Yo sé que nunca vamos a dejar
que este amor se nos vaya
Antonio estaba sentado en su puesto, con expresión de enfado en sus ojos claros, los brazos cruzados, observando a una distraída Angélica leer un libro con muchas ganas.
Cuando la mira con esa tranquilidad aparente, los recuerdos de las semanas pasadas vagan por su mente. Unos días atrás, por ejemplo, cuando salvó a la despistada chica de caerse por las escaleras del colegio.
Estaba afuera del salón esperando a que sus amigos salieran para comprar algunas golosinas. Ese día Alejandra estaba enferma por ende estaba sin su compañía (lo cual no le molestaba para nada) pensaba en ir a visitarla cuando el huracán Angélica salió corriendo por la sala.
La recorre con los ojos, algunos podrían pensar que con malicia, pero todo lo contrario a ello. Con el pasar de los días ha encontrado nuevas facetas de esa chica tan alegre, enojona, belicosa pero, sobre todo, es sumamente torpe. Quizás para ustedes sea algo anecdótico, casi irreal o una característica divertida pero para Antonio se ha convertido en su nuevo motivo de preocupación.
Angélica ha salido corriendo de la sala con un zapato sin abrochar. Él chico trata de detenerla porque su torpeza es antinatural, parece que la adolescente es capaz de caerse en cualquier desnivel del sueño. Quiso detenerla pero alguien llamó su atención y la chica pasó rozando el brazo derecho.
Pasó los dedos por su cabello, dio un enorme suspiro y encaminó sus pasos hacia la mitad de la escalera. Es por la única vía por la cual Angélica puede devolverse. Casi cómo si hubiese profetizado el futuro de la chica ella se devuelve a los pocos minutos. Sube tambaleándose un poco, está decidida a no abrocharse el zapato. ¡Cómo puede ser tan descuidada...! piensa el chico.
Pero no alcanza a terminar de formular la oración en su mente, porque la morena casi se cae por las escaleras. Por supuesto, es él quien la atrapa antes de que logre partirse la cabeza.
Angélica está en los brazos de Antonio. El chico de cabellos castaños no puede creer la suerte de poder atraparla, sostenerla cerca de su cuerpo y tocar con sus dedos la figura de la morena. Angélica, por su parte, solo guarda silencio y el chico la arrastra hacia un lugar más seguro.
—¡Idiota! ¡Cómo se te ocurre andar por ahí, con lo torpe que eres! —le reclamó con toda la ira en el cuerpo.
Angélica aún estaba procesando el hecho de que Antonio la había salvado. Trató de controlar su respiración, ocultar lo asustada que aún estaba y lo miró directo a sus ojos. El chico se sobresaltó ante ese gesto porque se dió cuenta que aún la tenía entre sus brazos. Su mente quería tenerla así por siempre, así que la depositó con suavidad en el piso para detener ese impulso. Allí, la chica se tocó el pecho, dando un suspiro de alivio y le dijo:
—Gracias Antonio.
Era la primera vez que decía su nombre sin ningún atisbo de maldad, sarcasmo u enojo. ¿Dónde estaba la chica que siempre peleaba con él? Ahora, enfrente del adolescente pudo atisbar el rostro de una chica vulnerable... qué hacía latir fuerte su corazón.
—Muchas gracias —se aproximó y le tocó la cara con la punta del dedo —en serio.
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En contraposición a ese avance significativo, hoy Angélica lo estaba ignorando por estar leyendo y eso le hizo recordar los primeros días. Cuando recién llegó ella se dió cuenta que compartirán la misma sala de clases. Recordó con alegría su ceño fruncido, su boca torcida y sus pasos dramáticos por ello le comentó:
—¿Hasta cuándo seguirás con esa actitud tan infantil? —le reprochó logrando llamar la atención de la joven.
La morena, que sigue sentada delante de Antonio, se medio giró sobre su puesto para quedar de frente de él. Enterró aún más la nariz en el libro, cuya portada rezaba "El amor en los tiempos del cólera"
—No sé de qué me hablas. —respondió evitando la pregunta
—Si lo sabes.
Angélica continúa con la mirada clavada en el libro. ¿Acaso es tan bueno que no puede prestarme un poco de atención? La actitud de lectora empedernida no le agrada tanto cuando no logra que la chica hable con él.
—¿Por qué eres así conmigo? Sé que te molesto pero antes nada malo te hice.
Esa pregunta la tenía atravesada desde el primer día que la vió. Necesitaba saber porque la chica lo odiaba a ratos. Angélica siguió sin despegar la vista de la lectura pero le contestó distraída
—Es solo que... es una razón un poco tonta— cambió la pagina— solo puedo decirte que hace mucho tiempo, heriste a alguien muy cercano mío.
—¿Cómo lo hice?
—La rechazaste de mala manera —Antonio trató de recordar algo así pero no pudo hacerlo —Aunque es muy posible que las cosas no se hayan dado así— dijo irrumpiendo sus pensamientos— es algo de lealtad que otra cosa.
Antonio se sorprende ante los palabras de la chica. Algo de tranquilidad le da esa frase, porque se da cuenta que no le ha hecho daño sin querer. Lamentablemente Angélica sigue leyendo su libro cómo si no estuviesen sosteniendo una conversación
—¿Podrías ponerme atención?— preguntó irritado.
—Vale...— cerró el libro para mirarme fijamente—. Ahora veo lo feliz que haces a Alejandra, y eso hace que mi idea sobre ti cambie. Lo siento por haber sido tan grosera en un principio.
—¿Desconfiabas de mí?
—Supongo... ahora si me permites terminar mi libro, te lo agradeceré enormemente.
Ni siquiera se movió del sitio para seguir leyendo. Mientras tanto Antonio sigue mirándola porque es todo un espectáculo verla leer.
—¿De qué se trata eso? —le pregunta sabiendo que pasará.
Entonces Angélica comienza a narrarle todo lo que ha leído, comentándole sus partes favoritas con evidente alegría, mientras lo mira a los ojos y le sonríe con sinceridad.
Antonio disfruta de su pequeño resumen del libro, sonriéndole de vuelta, embobado por sus gestos y palabras. Aunque nunca se lo dirá a nadie, para él eso es lo mejor que le ha pasado en el día.
Son los momentos que quedarán para siempre en su corazón.
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Vicios
RomanceAngélica no lo sabe pero Antonio la ha visto desde innumerables lugares. Siempre escuchó su voz chillona, sintió sus pasos torpes y se reía de sus caras de enfado. Angélica siempre fue para Antonio su vicio favorito. Y ahora que la tenía tan cerca...