Séptimo encuentro
Los estudiantes llegaban a la sala con aspecto contento. La primavera comenzaba a sentirse en el liceo, junto con una brisa suave y temperaturas mucho más agradables. Pero Antonio no lograba percatarse de ninguna de estas cosas.
"¿Por qué no ha llegado a clases" piensa, moviendo el pie nerviosamente y apretado los puños por debajo del pupitre. "No creo que sea por lo del otro día"
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POV Antonio
Me arrojé con bastante flojera sobre un puesto cualquiera. Tenía tanto sueño acumulado, y no es que fuera alguien deportista ni mucho menos. Lo sucedido es que me había pegado la maratón de la vida, jugando RPG en línea hasta que casi me dieron convulsiones.
En eso estaba, intentando recordar como pestañear normalmente, cuando la persona dueña del puesto se instaló frente a mí.
—¿Antonio? ¿Qué haces ahí?
—Descansar... —respondí sin disimulo. La miré por el rabillo del ojo, notando su cabello aún un poco húmedo (ojala no se enferme), sus ojos chocolate y sus labios rosa fruncidos en un mohín delicioso (sabor a fresa)... ¿He mencionado antes cuanto me gusta esta chica?
—Me da lo mismo si quieres dormir en todas las clases —dice decidida interrumpiendo todos mis pensamientos lascivos— pero ¿podrías al menos moverte de mi puesto? —preguntó señalando mi silla vacía.
¡Por Dios que se ve lejana!
—¡Flojera! — le respondí tirándome sobre el banco de ella— está muy lejos.
Crucé los brazos decidido a molestarla hasta... Bueno, no tengo idea pero me divierto muchísimo haciendo esto. Puedo notar cómo ella también cruza sus brazos, haciendo sonar su pie nerviosamente. Después su gesto cambia y una sonrisa malvada cruza por su cara.
Saca su delantal de la mochila para luego dejar esta última en el respaldo de la silla. Comienza a ponerlo sobre su cuerpo, abotonando lentamente sin ninguna clase de prisa con el gesto de maldad aún impreso en su cara joven. Finalmente, sin mucha delicadeza de su parte, me empuja hacia un lado dejando media silla vacía. Ella se instala con total tranquilidad en ese pequeño espacio.
—¿Qué haces? —preguntó nervioso por la cercanía con su cuerpo. Traté de tomármelo con normalidad, mientras le corro los mechones para verla de cerca.
—Usando mi puesto, me da lo mismo si estás en él —repone con decisión inapelable con ese gesto maquiavélico.
Está sonriendo triunfal y ese gesto solo hace que sienta una enorme ternura por su ingenuidad. Seguramente no tiene idea en qué estado me ha dejado, ni en las cosas que se me han cruzado mientras la observo sin disimulo. Pero... yo tampoco estoy dispuesto a dejarme vencer.
—Acomódate como puedas yo voy a dormir.
Tomé aire porque estaba a punto de cometer una estupidez. Así que sin ninguna clase de vergüenza me acomodé en su pecho.
—¡Qué haces! Sale de allí ahora mismo —reclama dando pequeños golpes en mi cabeza, aguantándose la risa y vergüenza, intentando soltarse de mi agarre.
—Olvídalo, es demasiado cómodo... y me da pereza buscar otro lugar
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Una sonrisa boba cruza por su cara cuando recuerda ese momento. Aún puede sentir el aroma a chocolate que desprende el cuerpo de Angélica, la calidez de su cercanía y las formas de su cuerpo. Pero ese gesto cambia radicalmente al recordar su cabellos humedos.
Enferma.
Esa tiene que ser la razón.
El pupitre está vacío frente a sus ojos. No está la muchacha sarcástica, alegre e infantil que pelea con él sobre cualquier cosa, o que le cuenta sobre su última lectura o llega contándole datos extraños sobre el mundo (¿sabes que los trasatlánticos tienen morgue? fue el último que adicionó a su colección de rarezas dichas por Angélica)
Una enorme sensación de melancolía repleta su pecho.
Una chica de cabellos rizados atraviesa la puerta con gesto de angustia en la cara. Felipe le hace un gesto con la mano y ella se acerca para decirle.
—Va a faltar unos días... creo que está enferma —Antonio presta suma atención a la conversación que se da delante de él.
—¿Gripe?
—Algo así— la chica junta los dedos nerviosa— espero se encuentre bien.
—Por favor, solo está enferma no es el fin del mundo —el compañero de puesto resta importancia a la información que le entrega Katte.
Quién se muerde la boca para no replicarle nada. Los pensamientos se reflejan en su rostro pálido, es verdad no es el fin del mundo. Pero es su mejor amiga quién está enferma y no puede hacer nada para ayudarle.
—Tienes razón —musita Katte dándose la vuelta dispuesta a marcharse.
Pero antes de que se retirará del todo Antonio le dice en voz alta
—Puedes decirle...
Katte se da vuelta al escuchar la voz del chico. Algo en su posición, su tono de voz y su gesto hace que la chica se ponga en estado de alerta.
—Dime Antonio— exclamó relajando su gesto.
Múltiples pensamientos pasan por la mente del chico. Te extraño Angélica, el aroma de tu cuerpo, la risa que me regalas, los datos que me entregas, la facilidad que tenemos para estar juntos. Regresa pronto porque no sé cómo existir cuando no estás presente.
Pero lamentablemente no puede enviar ese mensaje a través de Katte.
—Que se mejore... simplemente eso.
—Descuida yo lo haré.
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Vicios
RomansaAngélica no lo sabe pero Antonio la ha visto desde innumerables lugares. Siempre escuchó su voz chillona, sintió sus pasos torpes y se reía de sus caras de enfado. Angélica siempre fue para Antonio su vicio favorito. Y ahora que la tenía tan cerca...