Segundo encuentro

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He leído en alguna parte que para amarse hay que tener principios semejantes, con gustos opuestos

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He leído en alguna parte que para amarse hay que tener principios semejantes, con gustos opuestos.

Para Antonio y Angélica los días continuaron pasando con normalidad. Ella continuó viviendo dentro de su burbuja lectora, conociendo a algunos pocos amigos, poniendo los brazos en jarra y frunciendo el ceño ante cualquier atisbo de violencia hacia ella. Un día se topó con los ojos verdes de Armando y cayó enamoradísima, casi presa de un violento hechizo fatal.

Pero eso ustedes lo saben.

Él siguió también viviendo su vida con normalidad, yendo a la biblioteca, desvelándose por las noches, sacando buenas notas sin esfuerzo alguno, participando en algunos partidos de basquetbol cómo suplente (Antonio ama el sonido de la pelota en la cancha). Hasta que un día, producto de sus propias decisiones, fueron cambiados de curso y quedaron en el mismo.

Cuando Antonio puso un pie en la sala, casi se sintió contento. Estaban casi todos sus cercanos lo cual le parecía perfecto, porque odiaba intensamente conocer a personas nuevas. Eso significaba que no tendría grandes cambios en su rutina, cosa que también lo irritaba bastante.

Dejó sus cosas al lado del puesto de Sebastián, un idiota de primera categoría que siempre lograba hacerlo reír. Estar a su lado le prometía tener muchas risas, conversaciones sin sentido y nuevas aventuras. Cómo cuando falsificaron unas fotografías para no reprobar un examen de tecnología o cuando visitaban su casa para tener torneos interminables de FIFA.

Las conversaciones le llegaban a él quién tomaba atención sin decir ningún comentario. Las anécdotas de verano, los juegos nuevos, las series nuevas que consumir escuchaba múltiples voces sin poner atención a nadie en particular. Pero de pronto una figura conocida atravesó el umbral de la sala.

El cabello largo, los ojos castaños, la tez morena y los enormes lentes. Con su rostro de niña pequeña casi parecía que se equivocó de salón, luciendo muchísimo más frágil que el resto de los mortales. El ceño fruncido adornaba su cara y Antonio sintió ganas de reír porque no intimida a nadie con ese gesto.

¿Ocultará algo? pensó Antonio al verla. Era evidente que toda esa parada de chica enojada era tan solo una fachada. Sintió ganas de quitarle esa máscara, de revelar los secretos detrás de ese enfado y de tocarle la cara con la punta de los dedos.

Estaba tan entretenido en aquellas ensoñaciones que casi se asustó cuando la mirada de Angélica cayó en sus ojos azules. Su cara de enfado se acentuó aún más, apretando los puños y pudo jurar, con una mano en el corazón, que escuchó cómo rechinaba los dientes.

—¡Aquí hay un lugar Angélica! —la chica enojada desvió la mirada de mi rostro para contemplar a una chica de cabellos oscuros, que le indicaba un puesto vació al lado de ella

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—¡Aquí hay un lugar Angélica! —la chica enojada desvió la mirada de mi rostro para contemplar a una chica de cabellos oscuros, que le indicaba un puesto vació al lado de ella. 

Ironía, pensó Antonio, ella era todo menos angelical. O quizás no, se rectificó, quizás sí tenía cierto parecido a los ángeles, algo de ese candor, inocencia y pureza en el rostro de ella. Pero eran solo pensamientos suyos, se corrigió, porque él tan solo la había visto una vez en su vida.

Angélica al ver lo cercano que estaba ese puesto de Antonio, dió un gran suspiro y comenzó a caminar hacia él. Al chico le dió gracia porque parecía una caminata hacia la guillotina. Aunque la chica no había expresado palabra alguna, su rostro era un libro abierto donde podías leer claramente sus emociones.

—Exagerada —murmuró en voz baja —o quizás no sea eso. No, porque Antonio estaba seguro que todo eso era solo actuación, era imposible que ella lo odiase tan solo con verlo ¿existirían otros secretos detrás de ese rostro enojado?

Finalmente Angélica se sentó en el puesto delante suyo. Tenía la espalda recta, los puños aún cerrados pero saludó de manera amable a su compañera. Estaba tan cerca que Antonio pudo percibir un leve aroma a chocolate que emanaba de ella. Deseo nuevamente poder conversar con la desconocida, sacarle sus secretos y que lo mirase directamente a los ojos para saber la razón de tanto enojo.

Pero era demasiado vago para averiguarlo... aún.

Continuará. 

 

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