Llegué a la sala un poco más alterado. "Sí claro solo un poco" me recriminó mi conciencia, mientras trataba de poner la cabeza en blanco, cerrando los ojos e intentando aterrizar en la realidad.
—¿Antonio? —susurra cerca de mi oreja —¿Por qué no te acercas más a mí? — realiza un puchero adorable —acaso... ¿No te gusto?
Estúpido sueño imbécil. No me había dejado dormir tranquilo desde hace unas semanas. Sentía que en cualquier momento, me arrojaría sobre Angélica sin demora, pero me sabía incapaz de cometer tal idiotez. ¿Desde hace cuánto tiempo que la deseo de esta manera? Son demasiados días soñando con...
"Ella se aferró a mi cuello. Llenándome de su aroma, de su cercanía y sobre todo de su calidez."
¿Por qué tenía, además de todo, ser tan idiotamente realista? el aroma, las formas, los colores... Si no fuera porque desperté solo en mi cama, podría jurar que realmente pasó... ¿a quién engaño? Solo... mierda. Estoy tan confundido.
En el caos que era mi mente en ese momento, Angélica entra con bastante lentitud. Sus movimientos son bastante apagados, mientras se insulta a sí misma, en voz baja.
— Estúpida, idiota, tonta— comenta por lo bajo— baja corriendo el cerro, será buena idea... por supuesto.
Arrojó el maletín con bastante rabia sobre la mesa. Se sienta mientras se mira las rodillas sin quitar su semblante de fastidio.
—¡Qué te pasó!— dije en voz alta sin querer. Me arrodillé para quedar a la altura de sus piernas.
Las piernas de Ange estaban llenas de golpes, heridas y algo de tierra. La miré a la cara, mientras ella explicaba atropelladamente:
—Es que yo... me acordé del otro día. Bueno...— se detuvo jugando con sus dedos— ¡no me mires con esa cara Antonio! Yo no soy tan...
Agachó la mirada, conteniendo el llanto. Me acerqué a su rostro, preocupado por sus heridas. Todo su ser estaba temblando, con los puños apretados y mordiéndose la boca carnosa. ¿Por qué no soy yo quién está haciendo eso con sus labios? detuve mi carril de pensamiento para preguntarle:
—¿Te duele mucho?
—¡Claro que no! ¡es que detesto que siempre tengas razón! — me miró furiosa— soy tan... torpe— dijo suspirando.
—Iré a buscar algo. Tienes que limpiarte.
Ella ni siquiera intentó llevarme la contraria. No me demoré nada en encontrar una pequeña botella de alcohol y algodón. Volví bastante rápido a la sala, donde todavía no llegaban las demás personas.
—¿Eso es alcohol? ¿no había povidona? —pregunta asustada
—¿No eres algo grande como para temerle al ardor? Ya no reclames, y siéntate en la mesa.
Visiblemente asustada, pero como siempre tragándose el miedo, Angélica me obedeció, mientras estiraba una pierna hacia mí.
—Por favor... se gentil... conmigo— murmuró con la cara roja.
"Esta es mi primera vez. No seas tan bruto y cómeme con delicadeza ¿Lo harás cierto que sí? Porque yo confió plenamente en ti."
Maldito sueño. No sé qué expresión puse, solo pude percibir que toda la sangre me recorría el cuerpo violentamente. ¿Es que acaso no pensaba dejarme tranquilo? Ahora para colmo tenía que...
Cerré los ojos y sacudí mi cabeza. Intentando calmarme, tomé la pierna de Angélica y comencé a deslizar el algodón con delicadeza por sus heridas.
—Ah, me duele— medio cerró sus ojos —te dije que fueras cuidadoso conmigo.
"Mientras tanto yo me daba el lujo de recorrerla con todos los sentidos, y ella me retribuía con la misma prisa y deseo. Sonreía como un demente pero no me importaba. Angélica era mía, al fin mía. Y podía demostrárselo recorriéndola entera, sin prejuicios ni titubeos de su parte. Podía llenarme de sus calor, jadeos, aroma y cuerpo para toda la vida si me lo proponía."
Tragué saliva, mientras seguían pasando más imágenes por mi mente, tuve que detener mis dedos inquietos porque estaba seguro que no podría contenerme. Mi cara estaba completamente roja, tenía que hacer grandes esfuerzos para controlar mi respiración.
— Antonio ¿estás bien?— replicó ella— ¿te da problemas la sangre?
Me tocó con delicadeza el rostro. Tan solo se veía preocupación detrás de sus lentes. Es tan inocente, tan gentil y dulce sin proponérselo. Como siempre termino con la quemante sensación de culpabilidad en mi estómago.
— No... no es nada. ¿Cómo te caíste? — tomé la otra pierna, intentando ignorar la tentación de recorrerla con mis impacientes dedos.
— Pues la verdad— volvió a morderse la boca mientras la curaba— tan solo quería saber si era capaz de bajar mi cerro corriendo.
— Pésima idea...
— Al menos fue divertido, fui capaz de correr la mitad del recorrido.
—¿Y la otra mitad la bajaste rodando? — me burlé.
Ella me intentó golpear, pero yo le retuve con fuerza la pierna.
—¡Ten cuidado torpe!— se soltó de mi agarre mientras se la soplaba.
—No seas tan descuidada —volví a acercarme a su rodilla —solo harás que se infecte.
Angélica me miró de reojo con curiosidad. Observó mi perfil como nunca antes lo hubiese hecho.
—¿Sucede algo? —le consulté. Trataba de evitar la idea de que estaba leyéndome el pensamiento.
— No, es que sabes si no te conociera diría qué...— se arrepintió— nada es una tontería.
Levanté la ceja con curiosidad.
—¿Qué cosa estás pensando?
—Pareciera que te gusta estar conmigo —exclamó con tanta sencillez que me dejó desarmado.
Esa frase hizo que como un chispazo repentinamente me pudiese acordar del fin de mi sueño.
Ella no tenía idea de cuánto había deseado ese momento. De las veces que me la había devorado de tantas maneras. Pero lo más importante no era eso. No era tener su cuerpo, sino que me entregase su corazón. Saber que ella me anhelaba tanto como yo. Ser consciente de cuánto nos amamos.
— No hables de cosas que no sabes— le dije medio molesto— no solo me gusta estar contigo también...
— A mí— me irrumpió— a mí me gusta estar contigo— y ella me sonrió.
¿Que me importaba a mí cuanto mi cuerpo demandaba su compañía? ¿A quién le importa que me guste tanto que nubla mis sentidos? Nada de eso realmente me importa, porque no hay nada que se compare al sentimiento que nace cuando la veo sonreír... sobre todo si es para mí.
—Gracias por curarme las heridas. Prometo ver por donde camino.
—¿Sabes que eso no va con tu personalidad, cierto?
Continuará
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Vicios
RomanceAngélica no lo sabe pero Antonio la ha visto desde innumerables lugares. Siempre escuchó su voz chillona, sintió sus pasos torpes y se reía de sus caras de enfado. Angélica siempre fue para Antonio su vicio favorito. Y ahora que la tenía tan cerca...