A ti.

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Por todos los mensajes lindos que me escribías en las noches antes de irme a dormir, para asegurarte de protagonizar mis sueños y ser el dueño del resto de mi noche.

Quisiera romper las cadenas que unen mi pecho con tu cuerpo con el único fin de destrozar los planetas de mi espacio, esos que tocaste con tanta cautela para evitar su desorden, pero que al final te fuiste de la manera más torpe que formaste un caos en mí.

Y hablarás de mi ignorancia, porque me conoces bien y sabes con certeza que yo no soy muy prudente a la hora de cuidar las cosas, aun sabiendo que nunca se me cayó tu corazón.

Pero es que contigo fui más que prudente y supe regalarte con paciencia la delicadeza de mi tacto. Porque tú mejor que nadie sabes que fui capaz de cuidarte, de cuidar cada pieza de tu puzle, para que fuese casi imposible que alguien fuera a derrumbarte del modo más factible.

Tapé tus impurezas, los borrones feos de tu pasado oscuro y tu lado negro para provocar que el mundo mirara hacia ti, mi añorado apocalipsis, con otros ojos.

Porque extraño como moldeabas mis rizos mientras caminábamos por las aceras de las calles de regreso a casa, anhelo cómo hacías añicos el sentimiento de impotencia o coraje con tus besos y como mi enfado se maquillaba con una risa gracias a las caras que ponías. Extraño cuando curabas mis cicatrices con tus caricias y me enseñabas una a una las estrellas de las que se componía la noche.

Y aun espero con paciencia sentada en la silla frente a la puerta de mi casa cada tarde de sábado, ilusionada porque toques el timbre con el mismo desespero de antes para volver a abrirte las puertas de las ruinas de mi mundo.



Cruda realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora