4: La ira de la noche

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Tal como todas las noches, Violet despertó de un sueño en el que se veía a ella misma

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Tal como todas las noches, Violet despertó de un sueño en el que se veía a ella misma.

En ese sueño, era apenas una niña, pero ya estaba encerrada. Sus pequeñas palmas se encontraban presionadas sobre un vidrio que conocía bien, y podía sentir la textura y el frío en sus manos adultas. Sus ojos azules brillaban como si estuvieran rogando por algo, y empezaba a entender lo que era: Solamente quería libertad —¿en serio la deseaba desde hace tanto?—.

Y a pesar de entender lo que sentía en su niñez —y lo que siguió sintiendo hasta que abandonó ese edificio—, se sentía mal cada vez que despertaba de ese sueño. Su pecho se sentía presionado y ella nunca sabía bien el por qué.

Su suposición era que simplemente siempre era difícil dejar un hogar, incluso cuando no era ni de cerca tan bueno para llamarse hogar.

Se sentó sobre el colchón en el que reposaba y giró la cabeza hacia donde estaba el otro, solo para ver que la pelirroja seguía allí, con la mitad del rostro pegado a la almohada y los ojos cerrados.

—Buenos días, señorita Crowley —saludó, sin saber si la susodicha se encontraba despierta.

Entonces ella abrió los ojos.

—Ya te dije que puedes llamarme Sarah —murmuró, como un recordatorio amistoso, sonriendo levemente.

—Perdón, señor... —Violet se mordió la lengua de inmediato, temblando y deseando llorar en el instante, sin saber por qué—. Sarah —escupió el nombre correcto—. Perdóname, es la costumbre.

No había mentido, era una costumbre suya; su cerebro no lograba desaprender la idea de que Sarah era superior a ella, de que debía hablarle con más respeto que a otras personas. Todavía no la veía como una amiga, seguía siendo esa mezcla extraña de jefa y cuidadora; todavía creía que tenía algún poder sobre ella; al final, ella la había salvado. Violet le debía algo, ¿no?

A veces estar con Sarah Crowley seguía sintiéndose como un peligro, a pesar de que ella ya le había demostrado muchas veces que no era así.

—No te preocupes —pronunció la pelirroja, manteniéndose amable—. Sé que te cuesta trabajo.

Apenas terminó la frase, en su teléfono empezó a sonar una canción que Violet no reconocía en lo absoluto. Mientras que ella se preguntaba qué era lo que estaba ocurriendo, Sarah tomó el teléfono con calma e hizo que el ruido se detuviera.

—¿Nunca habías escuchado mi alarma? —preguntó. Violet se limitó a negar con la cabeza lentamente, sintiéndose tonta. Sarah no pudo evitar reír levemente, pero pudo evitar que eso se prolongara por mucho—. Hoy empiezo en mi nuevo trabajo —explicó, con una sonrisa cruzando su rostro. Amaba la idea de empezar de nuevo.

—Espero que te guste más que el anterior —dijo Violet, no muy segura de lo que debía responder, mirando a los ojos grises de Crowley.

—Probablemente sea así —respondió Sarah, abandonando la cama mientras estiraba los brazos—. No me gustaba mucho el anterior; sentía que estaba trabajando en una cárcel.

Inefables: AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora