Noveno encuentro

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Pasaron algunos días de relativa calma en los corazones de los jóvenes. Angélica logró leerse todos los libros de Gabriel García Marquéz, lo que la hacía estar en constante estado de ensoñación alerta. Cuando menos te lo esperabas, te podía soltar el inicio completo de "Cien años de Soledad", aunque su preferido personal era "El amor en los tiempos del cólera".

—¿Por qué te gusta tanto ese libro? —observó el joven de ojos azules —debe ser la séptima vez que veo esa cubierta.

—No lo sé —Angélica cerró el libro y arqueó una ceja —es bonito... de una manera un poco siniestra.

—¿Cómo tú?

Ella se largó a reír cuando escuchó eso.

—Es el peor halago del mundo. El protagonista se mete con una de catorce, siendo él un viejo de ochenta.

—¿Entonces qué tiene de lindo? —rebatió Antonio.

—Supongo que —tomó un rizo para jugar con él y el chico la vió fascinado pero ella ignoró ese gesto —es realista de cierta manera. Él le dice a ella que la va a esperar, pero aún así, anda con varias personas. Supongo que eso pasaría ¿cierto? puedes amar a una persona, sin embargo sentirse atraído por varias a la vez.

Antonio se sintió especialmente atacado por eso último.

—¿Lo dices en serio?

—Obvio —buscó una cita —pero a pesar de eso, "su corazón tiene una diosa coronada". No importa con cuantas se acostara, la única importante en su corazón es Fermina Daza. Él la esperó... a su manera pero lo hizo.

Ambos se quedaron en silencio después de esa declaración. Angélica rompió el silencio leyéndole en voz bajísima, cómo un secreto a él.

—"En el curso de los años llegaron por distintos caminos a la conclusión sabia de que no era posible vivir juntos de otro modo, ni amarse de otro modo: nada en este mundo era más difícil que el amor" —la chica de rizos acarició con ternura las páginas del libro —quisiera que alguien me quisiera así ¿sabes?, sin embargo, sé que no le gusto a los chicos —sonrió triste y resignada.

—Yo creo que... —quiso decirle algo pero Angélica lo detuvo con un gesto de la mano.

—Nada de palabras de consuelo, detesto que me tengan pena —lo miró con su acostumbrada energía —da igual Antonio, estoy acostumbrada a estar sola.

La conversación se terminó en ese momento. El chico de ojos azules se quedó clavado en su puesto, soñando despierto con las palabras que Angélica le había dicho.

—Mentirosa —pensó él.

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La presidenta de curso sostenía en sus manos un chaleco de color gris. El típico que usaban todas las niñas en su curso. Antonio lo estudió con detenimiento, con tanta atención que la chica se aproximó y le preguntó.

—¿Sabes de quién es? Hace días que está perdido.

El chaleco sobre un cuerpo femenino conocido. Con las mangas manchadas de tinta, porque la dueña se la pasaba escribiendo y no notaba las manchas. El borde con unas marcas de leche con chocolate, la única que le gustaba porque detestaba el sabor a vainilla. El hombro derecho con un punto corrido, porque cuando corrió para detener a su mejor amiga, se quedó enganchada en un clavo salido del dintel de la puerta del salón.

Al ver que no obtenía respuesta la presidenta del curso se acercó aún más a Antonio

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Al ver que no obtenía respuesta la presidenta del curso se acercó aún más a Antonio. El cual cerró los ojos percibiendo cómo le llegaba el característico olor a chocolate de Angélica, de esa prenda que aún sostenía en su mano.

—¿Alguna idea?

—Ninguna —mintió descaradamente.

Se quedó en su puesto observando cómo la chica continuaba en la búsqueda de la dueña. En ese momento Angélica apareció por el dintel de la puerta. Con los audífonos puestos, tarareando una canción bajito para que nadie la escuche. Por supuesto, va sin su chaleco que se encuentra perdido.

Antonio se percata de que ella está tan en la luna que ni siquiera sabe que se le ha perdido. Es muy probable, piensa, que ni siquiera le consulte a la presidenta por el objeto. "Idiota" piensa en su cabeza, tratando de maquinar alguna manera para contarle lo sucedido.

La joven, totalmente ignorante de lo que sucede, se sienta en el puesto de adelante, estirando sus brazos, bostezando con muchas ganas. Comienza a sacar una libreta de debajo de su puesto, un lápiz de tinta azul y las palabras brotan de sus dedos inquietos.

—¡Hey tonta! —dice Antonio para sacarla de su estado de ensoñación.

Angélica logra escuchar la voz de él. Irritante, estúpido e impertintente, piensa pero no quiere darle la satisfacción de arruinarle su día. Le sube el volumen a la canción para ignorarlo.

—Te conviene... primera advertencia.

Es ese tono el que convence a la chica para guardar el lápiz y darse la vuelta. Terriblemente enojada y bonita, piensa Antonio reprimiendo una carcajada, a sabiendas que de burlarse ella es capaz de ignorarlo todo el día.

—Escúpelo— exclama clavando sus ojos chocolates en los azules.

Esa mirada logra intimidarlo por primera vez. Sabe que Angélica es una romántica empedernida, de decirle que ha reconocido su chaleco ella se sentiría... ¿cómo lo tomaría? ¿estaría enojada? ¿molesta? ¿halagada? ¿furiosa? ¿Cómo le decía lo del objeto sin parecer que estaba loquisimo por ella?

"Nada en este mundo era más difícil que el amor" en la cabeza de Antonio resuena esa sentencia. Al igual que todas las palabras que Angélica alguna vez le dijo. Tenía razón, concluye, no hay nada más difícil que amarla a ella.

—Deberías preguntarle a la presidenta —la señaló con su dedo.

La morena tan solo se quedó en silencio unos instantes. Pensó que le estaba jugando una de sus tantas bromas pesadas, que quizás tenía algo planeado para fastidiarla... En fin, muchos pensamientos fatalistas llenaron su cabeza. Vio al joven a la cara y se percató de su gesto de seriedad. Aún recelosa se acercó a la chica.

—Ange —sostiene el objeto delante de ella —¿acaso es tuyo?

—¡Sí! —lo toma agradecida hace días que estaba buscando en su pieza el chaleco —¡Muchas gracias!

La joven cruza la sala para volver a su puesto sentándose en el. Después, se levanta para depositar un beso en la mejilla de Antonio. Está tan contenta de encontrarlo, tan aliviada al saber que no será castigada, que ni siquiera piensa en cómo el joven supo que era de ella.

—No sé qué hubiese hecho sin ti —susurra en el oído de Antonio —aunque seas un fastidio siempre estás para mí.

Dejó al joven en completo estado de shock. Ni siquiera tuvo una réplica, ni un de nada para decirle. 

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