algo que no me concernía.— El vicario bajó su rostro, pero este volvió a subir al sentir la mano de su amigo sobar uno de sus brazos.

Praying and SinningDonde viven las historias. Descúbrelo ahora